Siempre pensé que sería difícil encontrar una vergüenza que supere la impunidad, la corrupción y la falta de república en Argentina. Sin embargo la encontré: el inútil y perjudicial cierre de escuelas que padecen los niños y jóvenes de nuestro país, desde mediados de marzo del corriente año.
Como lo ha sostenido el epidemiólogo de Harvard, Martin Kulldorff, en una nota que reproduce infobae el pasado 12 de setiembre: “No hay razones científicas ni de salud pública para mantener las escuelas cerradas. ¿Para qué hacemos ciencia? Si quieres saber qué consecuencias tiene la exposición a algo hay que mirar a aquellos que han estado expuestos. Por ejemplo, si quieres saber si funciona una vacuna hay que estudiar a aquellos que fueron vacunados. En materia de la apertura de escuelas, los que estuvieron expuestos al virus fueron los niños suecos. Fueron a la guardería, a la primaria y a la escuela media, desde el primer año de vida hasta los 15, porque permanecieron abiertas a lo largo del pico de la pandemia. Y tienes razón, en ese 1.8 millón de niños no hubo ninguna muerte por COVID-19. Hubo algunas hospitalizaciones e internaciones en unidades de cuidados intensivos (menos de diez en todo el país), pero fue menos severo que una temporada anual de gripe. Además, cuando observamos qué pasó con los docentes, no se registró un exceso en el riesgo comparado a la media de otras profesiones. Obviamente, un docente puede ir a la escuela y contagiarse de un colega, como la gente que trabaja en otras profesiones. Pero no hubo un riesgo extra, en comparación.” Asimismo, el experto entiende que “Suecia hizo las cosas bien, con una excepción. Se dictaron clases normales y si un niño tenía síntomas, como tos o congestión nasal, se le pedía que se quede en su casa. Si los síntomas aparecían en la escuela, era enviado directamente a la casa. Esa es una buena regla. Se mantuvieron clases con el tamaño normal, de 20 o 30 niños, pero sin grandes aglomeraciones. Se hacía una limpieza adicional de las superficies, lo que es bueno ante cualquier enfermedad infecciosa. Se realizaron algunas clases al aire libre cuando el tiempo era bueno, lo cual no sé si ayuda demasiado, pero no daña y es bueno estar afuera. No se impuso el uso de mascarillas, ni otras barreras, y los niños podían correr y jugar normalmente. Eso es importante para su salud mental y física. Lo único que haría diferente a Suecia es proteger a los docentes que tienen más de 60 años, y que enfrentan riesgos mayores. Creo que sería prudente que ellos puedan trabajar desde sus casas de alguna manera. Quizás podrían tomarse un año o ayudar con exámenes y ensayos. Quizás puedan proveer asistencia a los maestros más jóvenes, ser sus mentores. Pero creo que los docentes de más de 60 años deben tener la oportunidad de trabajar desde sus hogares. Los que están en sus 20, 30 o 40 años tienen muy bajo riesgo, así que no me preocuparía por ellos.”.
A seis meses de iniciada la cuarentena, está más que claro que el riesgo en niños y en personas sanas que no superen los 60 años es mínimo, y que reemplazar la escuela con una pantalla no alcanza para cubrir las necesidades educativas, psicológicas y de sociabilización de los más chicos.
Las Naciones Unidas han advertido sobre el riesgo de una “catástrofe generacional”, como consecuencia del cierre de escuelas y ha impulsado la vuelta a clases presenciales, respetando las normas tendientes a evitar contagios.
La guerra ideológica iniciada por el régimen kirchnerista contra el mérito, y su inocultable impulso por nivelar para abajo en todos los ámbitos, no necesita de escuelas.
No sería justo, sin embargo, sostener que las responsabilidades por el persistente deterioro de la educación, a lo largo de los últimos años, responden a una sola variable y a una sola fuerza política. Pero lo que sí es seguro, es que la ideología de la decadencia que expresa la mafia sindical docente constituye un obstáculo insalvable para el progreso. En efecto, ningún aumento presupuestario, ningún incremento salarial, ninguna mejora edilicia y ningún avance pedagógico serán debidamente aprovechados, si se destruye la idea del mérito y se continúa impulsando la infame práctica del proselitismo escolar.
El kirchnerismo, y los gremios de la ignorancia, se han caracterizado por negar lo evidente. Hace algunos años, negaron la importancia de las evaluaciones locales y de las pruebas PISA, quejándose, entre otras cosas, porque eran estandarizadas (requisito, este último, imprescindible para comparar la eficiencia de los distintos sistemas educativos, tanto a nivel local como internacional). En fin, la estadística es una ciencia, aunque sus mediciones no nos favorezcan. Hoy, el gobierno y sus “baradeles” reivindican el cierre de escuelas en función de un riesgo que no es tal, y proponen la vuelta a clases presenciales, cuando todos estemos vacunados (¿abril, mayo, junio de 2021?).
En definitiva, aquellos que se autodenominan “gobierno de científicos” y tachan de “terraplanista”, “antivacuna” o “anticuarentena” a todo individuo que se manifieste contra los abusos del régimen sanitario, son los verdaderos anticiencia; auténticos fanáticos convencidos de que las leyes de la naturaleza deben alinearse con el Instituto Patria.
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