Los conflictos -por ahora sólo docentes- que están
estallando en el país, van colocando al gobierno pingüinero en una encrucijada
en la que ni imaginaban estar hasta hace pocos meses atrás.
En la provincia de Santa Cruz, los gremios docentes y
estatales se hartaron de tantos años de mentiras y de “aprietes” para
silenciarlos en cuanto expresaban un mínimo descontento, y ya le dijeron
“basta” a su antiguo gobernador Néstor Kirchner, llegado en paracaídas a
la presidencia de la Nación únicamente gracias a un exiguo 22% de votos y a la
defección de Carlos Menem. Las marchas de protesta, que abarcan cada vez más
ciudades de esa provincia austral, continúan sin detenerse, sostenidas por si
fuera poco por el propio obispo de Río Gallegos, Juan Carlos Romanín. Algo que
acrecienta la furia presidencial y que ya lo hizo iniciar otro entredicho con la
Iglesia, que por su parte, a través del reciente documento de la Conferencia
Episcopal, había solicitado nuevamente una mayor igualdad social para el pueblo
argentino.
Por si fuera poco, al presidente la única solución
que se le ocurrió fue militarizar la provincia, enviando a Gendarmería,
Prefectura y la policía a cercar las escuelas, impedir el acceso a las mismas
de las autoridades educativas y la realización de actos de protesta en los
establecimientos, e incluso, por obra y gracia de sus alcahuetes locales, atacar
con bombas “molotov” a algunos grupos que se reunían frente a las escuelas.
Pero las protestas acaban de tomar un cariz mucho más
grave en las últimas horas en Neuquén y Salta. En la primera de ellas la policía
provincial -al margen de que en situaciones como las generadas la adrenalina
sube y traiciona- actuó con bastante exageración disparando sus balas de goma
a centímetros de los manifestantes docentes, con el resultado de una persona,
quien además se encontraba dentro de su automóvil, que al cierre de esta nota
se encontraba en estado desesperante por impactos recibidos en su cabeza y
cuello.
En Salta la situación no es menos grave. Grupos de
manifestantes, también trabajadores docentes y estatales, llegaron a cercar la
Legislatura provincial impidiendo la salida de los diputados. El saldo fue casi
similar al de Neuquén, con la intervención policial dispersando violentamente
a esos grupos, aunque hasta el momento no se conocía de la existencia de
heridos.
Volver a los ‘70
En una palabra, volvió la represión para acallar las
protestas. Pero volvió al revés. Esta vez no son los gobiernos militares los
represores, sobre quienes el inquilino de la Casa Rosada gusta tanto de disparar
sus dardos y pretende alentar -con la complicidad de los organismos que dicen
defender los derechos humanos, su claque izquierdosa y su propaganda- a
la población en general a que haga lo mismo. Ahora es un gobierno presuntamente
democrático el que reprime a los trabajadores contestatarios, que lo son porque
los mueve únicamente la exigüedad de sus sueldos y no algún maligno deseo de
subvertir el orden constitucional y tomar el poder por las armas.
El presidente, que tanto machaca en sus
discursos de atril con el recuerdo de los años de plomo, los represores, los
uniformados a los que dice no tener miedo y la “sangre inocente” de tantos
“jóvenes idealistas”, se está dando finalmente el gran gusto: volver a los
’70. Sólo que, como se dijo antes, volvió al revés. Quien imprime a
muchos de sus actos una impronta setentista y se rodea de personajes que sí
actuaron en la violencia setentista –no como él que en ese entonces se
refugiaba en Santa Cruz para dedicarse a hacer dinero generalmente no muy bien
habido- es el que ahora, en pleno 2007 y en un gobierno por muchas de sus
acciones cada vez menos democrático –solamente civil y nada más-, está
desatando la represión que tantas veces atacó. El pez por la boca muere,
dicen las abuelitas.
Mientras tanto, refugiado hasta que pase el largo fin
de semana pascual en su reducto de El Calafate, bien protegido además por un
destacamento de gendarmes –el miedo no es sonso, también dicen
las abuelitas- hace igual que los tres monitos: se tapa los ojos, los oídos y
la boca para no ver, oir ni hablar sobre lo que se le está viniendo abajo en
varios puntos del país. Ya llegará el lunes siguiente para regresar a la
rosada pingüinera y, junto a sus alcahuetes más cercanos –no necesariamente
todos son ministros sino éso- elucubrar sobre la marcha de los conflictos y
considerar los pasos, muy difíciles pasos, a seguir en los prolegómenos, nada
menos, de su campaña reelectoral.
Néstor Carlos Kirchner espera, y también desespera,
muy lejos de todo lo que se está incendiando en algunas provincias, además de
la suya. Incluso en Santa Fe y Entre Ríos, donde el agua que cubre ciudades y
campos parece en realidad nafta, ya que está provocando otros incendios: los
generados por tanta gente también harta de la inacción oficial frente a sus
desgracias, una inacción de largo arrastre.
El presidente, al menos por estos días feriados y
lejos física y mentalmente de todo, prefiere repetirse una y otra vez, aunque
íntimamente no se lo crea, aquello que dijo un antecesor suyo hace exactamente
20 años, al arengar a la ciudadanía luego de una crisis militar: “La casa
está en orden”. Obviamente sabe que no lo está y que además la casa
amenaza con desordenarse cada vez más. Pero por ahora prefiere, para descansar
un poco antes de lo que se viene, el autoengaño.
Este domingo de Pascua, incluso, hubiera querido
desenvolver allá en El Calafate algunos de esos vistosos huevos que se
obsequian en esas ocasiones.
Pero ya no tiene...
Carlos Machado