Con su nueva encíclica social “Hermanos Todos”, que acaba de publicar, el Papa Francisco vuelve a irrumpir en el escenario mundial con definiciones fuertes, que seguramente levantarán polvareda -más allá de que retoma conceptos de la Doctrina Social de la Iglesia y, en cierta forma, los actualiza- con el propósito de ser un aporte a repensar las problemáticas mundiales ante la oportunidad que brinda la pospandemia.
Francisco parte de un inquietante diagnóstico en el que afirma que “la historia está dando muestras de volver atrás”, en referencia a los nacionalismos -que están resurgiendo en detrimento de la solidaridad mundial- y a la multiplicación de conflictos que echan por tierra los augurios de un mundo mejor -agregamos nosotros- tras la caída del Muro de Berlín y la irrupción de la globalización.
Como era previsible -dado su marcada preocupación por la problemática de los refugiados, un fenómeno que durante su pontificado cobró gran dimensión-, Jorge Bergoglio hace abundantes consideraciones sobre la angustiante realidad de los migrantes y llega a decir que, en la práctica, son considerados como “menos humanos”, y además se ignora que pueden ser una riqueza para las sociedades receptoras.
Una cuestión que ya hace tres décadas había causado polémica con motivo de la encíclica Centesimus Annus, de Juan Pablo II, son los ciertos reparos de la Iglesia a la libertad de mercado, que son reafirmados con otras palabras por Francisco, al afirmar que “el mercado solo no resuelve todo” y sumarle un embate al “dogma de fe neoliberal” por pretender “hacernos creer” lo contrario.
Otro concepto, en este caso llamado a tener particular repercusión en la Argentina por las tomas de tierras, es el referido a la propiedad privada ante el señalamiento de Francisco de que es “un derecho natural secundario”. Aquí tampoco hay nada nuevo, Juan Pablo II decía que sobre la propiedad privada “grava una hipoteca social”, lo que implica pensar en los que no pueden acceder.
Después de ser acusado en su país de no valorar el mérito, el Papa afirma que “lo verdaderamente popular -porque promueve el bien del pueblo- es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas”. Y destaca: “Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna”.
El Santo Pontífice condena los populismos. “Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo”, dice, pero advierte que esto “deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder”.
Más adelante dice que “es difícil” sostener el criterio de la “guerra justa”, pese a estar incluido en el Catecismo de la Iglesia, y señala la importancia de una reforma de las Naciones Unidas –y de la arquitectura económica y financiera mundial- para evitar que “se trate de una autoridad cooptada por unos pocos países, y que a su vez impidan imposiciones culturales”.
Finalmente, Francisco hace una fuerte reivindicación de la política –de la sana política- como la única vía en una sociedad democrática para la búsqueda del bien común, si bien le suma una recomendación: “La política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia”.
Aunque comenzó a escribir la encíclica -la segunda de tipo social de su pontificado (la otra fue la referida al medioambiente)- antes de la pandemia, su irrupción le dio un marco más interpelante. Pero sabe que nada evitará controversias por sus conceptos.
Sea como fuere, abriga la esperanza de que “el dolor que causó (el coronavirus) no sea inútil”.