“Ni la virtud ni los talentos tienen precio, ni pueden compensarse con dinero sin degradarlos". Manuel Belgrano
Bajo las altas temperaturas de enero de 1814, el general Manuel Belgrano abandona Jujuy. Manuel Dorrego con una división de 500 hombres protege la marcha de los patriotas. El enemigo es hostigado en varios frentes, mientras las autoridades de Buenos Aires, adoptan medidas a fin de procurar los refuerzos necesarios para el ejército derrotado en el altiplano.
El 16 de diciembre de 1814, el Ejecutivo nombra al mayor general del Ejército Auxiliar del Perú al coronel José de San Martín, y lo nombra segundo jefe en reemplazo de Díaz Vélez.
Dicho nombramiento alegra a Belgrano, quien al tomar conocimiento del mismo le escribe: “No se decir a Ud. lo bastante cuánto me alegro de la disposición del gobierno para que venga de jefe del auxilio con que se trata de rehacer este desgraciado ejército; ojalá que haga otra cosa que le pido, para que mi gusto sea mayor”. En estas líneas puede advertirse el deseo de Belgrano para que San Martín asuma la dirección del Ejército.
Continúa el escrito: “… La patria necesita que se hagan esfuerzos singulares, y no dudo que Ud. los ejecute según mis deseos para que yo pueda respirar con toda confianza y salir de los graves ciudadanos que me agitan incesantemente. Crea Ud. que no tendré satisfacción mayor que el día que logre tener el placer de estrecharlo entre mis brazos, y hacerle ver lo que aprecio el mérito y honradez de los buenos patriotas como Ud”.
Transcurridos dos días, y con la humildad que lo caracteriza, Belgrano eleva su renuncia como General en Jefe del Ejército del Perú, y solicita continuar a cargo del Regimiento Nro. 1.
La grandeza de Belgrano le permite ubicarse sin problemas bajo las órdenes de San Martín, que sabe explicar los méritos militares del triunfador de Tucumán y Salta. En su correspondencia Belgrano le recomendaría: “La guerra no la ha de hacer Ud. con las armas, sino con la opinión, afianzándose siempre en las virtudes naturales, cristianas y religiosas; pues los enemigos la han hecho llamándonos herejes, y sólo por este medio han atraído las gentes bárbaras a las armas, manifestándoles que atacábamos la religión… Añadiré únicamente que conserve la bandera que dejé: que la enarbole cuando todo el Ejército se forme; que no deje de implorar a Ntra. Sra. de las Mercedes nombrandola siempre nuestra Generala, y no olvide los escapularios a la tropa; deje Ud. que se rían; los efectos lo resarcirán a Ud. de la risa de los mentecatos que ven las cosas por encima”.
San Martín sale de Buenos Aires el 18 de diciembre y llega a Tucumán en la madrugada del 11 de enero. Observando las directivas de Belgrano, continúa la marcha hacia el norte, avanzando con la caballería a fin de proteger la retirada de Jujuy del grueso del ejército.
Dentro de sus cálculos estratégicos Belgrano estima que el plan de Pezuela es perseguir los restos de su ejército hasta Salta, donde se detendrá para reorganizar sus fuerzas y lograr auxilios del frente realista destacado en Montevideo. Esto se lo comunica a San Martín, con quien intercambia mucha correspondencia, donde además, deja entrever el deseo mutuo de los dos próceres de reunirse, para aunar esfuerzos en beneficio de la Patria.
Belgrano está muy delicado de salud y le escribe a San Martín el 17 de enero: “Voy a pasar el río Juramento y respecto de hallarse Ud. con la tropa tan inmediato sírvase esperarme con ella”. San Martín se halla a pocos kilómetros de allí, en las proximidades del poblado de Algarrobos, donde se apresta a esperar a Belgrano. Ese mismo día se conocen personalmente estos dos hombres, confundiéndose en un fraternal abrazo, en el que nace una sincera amistad, cimentada por la pureza de sus principios.
Belgrano le informa a San Martín de sus planes y optan por apurar la retirada, desistiendo de la idea de atacar la vanguardia realista sobre la margen sur del río de las Piedras. Los efectivos fraccionados avanzan hacia Tucumán.
El 21 de enero, desde la “Estancia Las Juntas”, Belgrano extiende un oficio a San Martín, ordenándole ponerse en marcha hacia la ciudad de Tucumán, con el objetivo de que reconocido como segundo jefe del ejército, proceda a la instrucción y disciplina de la tropa.
Mientras tanto, el Supremo Poder Ejecutivo, a cargo del Director Gervasio Posadas, extiende los despachos donde nombra al coronel José de San Martín, Jefe del Ejército Auxiliar del Perú. El 29 de enero Belgrano recibe la comunicación oficial e inmediatamente la da a conocer a todo el ejército y en nota al gobierno expresa: “… en con secuencia, fui a rendirle los respetos debidos a su carácter. Doy a V.E. mis más expresivas a la patria, lo ejecutaré con el mayor empeño y anhelo gracias por el favor y honor que me ha dispensado accediendo a mi solicitud; y créame que si cabe el redoblar mis esfuerzos por el servicio de la patria, lo ejecutaré con el mayor empeño y anhelo… era menester seguir el camino que me propuse desde que me decidí a trabajar por la liberta e independencia de América”.
Cabe consignar que hacia fines de 1813 el Supremo Poder Ejecutivo había acordado iniciar las investigaciones tendientes a establecer las responsabilidades en las derrotas de Vilcapujio y Ayohuma. El organismo constituido en Tucumán por el Dr. Antonio Alvarez Jonte y Francisco Ugarteche, tiene como finalidad estructurar la administración pública de las provincias. Dicha comisión comienza a tomar declaraciones a los oficiales que han participado en aquellas acciones y pide informes a Díaz Vélez y Gregorio Ignacio Perdriel. La comisión no llega a su cometido porque San Martín presiona a sus integrantes de no continuar con la investigación iniciada. Los integrantes de la comisión se dirigen al Director Supremo, haciéndole saber que suspenden las tareas “… por la desmoralización que resulta de procesar a un general con mando, haciendo deponer contra él a sus subalternos”.
Posadas exige por oficio a San Martín que ordene el inmediato traslado de Belgrano a Córdoba y debe dejar el mando del regimiento Nro 1 al oficial más antiguo que correspondiera.
San Martín responde con profundo respeto hacia Belgrano y destaca los numerosos factores que lo llevan a no cumplir sin pérdida de tiempo esa orden: El delicado estado de salud del brigadier, sus valiosos conocimientos de la zona, donde no hallará “un oficial de bastante suficiencia y actividad que le subrogue…”, además de la buena opinión que rodea a Belgrano entre los vecinos y la consideración con que lo juzgan los miembros del ejército. Finalmente, “en obsequio a la salvación del Estado”, solicita que se mantenga a Manuel Belgrano en el ejército de su mando.
A pesar de las razones expuestas, el gobierno de Buenos Aires, insiste en el cumplimiento de lo ordenado y el 18 de marzo, el jefe del ejército comunica al Director Supremo que Belgrano, enfermo, ha partido hacia Santiago del Estero, rumbo a Córdoba.
Allí permanece unos días hasta que las autoridades cordobesas, reciben instrucciones de ordenarle que continúe su viaje. A mediados de junio le ordenan detenerse en Luján. Enfermo de gravedad, logra por tal motivo llegar en calidad de detenido hasta una quinta de Buenos Aires. Se instala en San Isidro, donde comienza a escribir sus Memorias, en estos términos:
“… Nada importa saber o no la vida de cierta clase de hombres que todos sus trabajos y afanes lo han contraído a sí mismo, ni un solo instante han concedido a los demás; pero la de los hombres públicos, sea cual fuere, debe presentarse, o para que sirva de ejemplo que se imite, o de una lección que retraiga de incidir en sus defectos”.
….Ya hemos visto el reconocimiento del Libertador por el Belgrano militar, vemos ahora lo que ese Belgrano recomienda a aquel en su correspondencia: “La guerra no la ha de hacer Ud. con las armas, sino con la opinión, afianzándose siempre en las virtudes naturales, cristianas y religiosas; pues los enemigos nos la han hecho llamándonos herejes y sólo por este medio han atraído las gentes bárbaras a las armas, manifestándoles que atacábamos la religión… Añadiré únicamente que conserve la bandera que dejé: que la enarbole cuando todo el Ejército se forme; que no deje de implorar a Ntra. Sra. De Mercedes, nombrandola siempre nuestra Generala, y no olvide los escapularios a la tropa; deje Ud. que se rían; los efectos lo resarcirán a Ud. de la risa de los mentecatos que ven las cosas por encima”.
Belgrano pensaba que “nadie debe exceptuarse de poner el pecho al frente por la patria”, y que “nada hemos de lograr de nuestros enemigos sin por medio del cañón y la espada”. También opinaba que “sin ejército no habrá jamás patria; la fuerza en orden, disciplina y subordinación, es la única que puede asegurarnos interior y exteriormente, todo lo demás es un error que traerá nuestra total destrucción, por más ventajas que repentinamente aparezcan”.
Para dar el ejemplo y demostrar con los hechos sus convicciones, a pesar de no ser militar de profesión, sabido es que tomó sobre sí el mando del Ejército Auxiliar del Perú durante varios años, obteniendo victorias y derrotas. Con la integridad de carácter que lo distinguía, le confesó a San Martín en el año 1813: “Por casualidad, o mejor diré, porque Dios ha querido, me hallo de General sin saber en qué esfera estoy: no ha sido esta mi carrera y ahora tengo que estudiar para medio desempeñarme y cada día veo más y más dificultades de cumplir con esta terrible organización”.
Más aún, no tuvo empacho en confiarle a San Martín que su desconocimiento de las regiones en las que actuaba como jefe militar, había hecho la guerra “como un descubridor”, que estaba solo, “no tengo, ni he tenido quien me ayude”, y que había entrado a esa empresa por puro patriotismo, “con los ojos cerrados y pereceré en ella antes de volver la espalda, sin embargo de que hay que huir a los extraños y a los propios, porque la América aún no estaba en disposición de recibir dos grandes bienes, la libertad e independencia; en fin, mi amigo, espero de V. un compañero que me ilustre, que me ayude y quien conozca en mí la sencillez de mi trato y la pureza de mis intenciones, que Dios sabe no se dirigen ni se han dirigido más que al bien general de la Patria, y sacar a nuestros paisanos de la esclavitud en que vivirán”.
En la historia de nuestra emancipación la amistad de San Martín y Belgrano cobra un relieve especial, dada la virtuosa significación de ambas figuras. Mucho antes de conocerse personalmente habían ambos héroes mantenido frecuente correspondencia, que fue cimentando en ellos una recíproca simpatía. San Martín estimó mucho las dotes morales e intelectuales del creador de la bandera, y éste, a su vez, supo ver en el vencedor de San Lorenzo, no sólo al colega sino también al jefe y futuro libertador rioplatense.
En la Posta de Yatasto, situada en el camino de Tucumán a Salta se encontraron por primera vez los dos próceres más altos de la nacionalidad. Un estrecho abrazo selló una amistad que nunca fue desmentida. San Martín había analizado en el terreno de los hechos, los orígenes y el desarrollo de la revolución y luego de ponerse en contacto con alguno de sus protagonistas, distingue entre todos ellos a Belgrano, no por la ciencia militar de quien ha tenido que improvisarse conductor de tropas, sino por la naturaleza moral que presiente en quien fue precursor de Mayo desde sus funciones de secretario del Consulado.
Se abrazaron. En presencia del vencedor de Tucumán, el cariño y el respeto que le profesaban sus soldados. Con la sencillez de su alma pura, concurrió a las clases de academia militar que dictaba el guerrero de dos mundos. Requerida en Buenos Aires la presencia del gran porteño, a quien iba a juzgarse, se despidió de San Martín con una emocionante carta: la carta de un general cristiano a otro general cristiano….
Belgrano murió con el convencimiento de que San Martín era el genio tutelar de su patria, y por su parte San Martín honró hasta en sus últimos días la memoria de su amigo, señalándolo como una de las glorias más puras del nuevo mundo.
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