La eventual aprobación del proyecto que legaliza el aborto –que esta vez parece estar muy cerca de concretarse- le provocará a Alberto Fernández un enfriamiento de su relación con el Papa Francisco, que venía siendo fluido y cooperativo de parte del pontífice –recordemos su implícito apoyo a la renegociación de la deuda con el FMI- y le abrirá un frente con la Iglesia, que está desarrollando un papel de amortiguación social ante la crisis económica, agravada por la pandemia.
Un simple sondeo en los medios eclesiástico permite detectar un profundo malestar no solo por el proyecto en sí –para los católicos (que argumentan apoyarse en la ciencia) hay vida desde la concepción-, sino también por la oportunidad: al final de un año signado por las trágicas consecuencia del COVID con su secuela de muertes, stress del sistema sanitario y necesidades básicas que se dispararon. Y por su tratamiento veloz que por poco no fue solo por Zoom.
Consideran, además, que el proyecto está fuertemente motivado por la necesidad de satisfacer un reclamo de sector de la sociedad –que ni siquiera es mayoritario, según todas las encuestas conocidas, apuntan)- y a la vez usarlo como cortina de humo frente a un ajuste económico que, entre otras derivaciones, afecta a millones de jubilados con un recalculo del aumento de sus haberes que, lejos de una mejora real, los perjudica, hecho además sobre montos misérrimos.
Dos datos reflejan la gran preocupación eclesiástica. El primero es que los obispos decidieron postergar un pronunciamiento crítico amplio, que iba a incluir una demanda de respeto a la independencia del Poder Judicial, una recomendación de que el ajuste no recaiga en los sectores más desfavorecidos y una advertencia por el deterioro educativo. En cambio, se optó por que la declaración –que se difundirá esta semana- se centre en la legalización del aborto.
El segundo dato es la enérgica reacción de los curas villeros, acaso el clero más cercano al presidente. “Causa indignación que mientras trabajamos para que la gente pueda comer en medio de la pandemia, nos vengan con la propuesta del aborto”, declaró su integrante más conocido, el padre Pepe Di Paola. Paralelamente, decidieron contactarse con Cristina Kirchner –que dice valorar mucho su tarea- para tratar de que no opere a favor de la ley.
”Este proyecto no es equiparable al divorcio o al matrimonio entre personas del mismo sexo, sino que está en juego la vida”, subrayan en la Iglesia. Destacan, además, que todas las encuestas conocidas hasta ahora arrojan que son más los ciudadanos que se oponen a la legalización completa de la interrupción voluntaria del embarazo (si, respeto de violación, riesgo de vida de la madre, inviabilidad del feto, pero esto ya es legal).
Un efecto colateral de la eventual aprobación del proyecto que impulsa Alberto Fernández es que dañará al Papa frente al sector más conservador del Vaticano y el catolicismo en el mundo –minoritario, pero es muy activo- que cuestiona con fuerza su perfil aperturista. “El presidente dice que admira a Francisco y hasta le pidió ayuda, pero por otro lado está a punto de lastimarlo internamente”, dijo una fuente eclesiástica.
No obstante, en el Gobierno creen que la tensión no durará mucho. Que si, finalmente, se aprueba el 29 de este mes –la fecha estimada para la votación- luego vendrá la pausa veraniega y con ello se recuperará la serenidad. Y que “para marzo estaremos hablando de otras cosas”. Sin embargo, la misma fuente considera que quienes piensan eso “no conocen a la Iglesia, ni mucho menos a Jorge Bergoglio”.
Con todo, no debe esperarse una reacción inmediata y destemplada del Papa y los obispos. No es el estilo de una institución milenaria. Pero como reza el dicho “la procesión va por dentro”. Traducido en términos políticos: en un año electoral clave para el oficialismo, los tendrá en contra.