Otra de las barbaridades que comenzaron a estudiarse ya con más detenimiento y decisión durante el receso de estas columnas fue la estatización del sistema de salud.
El convencimiento con el que el kirchnerismo radicalizado ha encarado esta nueva etapa suya en el gobierno para llevar a la Argentina a un esquema de economía completamente socializada al estilo de los más grandes y resonantes fracasos de este siglo y del pasado, resulta particularmente llamativo.
Que alguien ponga tanto empeño en adoptar lo probadamente fallido sería digno de un estudio profundo por el que quizás se logre descubrir cuáles son las razones por las que un conjunto de dirigentes y, al menos, una parte importante de una sociedad, abrazan prácticas completamente fracasadas que, por cierto, dan garantía empírica de dirigir a quienes las adoptan a los sótanos más profundos de la miseria.
Seguramente uno de los primeros pasos que debería dar ese estudio es separar las razones que para tan esquizofrénico propósito pueden tener los dirigentes por un lado y la gente por el otro.
Yo al menos no tengo dudas de que las razones de los dirigentes es el dinero: bajo estos sistemas se utiliza la “simulación” del Estado (de la estatización) para, en realidad, traspasar la propiedad operativa de compañías y sectores enteros de la actividad productiva, no a las manos del Estado, sino a las manos de personas de carne y hueso que, con los dineros públicos, se enriquecen personalmente por la vía de medrar con los negocios o las actividades que confiscaron.
Para lograrlo, estos energúmenos venden el verso de la socialización de los servicios y de la producción haciéndole creer a la gente que ahora estas actividades “son de ellos”. El pequeño detalle es que el idiota útil (cuyas motivaciones para dar acuerdo y respaldo a esas iniciativas veremos seguidamente) no advierte que “él” jamás tendrá acceso al ejercicio operativo de la propiedad de ese bien que quedará reservado a la casta que se sienta en los sillones del Estado y que se presenta ante el pueblo, a los efectos prácticos, como “el Estado”, como la encarnación del Estado.
Obviamente, quienes se apropian de las poltronas públicas acceden, de ese modo, al manejo de millones dólares que son los que explican su nivel de vida, sus propiedades, sus fortunas y su notoria desigualdad respecto del pueblo raso.
Diferentes son las motivaciones de la parte de la sociedad que apoya estos fracasos. ¿Por qué una parte del pueblo podría apoyar la adopción de estrategias y políticas que han significado la pobreza y la miseria de millones de personas en otras latitudes? ¿Cuál es el recóndito mecanismo mental que explica semejante preferencia insana?
Hay solo dos sentimientos humanos que pueden explicar semejante cosa: la envidia y el resentimiento. A su vez ambos son consecuencia de un déficit madre: la ignorancia.
En efecto, la furia retenida, el rencor sordo, la bronca contenida encuentran en el resentimiento y la envidia una válvula de escape. Esos sentimientos, bien explotados por el líder populista inflamado e incendiario producen una mezcla casi perfecta que explica, de un lado y otro, la adopción de las políticas del fracaso: los políticos para su propia conveniencia metálica y los que apoyan desde la sociedad por resentimiento.
Quien está resentido contra sus pares prefiere que un capitoste que se encarna en el poder del Estado se enriquezca obscenamente a cambio de ver caer en desgracia a su par. No le importa que él caiga en la miseria también ni que el capitoste lo robe: lo importante es que aquel a quien envidia y contra el que está resentido muerda el polvo igual que lo muerde él.
No ve en el capitoste a un ladrón. Al contrario: ve a su propio brazo ejecutor de justicia que le corta la cabeza a aquellos a quienes no soporta.
Tomado de este escenario, el kirchnerismo está avanzando a paso firme para estatizar (quedarse ellos con las actividades, porque su plan es no irse nunca del poder) todos los sectores remanentes que aún operan bajo el sector privado.
En algunos casos puede hacerlo mediante la confiscación directa y en otros sometiendo a la actividad a una serie de regulaciones de tal magnitud que, a los efectos prácticos, es lo mismo que si estuviera estatizada.
Ese es el plan ahora para la cuestión de la salud pública. Según el ideal del Instituto Patria todos los prestadores de servicios de salud (las obras sociales y las prepagas) pasarían a formar parte de un sistema “integrado” de salud pública. El modelo se titula “Ejes centrales para un programa de salud 2020-2024” y han puesto al marxista Nicolás Kreplak (foto), viceministro de salud de la provincia de Buenos Aires a manejarlo.
El objetivo es “recuperar la gobernanza del sistema de salud a través de la conducción global de políticas de salud de los organismos nacionales bajo un criterio general de centralización normativa y descentralización operativa”. ¿Se imaginan lo que le puede esperar a la salud de los argentinos que aún acceden a un sistema relativamente eficiente de salud después de que se implemente un programa como este? Huelgan los comentarios.
Paradójicamente la esperanza de que este plan se les pudra, puede derivar de una muy divertida e interesante causa: en parte del sistema que quieren cooptar reinan los muchachos sindicalistas.
Estamos en los prolegómenos de una lucha entre dos titanes, maestros del robo: los políticos kirchneristas y los gremios.
Las prestadoras privadas pueden asemejarse en este caso a lo que ocurrió en su momento con las AFJP: esas empresas están en una situación tan delicada que no sería extraño que bajen los brazos y le tiren las empresas por la cabeza al Estado con moño y todo. Pero los sindicalistas van a luchar para defender su negocio millonario. Ese será el principal escollo que enfrentarán los ideólogos del “capitalismo para ellos con la plata ajena” del Instituto Patria y Cristina Fernández. Si no fuera porque estamos nosotros en el medio, sería un partido lindo para mirar.
Es posible que como buenos socios en el latrocinio, kirchneristas y sindicalistas lleguen finalmente a una fórmula para repartir este nuevo botín. De lo que no cabrán dudas es que los argentinos que aun la tienen dejarán de tener una prestación médica como la gente. Serán todos iguales: nadie tendrá nada; solo miseria.