Lo que Alberto quiso que fuera una ocasión para sensibilizar a su gobierno con una muerte, al menos con una, no la de ninguna de las 37000 víctimas mortales del COVID, sino la de Diego Maradona, se volvió en su contra. Y reveló lo frágil de su autoridad, lo flaco de su olfato, y tal vez lo peor, la poca cancha que tiene.
Organizar un velorio masivo para Diego podía ser algo inevitable, algo que habría hecho en su lugar cualquier otro presidente. Podía ser también, hasta cierto punto, una legítima apuesta política hacerlo en Casa Rosada. Lo seguro, de lo que no podía caber ninguna duda, era que se trataba de un enorme desafío de seguridad pública.
Por algo, hace añares que los espectáculos futbolísticos son básicamente eso en nuestro país, episodios supervigilados, coartados por todo tipo de prohibiciones, enormes esfuerzos para las fuerzas de seguridad, y a veces, ocasión para graves desmanes. Porque el caos está siempre latente, y siempre hay gente zarpada que puede hacer estallar las cosas al menor desliz.
Si Alberto pensó que podía reeditar el enorme éxito político de las exequias de Néstor de diez años atrás, se equivocaba con el público y con el método. La gente que adora apasionadamente a Diego en muchos casos se le parece no en sus mejores rasgos. Para empezar, no suele tener gran afección por las reglas y la autoridad. Así que el presidente se ponía a merced de una masa de gente que era bien distinta de la que acompañó a Cristina en su tragedia personal, en 2010, y la catapultó a la reelección.
Pero además Alberto tenía que saber que sus circunstancias eran demasiado distintas a las que rodearon a Cristina entonces como para encarar alegremente la cuestión. No cuenta con un gobierno bien equipado para organizar eventos de masas y crear imágenes públicas movilizadoras, ni siquiera con uno que controle mínimamente la calle, sepa usar a la policía, o disponga de voluntarios bien organizados que movilizar. Se tiraba a la pileta con lo puesto, y se le escapó la malla.
Si se imaginaba por un momento la reunión preparatoria, con Wado De Pedro, Sabrina Frederic y Santiago Cafiero, podía más o menos anticiparse este resultado. Ni una fiesta de 15 podía salir bien con ese equipo. Después de lo sucedido en Olivos con la policía bonaerense, varios meses atrás, el presidente debe saber que tiene un problema a la hora de asegurar el orden público. Que ahora se recontraconfirmó, y a la vez se agravó. Si no quiere cambiar su política económica, le conviene al menos cambiar a quienes se ocupan de que grupos aún pequeños pero decididos (no fueron más de doscientas las personas que rompieron los controles y tomaron por asalto la casa de gobierno), no pongan todo patas para arriba si se les canta.
La otra cuestión que tenía que administrar bien eran las señales y gestos de politización del acontecimiento. Para lo que la vida entera de Diego Maradona tenía muchas lecciones de las que aprender. Porque, sobre todo en sus últimos años, él mostró una gran vocación por politizarse, pero también gran dificultad para hacerlo con provecho, para él y para sus más o menos ocasionales compañeros de ruta. Siempre restó tanto como lo que sumó. ¿No tendría que haber advertido Alberto que lo mismo podía sucederle a él cuando se presentara como su deudo más devoto y más afín a sus convicciones y legado?
Alberto tendría que haber medido muy cuidadosamente sus gestos y los de su gobierno, para evitar que la intención de sacar un provecho político se desnudara, y se volviera en su contra, en contra de su frágil autoridad. No lo hizo. La Casa Rosada tomada, con gases lagrimógenos, al borde del saqueo, la desesperada movida para esconder el féretro, todo resultó una bomba destructiva de nuestra frágil institucionalidad. Y lo fue aún más porque en las horas previas, Alberto no se privó de nada, se hizo filmar colocando él en persona un pañuelo de las Madres, como hicieran las Madres con Néstor hace 10 años. Se mostró en el balcón saludando a los hinchas y luego desesperado tratando de contenerlos. Quiso extender el horario de concurrencia del público como si esa pudiera ser una solución, y no una vía para terminar de complicarlo todo. Y encima, después de meses de no hablar con el presidente y negarse a ir a cualquier evento o reunión que la necesitara en Casa de Gobierno, Cristina también apareció mágicamente a dar el presente y sumar fotos de abrazos conmovedores. Si ese fue el comportamiento de los jefes, se entiende que todos los demás en el gobierno se prendieran al circo de las exequias patrióticas, sin ocuparse en lo más mínimo de evitar el escándalo.
Maradona fue un paciente muy difícil, porque se negó a cambiar de vida, poner en ella un poco de orden antes de que fuera tarde, como le rogaron que hiciera muchos de los médicos que lo atendieron. La Argentina es también un paciente difícil, pero encima en vez de un gobierno formado por médicos responsables que advierten el peligro, tiene al frente una banda de improvisados que no deja irresponsabilidad por cometer. Alberto, casi uno más de los hinchas coreando el nombre del ídolo en el patio de las palmeras, demasiado seguido olvida que su trabajo es otro, y no lo está haciendo nada bien.