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Cuando las tizas se manchan con sangre

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NUEVO ANIVERSARIO DEL CRIMEN DE CARLOS FUENTEALBA
NUEVO ANIVERSARIO DEL CRIMEN DE CARLOS FUENTEALBA

    Esta ha sido una de las consignas de las movilizaciones y marchas realizadas en toda la Argentina con motivo del fusilamiento del compañero profesor Carlos Fuentealba. En la realizada en la ciudad de Neuquén, en donde se produjo el bárbaro acto asesino, hemos podido ver las imágenes y escuchar las declaraciones de su viuda, Sandra Rodríguez, que no pueden más que consternarnos profundamente.  

 

    Ellas, y por supuesto el hecho en sí, nos deberían llevar a la necesidad de reafirmar mucho de lo que venimos sosteniendo sobre las miserias de nuestra democracia y sobre la institucionalidad de nuestro sistema político. Porque Sandra y sus hijas son hoy las víctimas de un estado de desprecio hacia la vida, como ayer lo han sido decenas de miles de seres en nuestro país.  

    ¿Quién tiene el derecho de quebrar una vida o de fusilar a una familia entera?  

    ¿Quién puede desconocer que lo sucedido no es un hecho aislado, sino simplemente uno que ha concluido en desgracia humana?  

    ¿Quién puede encontrar en la represión y la muerte la esencia de ser de un Estado y de sus fuerzas policiales y militares?  

     Seguramente que desde la mirada ética y humanista de la vida nadie. Absolutamente nadie.  

     Pero la realidad y lo que vamos padeciendo desde siempre dice que ello es así. Que existen los asesinos y los intolerantes, que existe un Estado autoritario, represor y cómplice, que existen dirigencias de todo tipo de clase que se entregan al poder de turno sin interesar que sea éste militar, peronista, radical, pseudoprogresista o transversal. Acaso no nos debe llamar la atención que el “famoso movimiento obrero organizado” no haya tenido la capacidad y la valentía de establecer un paro general nacional con movilización en todas las ciudades por el compañero fusilado. Acaso tampoco que la calculista miopía de los partidos políticos -al menos los más representativos- se hayan hecho los distraídos. Vergüenzas argentinas sin más.

    Desde la Justicia se contribuye a permitir estas cuestiones, con sus lentos procesos -cuando no interminables- y siempre proclive a permitir las prescripciones como lo más natural del derecho. Si hasta dudan de cómo deben llevar adelante los juicios a todos los genocidas que ensangrentaron nuestra historia, familia y memoria. Que más pedirle sobre aquello que es obligatorio resorte moral y profesional de jueces y fiscales.  

     La clase política, vitalicia y enquistada en los parlamentos que supuestamente nos representan, tampoco se preocupa por llevar adelante la tarea de investigación y enjuiciamiento que terminen en los juicios de responsabilidad -juicios políticos- urgentes, indispensables y necesarios ante las denuncias como ante los hechos por sí mismos más que comprobados. Esta preocupante inacción, la que tiene en su origen y permanencia solamente en el leitmotiv de pensar que mañana serán ellos mismos los que estarán ocupando los idénticos sitiales y serían sujetos de las propias incriminaciones y denuncias, debe preocuparnos a los ciudadanos representados.

    Una muerte injustificable es siempre detestable y no debería soportar el más mínimo análisis sobre las circunstancias del caso o bien de las situaciones reinantes en su conjunto. Una muerte hostil y contraria al género humano como la perpetrada contra nuestro compañero Fuentealba es un grito de terror y de miedo, que actúa como una advertencia hacia los que luchamos y no nos doblegamos.

    La aborrecible muerte por fusilamiento enerva nuestras convicciones y demuestra la cobardía institucionalizada. Cuando la misma se produce sobre la existencia misma de un trabajador de la educación tiene una connotación especial, porque en definitiva no deja de ser un ataque a la enseñanza misma, a la formación y porvenir de nuestros hijos y a la libertad de maestros y profesores.  

    Si los ciudadanos no tomamos conocimiento interior del bien y del mal que esto produce y no tratamos de analizar la realidad, con su historia y su presente que nos dicta que está en el desprecio a la vida una de las madres del terror, no terminaremos jamás de comprender nada. Lo peor… todo seguirá igual.  

    Ahora bien. Hasta aquí la apretada realidad.  

    El tema es cómo podemos cambiarla entre todos. Y bueno… ahí se presenta el dilema, ahí la cuestión parece presentarse complicada para resolverla.  

    Sin embargo, existe una salida que debemos encontrarla en la lucha social y popular, en nuestra movilización constante, efectiva y progresiva, en la militancia por la vida, por la justicia y por los derechos y garantías constitucionales que tenemos todos los habitantes de la Nación. De ser así estos hechos lamentables no terminarán siendo una anécdota, porque será siguiendo muy triste y doloroso el futuro que no recoja las experiencias, y donde estas calamidades sigan siendo colocadas como referencia en el calendario y a la que se les eche mano al momento de mencionarlas como efemérides de tal o cual día.  

    Si nosotros, como pueblo que somos, no tomamos conciencia del poder que unidos poseemos la salida será de dudosa o nula resolución, porque sabemos muy bien que ninguna transformación puede terminar con revoluciones llevadas adelante por unos pocos, o por iluminismos e iluminados, o con actos de coraje que no encuentren un sustento popular serio y mantenido en el tiempo. El ganar las calles y no abandonarlas hasta que se haga justicia y se cambien las cosas será entonces imprescindible.  

    Son éstos los momentos oportunos, porque la sinrazón de terminar con la vida de cualquier ser humano debe hacernos renovar y recobrar nuestro poder de convicción de que “Nunca Más”, el que sea detonante y dinamizante de las acciones futuras y necesarias en la lucha y protesta social que obligue a que se realicen los cambios que exige la vida en sociedad. Será entonces el momento de que la democracia encuentre en la participación del pueblo su razón de existencia, porque la mera e insignificante representación ya ha demostrado su impronta dañina.  

     Si la situación planteada con éste nuevo asesinato, cobarde e inhumano, termina siendo una sencilla bajada de banderas más, como sucedió con otros lamentables hechos de nuestro pasado no tan lejano, estaremos nuevamente rendidos al juego de los políticos “de turno” o de aquellos que están agazapados esperando “su turno” para proponer y llevar adelante recetas tan antiguas como inmundas.  

     Es imprescindible nuestra exigencia por el debido proceso que termine en la condena de los asesinos, fusiladores y genocidas, la renuncia de todos los responsables de las órdenes de represión, el procesamiento penal de cada eslabón de las cadenas del poder político llegando así a los verdaderos culpables y autores intelectuales directos e indirectos. Ya que de no ser así, será nuevamente la inmunidad de muchos de los que se consideran servidores públicos y con el derecho de actuar y decidir según les venga en gana. Obviamente sin responsabilidad alguna y habiéndose servido de lo público, eso que incuestionablemente debe ser de todos y para todos.  

     Solamente un desprevenido, un desinformado o bien un habitante del espacio sideral puede desconocer que la politiquería terminará tapando la verdad, que se encargará de ir imponiendo múltiples temas irrelevantes para así contribuir al inconsciente colectivo. Ése al que tenemos especial inclinación los argentinos. Y cuidado, porque acá estamos hablando de la vida, del respeto irrestricto por los derechos del hombre y del ciudadano, de la salvaguardia de la existencia de la vida por sobre la muerte y la desaparición de nuestros queridos hermanos.  

     Acá no es cuestión de exitismos económicos que puedan tapar la vida real y que pueda contener a un Poder y a unos pocos que puedan disfrutar de un bienestar amarrete y tacaño; porque tenemos presente ante nosotros a un sistema de exclusión permanentemente diseñado y rediseñado para elevar las diferencias entre ricos y pobres, entre incluidos y excluidos, y entre beneficiados y perjudicados.  

     Con “bastones largos”, con “noche de los lápices”, con las represiones indiscriminadas en todo el país sobre los docentes, con presupuestos raquíticos en materia de educación, con sueldos miserables, marginales y de hambre para todos los trabajadores de la educación, con la falta de infraestructura y deficiencias edilicias y mobiliarias, con la negación al suministro de los adelantos tecnológicos, informáticos y de telecomunicaciones en nuestras escuelas y universidades, con el sostenido desprecio en temas de ciencia y tecnología, con escuelas secundarias y universidades vacías de debate en los disentimientos y discrepancias, con nuestros menores en la calle mendigando, expuestos a la humillación diaria o siendo presa de los abusos y la drogadicción, entre muchísimos flagelos diversos; será imposible seguir pensando en las bondades que el actual sistema constitucional y democrático nos pueda ofrecer.  

     Todos sabemos que es así. Quedarnos quietos e impávidos producto de la situación pasajera, que solamente a algunos contiene por conveniencia, es en sí mismo el nido de la ignominia. Es ese mismísimo caldo de cultivo del pensamiento y prácticas autoritarias y fascistas que siempre está disponible a la hora de mantener el status quo.  

     Cambiémoslo entonces. Luchemos sin descanso. Utilicemos todos los medios y elementos que tenemos disponibles y a nuestro alcance.  

     Saber que el Poder es como un viajero transeúnte, tal trashumante, no alcanza. Pensar en esas mentiras de que la situación cambiará paulatinamente tampoco alcanza. Esperar pacientemente y con los brazos cruzados la redistribución del ingreso y la justicia social tampoco alcanza. Debemos cambiar sus ejes, sus métodos, sus mentiras y fundamentalmente debemos comprender que será posible una transformación social y una revolución de las ideas que parta desde nuestras más íntimas convicciones.  

    ¿Llegará o no llegará? Eso es en todo caso una cuestión reservada a la historia que cada uno de nosotros deberá decidir. Pero debemos que saber que está en nosotros cambiarla.  

     Seguramente la pérdida de la vida de Carlos Fuentealba encontrará una respuesta, aunque triste sin dudas, si somos capaces de que no nos dobleguen.  

     Seguramente si lo intentamos y logramos en nuestra Argentina las tizas no se mancharán con sangre.  

    ¡Nunca más!  

 

Hugo Alberto de Pedro

 
 

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