La crítica no es nueva, pero recrudeció en las últimas semanas tras la publicación de su última encíclica social: el Papa es el gran promotor del “pobrismo”. La expresión quiere significar que Francisco sacraliza la pobreza, canoniza a los pobres y, por tanto, considera que esa es una realidad cristianamente virtuosa. Luego, el mérito no cuenta y sí un Estado dadivoso, mientras que la propiedad privada termina siendo la cristalización de una gran injusticia.
El cuestionamiento es fuerte, impactante. El punto, sin embargo, es comprobar si efectivamente Jorge Bergoglio piensa de esa manera. Porque semejantes aseveraciones deben ser cotejadas con sus palabras, sus discursos, sus documentos y, por supuesto, sus actitudes personales. Lo cual, ante todo, demanda dejar de lado prejuicios ideológicos, grietas con mucho de pasión y a veces poco de razón, una tarea ardua en la Argentina de estos años.
Por lo pronto, la reciente encíclica “Fratelli Tutti” (Hermanos Todos) sobre la fraternidad humana y la amistad social puede ser de una gran ayuda para desentrañar su pensamiento. Claro que, aunque resulte de Perogrullo, para eso hay que leerla. Y el problema es que muchos enarbolan la mentada crítica y muchos más la repiten sin haberla leído. O, al menos, eso es lo que se deduce porque, de lo contrario, sería difícil sostener el cuestionamiento.
No es este el lugar para reseñar las 200 páginas del documento. Pero sí para citar algunos pasajes clave. En el punto 162 dice: “El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular –porque promueve el bien del pueblo- es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, sus iniciativas, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna”.
Y completa: “Por ello insisto en que ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo deberá ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de la sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo”.
En fin, concluye Francisco: “No existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo”. No parece entonces que la pobreza sea una situación virtuosa, ni tampoco el subsidio permanente, ni mucho menos el clientelismo. Lo importante es que las personas salgan de esa situación y se desarrollen por su propio esfuerzo. El Estado, sí, debe contribuir a generar las condiciones para la igualdad de oportunidades".
¿Pero el Papa no quiere el capitalismo? Si efectivamente no lo quiere, ¿qué sistema prefiere? ¿El comunismo? ¿Un estatismo asfixiante? En la encíclica queda claro que opta por un capitalismo con rostro humano, donde la persona humana sea el centro y no las finanzas. ¿Invento de Francisco? No: lo dijo hasta el cansancio Juan Pablo: economía social de mercado. ¿Utopía? Habría que preguntarle a Alemania.
Sin embargo, ¿está en contra de la meritocracia? No es necesario apelar a grandes elucubraciones para responder. Alcanza con preguntarle a sus alumnos. Como profesor, era tremendamente exigente. Hay decenas de anécdotas que lo testimonian. Y apelar a la capacidad de cada uno para desarrollarse, como dice en la cita anterior, va en esa línea. Otra cosa es acompañar a quien necesita ser acompañado.
¿Y por qué insiste tanto en hablar de los pobres? La respuesta es eminentemente religiosa: por la insistencia que pone en ellos Jesús en el Evangelio. A veces, con tanta polémica, se pasa por alto que el Papa no solo es un líder con voltaje político, sino centralmente religioso.
Como persona, Francisco acierta y se equivoca. Obviamente, se puede disentir con él y hasta criticarlo, pero sobre cosas que realmente haya dicho o hecho. Para eso, de nuevo, hace falta menos ideología. que distorsiona la realidad, y menos grieta, que nubla la razón.