En los días en que estas columnas no estuvieron con ustedes siguieron sucediendo cosas, por supuesto, en la Argentina. Y naturalmente uno se siente tentado a no dejar pasar algunas de ellas. Por eso es posible que por los próximos días se vaya produciendo una suerte “fusión” entre temas que ocurrieron durante estas pasadas semanas y los que vayan apareciendo de ahora en más.
Entre estas cuestiones que, como siempre, asombraron a los argentinos de bien (porque si algo de verdad dijo el presidente desde que está sentado en su sillón de lacayo es que, efectivamente, hay “argentinos de bien” y “argentinos de mal”. El pequeño detalle es que yo considero “argentinos de mal” a los que él considera “de bien” y viceversa) estuvo el tweet de la diputada Fernanda Vallejos en el que decía que la Argentina tenía la “maldición de exportar alimentos” con lo que los precios locales de esos alimentos estaban ligados a los precios internacionales y que, por lo tanto, había que producir un desacople inmediato entre esas dos variables.
Uno se pregunta si ciertas personas han hecho un curso especial para reunir todas las características de lo impresentable. Porque es francamente llamativo cómo algunas, sin esforzarse demasiado, producen fluidas declaraciones cuyo denominador común es el disparate.
Otra coincidencia que se produce es que todas esas personas tienen una relación especial con Cristina Fernández. Por ejemplo, si hay un ser repugnante respecto de todas sus posiciones respecto del tema seguridad, es, sin dudas, Eugenio Zaffaroni. Defensor de delincuentes lisos y llanos (algunos directamente aberrantes), propulsor de la liberación de presos, indiferente al sufrimiento de las víctimas, instigador de jueces que han liberado homicidas que han vuelto a matar, en fin, un resumen de lo peor que puede esperarse en materia de seguridad ciudadana. ¿De quién es el referente en la materia Eugenio Zaffaroni? Por supuesto: De Cristina Fernández.
Veamos el caso de Vallejos. Una diputada insolente, soberbia, ignorante, que no distingue en materia económica un tornillo de una pipa, dice muy suelta de cuerpo que la “maldición” del país es ser un exportador de alimentos.
Después de haberse llenado la boca con la cantinela de que “la Argentina produce alimentos para dar de comer a 400 millones de personas”; después de haber vivido gracias a los monumentales precios de los commodities alimenticios durante los dos gobiernos de Cristina Fernández (y de haber despilfarrado y robado todo ese dinero que entró al país a paladas); después de haber tenido la increíble suerte de volver al gobierno cuando esos precios (de los cuales ellos, el país y su demagogia viven) vuelven a subir, esta impresentable tiene la caradurez de decir que todo eso es una maldición.
Se trata de la opinión propia de un parásito. De alguien que, cobrando un montón de dinero que le paga la sociedad con rigurosa seguridad los días 30 de cada mes, se atreve a calificar de maldición lo que es el fruto del trabajo ajeno, trabajo, repito, que, gracias a las múltiples expropiaciones y confiscaciones de que es objeto, les permite a personajes como Vallejos robar, hacer demagogia barata y vivir personalmente como reyes.
Pues bien, para volver a las llamativas coincidencias, ¿de quién es la “referente económica” Fernanda Vallejos? Por supuesto, de Cristina Fernández. Es como si siempre, todas las cartas en la baraja del mal, las tuviera Cristina Fernández.
La exportación es como las “ventas” de un país. Lo que un país exporta es lo que un país vende. Calificar de “maldición” lo que un país vende es lo mismo que rezar para no tener trabajo o que el kioskero implore para no vender ni un caramelo o, lo que es lo mismo, que desee con todas sus fuerzas que el precio de los caramelos se derrumbe casi al punto de no valer nada. Creo que hasta un chico de séptimo grado usando solo el sentido común puede hacer pedazos a Vallejos en un debate.
La teoría del “desacople”, es decir, de generar artificios para que los precios locales de los alimentos queden desvinculados de la realidad internacional no es algo que el kirchnerismo proponga sino algo que el kirchnerismo ya hizo, con lo cual, no cuesta ningún trabajo ver cuáles han sido sus consecuencias.
En efecto, durante los kirchneratos de Néstor y de su viuda ese engendro ensayó, con Guillermo Moreno en la secretaría de comercio, toda esta serie de experimentos para defender “la mesa de los argentinos” y para demostrar que “con la comida no se jode”, como rezaban las pegatinas que inundaban la ciudad en aquellos días.
El resultado fue que la Argentina perdió completamente sus áreas sembradas de trigo y maíz, que se dirigió prácticamente hacia el monocultivo y que perdió 12 millones de cabezas de ganado (el rodeo completo de Uruguay) stock que los argentinos “se comieron” artificialmente porque el gobierno impuso precios de “desacople”.
Fueron decenas los mercados internacionales que se perdieron. Hasta Uruguay nos superó en la exportación de carnes y el país tuvo que importar trigo por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, momento en que, casualmente, también gobernaba el peronismo.
Fernanda Vallejos es un dato menor. No tiene ninguna relevancia. Todo el espectro profesional de economistas la tiene como lo que es: una ignorante, lo que es, sí, una verdadera maldición.
El tema aquí es que el país está preso de una condena mayor: todos los que sostienen teorías impresentables en todos los campos de la vida pública como son las relaciones exteriores, la economía, la seguridad, la educación, la salud pública o las relaciones laborales -por mencionar tan solo algunas- están cruzados por un denominador común: son los “referentes” en cada una de esas áreas de la persona que manda en la Argentina: Cristina Fernández.