El presidente tiene razón cuando dice que Argentina necesita dólares para crecer. Dos tercios de los insumos que utiliza la industria son importados.

¿Faltan dólares? Le faltan al Banco Central. Sus reservas netas líquidas rondan los 2.000 millones. Pero al sector privado le sobran.

Los argentinos tienen en su poder 222.800 millones de dólares, según el INDEC. En el colchón, en las cajas de seguridad, depositados en los bancos argentinos y en exterior. 

Esos recursos podrían impulsar un crecimiento explosivo.

¿Por qué nadie se desprende de un dólar al precio oficial a menos que sea indispensable? ¿Por qué no se vuelca el ahorro a pesos, como reclama el presidente hablándole al bolsillo con una retórica voluntarista en el mejor de los casos?

No es un problema cultural, ni sociológico ni psicológico. La razón es económica, obvia, y muy concreta. Nuestra historia económica nos enseñó con sangre que quien apuesta al peso pierde. Ahorramos en dólares en defensa propia.

El dólar es una moneda fuerte. El peso es una cuasimoneda. Es un medio de intercambio, pero carece de los otros dos atributos que definen a una moneda. No funciona como unidad de cuenta para bienes durables, porque su valor no dura. Por eso los inmuebles cotizan en dólares. Por la misma causa, la desvalorización permanente, el peso tampoco es reserva de valor.

Al contrario, los ahorros en pesos perdieron históricamente con la inflación. La economista Marina Dal Poggeto señala que desde enero de 2002, el poder adquisitivo del peso invertido en plazos fijos se derrumbó un 63%.

El peso pierde valor porque se emite en exceso. Cuando la emisión aumenta más que la producción, que la oferta de bienes y servicios, los precios suben. Y se emite más para solventar el exceso de gasto público, porque el Estado no recauda lo suficiente y ya ni tiene crédito.

La desconfianza en el peso se edificó sobre esa práctica sistemática. Pero como los impuestos, el endeudamiento y la emisión no alcanzaron, hubo licuaciones patrimoniales con hiperdevaluaciones, hiperinflaciones, defaults y confiscaciones directas de ahorros.

También aprendimos que los cepos no solucionan el problema. Lo agravan. Hoy todo dólar que ingresa al país se debe cambiar a 75 pesos. Sacarlo cuesta 145 pesos –la paridad del Contado con Liquidación– , salvo para aquellos que ligan en la piñata escasa del Banco Central.

Recrear la confianza demanda un programa económico integral. Que reduzca en plazos razonables el gasto público real. Que baje la presión tributaria sobre los que tributan. Que elimine gradualmente el cepo. Y que incentive las exportaciones aliviando la carga impositiva, abaratando los costos de la logística y cambiando regulaciones.

Además del programa se necesita un equipo económico creíble y un firme liderazgo político que sostenga ese rumbo.

Sin esas condiciones no se reconstruirá la moneda ni habrá inversiones suficientes para crear empleo, mejorar la productividad y exportar más. La única fuente genuina de dólares.

En Argentina la brújula apunta al sur. Es expulsora serial de inversiones.

Hay que volver al norte. Lo demás, es sólo retórica voluntarista. O cinismo.