Incluso aquellos que prefirieron no salir por miedo a contagiarse, acompañaron desde sus casas con cacerolas o cánticos desde los balcones la movilización del 12O. El gran número de presentes demuestra que la sucesión de marchas no afecta a la convocatoria y el interés de múltiples sectores de mostrar su disconformidad con el gobierno permanece inalterable.
Además, se trató de una marcha de carácter federal: a pesar de que el núcleo neurálgico de la protesta estuvo en la Ciudad de Buenos Aires, hubo otros focos importantes en lugares del interior como Córdoba, Mendoza o Rosario. No se trató de una marcha apolítica, pero sí apartidaria. El hecho de que se utilizara la bandera argentina, los colores patrios y se cantara el himno nacional diluyó cualquier intento de capitalización partidaria. Se equivoca la oposición si piensa que se trató de una muestra de apoyó a un determinado partido o dirigente.
Al igual que las marchas anteriores, hubo una multiplicidad de reclamos. A pesar de que no existió un tema que predomine sobre los otros, hay tres elementos que se conjugan y explican en gran medida la convocatoria. En primer lugar, las consecuencias negativas de la cuarentena (o el ASPO, como prefiere llamarla el gobierno) y el agotamiento social que se desprende de ésta. Con más de 900 mil casos de Covid-19 confirmados y más de 24 mil muertos, a esta altura no quedan dudas de que la estrategia sanitaria fue un fracaso. Mientras tanto, en el contexto de dicho fracaso, algunas actividades continúan restringidas, muchas veces con criterios poco sensatos, lo que provoca el fuerte agotamiento de la ciudadanía.
Para aquellos que aún no pueden regresar a sus trabajos, el agotamiento se transforma en desesperación. El segundo elemento es de un fuerte contenido simbólico, y se vincula a cuestiones como la libertad, la institucionalidad y la separación de poderes. El gobierno intenta avanzar sobre la justicia y la libertad de prensa, lo que genera una gran preocupación (la marcha de hoy se dio también en el marco de la creación del NODIO, una iniciativa para monitorear la información). El tercer elemento es la economía, ya que la pandemia y las (in)decisiones tomadas por la administración de Alberto Fernández arrastraron al país a una profunda crisis, sin que se perciba una salida en el horizonte.
El elemento novedoso, pero a la vez preocupante, de la marcha de ayer es que por primera vez se cruzaron grupos de manifestantes en contra y a favor del gobierno. Sucedió en la Quinta de Olivos, donde por un momento la tensión fue grande y se temió por un estallido de violencia. El recuerdo de las protestas por la Resolución 125 es inevitable. En aquella oportunidad, sectores K agredieron en Plaza de Mayo a los manifestantes que apoyaban la protesta del campo (Luis D’Elia golpeó en el rostro al ruralista entrerriano Alejandro Gahan y la imagen quedó inmortalizada en todos los medios). Esta vez, aunque hubo algunos insultos, no hubo mayores incidentes gracias a un cordón policial que separó a militantes peronistas de manifestantes opositores. Sin embargo, preocupa la intolerancia y la violencia que se entrelazan con los intereses políticos y partidarios.
En el marco de esta masiva protesta, Roberto Lavagna twitteó agregando un componente político curioso. El exministro de Economía recordó que una ruptura entre presidente y vice en Argentina puede ser perjudicial para el sistema político y lo desaconsejó; al hacerlo desmintió el supuesto de que Alberto Fernández se radicaliza por influencia y culpa de Cristina, y que por lo tanto la ruptura permitiría un giro del gobierno hacia el centro. Con sentido común e histórico, Lavagna consideró que quien debe girar es la propia Cristina y así evitar una crisis política mayor.
¿Escuchará el gobierno el reclamo de la “calle”? ¿Escuchará Cristina a Roberto Lavagna, permitiendo un giro moderado hacia el centro? A través de una serie de tweets (que el presidente Fernández retwitteó), Agustín Rossi sostuvo que la marcha fue convocada por la oposición y los medios de comunicación. El gobierno no termina de comprender que la radicalización, la confrontación y el hacer oídos sordos frente a los reclamos de la ciudadanía es lo que termina promoviendo las marchas en su contra. Es el propio gobierno, no es la oposición, ni los medios.