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Inflación, salarios e impuestos, en manos de un frenético marketing electoral

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Se convoca a acuerdos que no se van a firmar y se sugieren techos a las paritarias pero para "que los salarios le ganen a la inflación presupuestada", 20 puntos menor a la real
Se convoca a acuerdos que no se van a firmar y se sugieren techos a las paritarias pero para “que los salarios le ganen a la inflación presupuestada”, 20 puntos menor a la real

No tener un plan de estabilización con que encarar los muchos problemas interconectados que tiene ante sí la gestión económica es un déficit que cada vez le sale más caro al gobierno, y al país.

 

Pero encima, querer hacer, en ese marco, un acuerdo de precios y salarios y lanzar anuncios alocados sobre la “recuperación del salario” junto a reducciones y subas de impuestos es el colmo del despropósito. Y de uno que puede volverse enseguida contra sus protagonistas porque pone en evidencia lo mucho que sus descoordinadas iniciativas y pretenciosas intenciones hacen para empiojar aún más las cosas.

Es que la lógica electoral domina todo en una gestión que se “arma” por agregación de iniciativas de distintos decisores, que se ignoran entre sí: Guzmán hace la suya, pero también intervienen otros ministros, Cristina y sus delegados en el Ejecutivo, y Sergio Massa, siempre con el ojo puesto en congraciarse con los gremios, como acaba de hacer con la propuesta de reducir el peso de Ganancias sobre los salarios de medios a altos, forzando al gobierno a cargar los costos en las espaldas de las empresas, con más impuestos.

La secuencia en que se dieron los anuncios y las contramarchas sobre paritarias, acuerdos de precios, el impuesto a las ganancias y las retenciones en los últimos días es un caso extremo de los vicios que demasiado habitualmente dominan la gestión de gobierno. Y vale la pena reconstruirla en detalle.

 

Negociaciones salariales

Primero, se hizo saber que el Ejecutivo quería aumentos salariales de no más de 30% en 2021. La CGT puso el grito en el cielo, sabiendo que la inflación es y va a seguir siendo unos 20 puntos más alta, y que no puede bancarse otro año más de caída de ingresos de sus representados, al menos no dócilmente, dado que ya van tres seguidos. Así que en el Ejecutivo, en ese eterno devenir entre ajustar y recalentar la economía que lo caracteriza, se asustaron y se apuraron a desdecirse, adelantando que no habrá techo a las paritarias y, más todavía, ahora en línea con el Instituto Patria, que esperan este año los salarios “recuperen 3 o 4 puntos frente a la inflación”.

Con la inflación acelerándose, un anuncio como éste no podía sino caer como una rociada de alcohol en gel en la fogata: los empresarios concluyeron que no habrá del lado oficial ninguna voluntad de moderar las presiones salariales y éstas seguirán paso a paso el ritmo desbocado de los precios, así que les convenía apurarse a aumentarlos antes que los demás les ganaran de mano. A lo que contribuyó aún más, de nuevo, el Ejecutivo con su siguiente anuncio: quiere un acuerdo de precios y salarios, y lo quiere ya. Aunque lo dijo sin poder adelantar, claro, cómo eso sería realizable y podría tener algún efecto concreto, dado que la urgencia del anuncio careció de toda conexión con algo que se hubiera estado preparando.

Algo que, en verdad, para la esencia de la gestión económica en curso mucho no importa, porque ella consiste casi exclusivamente en hacer marketing y desligarse de los problemas: ahora si la inflación sigue devorándose los ingresos, dirán que es porque los empresarios no le dieron bola a su propuesta de acordar precios. Y para reforzar esta idea ya salió Alberto a patotear a los productores agropecuarios, supuestos promotores de las subas en los alimentos, porque “se niegan a desligar los precios locales de los internacionales”. Algo que en verdad no tiene ningún asidero: en ningún otro país exportador de alimentos se está acelerando la inflación, solo en la Argentina. Algo tendrá que ver la mala calidad de nuestras políticas económicas.

Pero la cosa no quedó ahí: Massa percibió que el malhumor sindical le dejaba un resquicio para meter la cuchara, y logró imponerle al gobierno, dicen allí ahora que lo convenció, un proyecto para elevar el mínimo no imponible de Ganancias por encima de todos los salarios de convenio, incluso los de los sectores más favorecidos. La propuesta puso en aprietos a la oposición, que salió a las apuradas a apoyar, pero también al Ejecutivo en su esfuerzo por no abandonar la atención de las cuentas, ni olvidarse del todo de un acuerdo con el Fondo.

Es que Massa les ofreció una vía para aumentarle los sueldos a muchos asalariados, sin afectar en principio a sus empleadores, y por tanto tampoco, en apariencia, los precios. Aunque para que esto sea realmente así el gobierno tendría que reemplazar lo que recauda de Ganancias por otro ingreso, y los únicos a la mano son, claro, las ganancias empresarias y las retenciones. Así que, indirectamente, sí se acelerará la suba de precios, que el gobierno dice combatir por otros medios, y se deprimirán aún más las inversiones. Encima, la propensión de los asalariados de altos ingresos a comprar dólares es mayor que la de las empresas, así que indirectamente también la medida oficial le dará nafta a una próxima escalada del blue y la brecha cambiaria. Pero todo eso no importa si lo que se quiere es salir del paso, hacer anuncios que luzcan como “redistribución del ingreso” y llegar con el consumo y el nivel de actividad más o menos en pie a octubre.

En el ínterin, claro, todo esto significa más desconfianza empresaria hacia las intenciones oficiales y un nuevo y contundente aliciente a apurarse con la remarcación, no vaya a ser que el gobierno quiera llevar su arranque de voluntarismo a imponer aún más controles, más barreras al comercio, y desate nuevos conflictos en los próximos días, como luce que sucederá con la Mesa de Enlace.

 

Incertidumbre inflacionaria

En medio de este berenjenal, ni los sindicatos podían tomarse en serio la pretensión oficial de “recuperar el salario” pero calculándolo respecto a “una inflación del 29%” como la que figura en el presupuesto, y no a la que en estos momentos tenemos, del 50%, lo que sonó a un mal chiste, ni los empresarios confiar en que el gobierno va a poder moderar los aumentos, por más que recurra a sus sindicalistas más fieles (como Sergio Palazzo de la Bancaria, que firmó por 29% pero con revisión en septiembre y noviembre, es decir, 29, pero por 6 meses, otra humorada), y abuse de sus instrumentos de cortísimo plazo como las tarifas congeladas, los precios cuidados y la clausura o cupos a las exportaciones. Así que la incertidumbre respecto a hasta dónde va a trepar el ritmo inflacionario se siguió acrecentando. Más todavía visto que las autoridades no tienen tampoco pensado dejar de recurrir a la emisión ni al festival de bonos a tasas alocadas, y el acuerdo con el Fondo se aleja más y más.

El fondo del problema es que aunque Guzmán y Alberto controlan muy poco de la gestión, pretenden actuar como si pudieran controlarlo todo, no solo en la gestión sino en la realidad. Lanzar anuncios sobre techos salariales y luego sobre porcentajes de recuperación salarial, como hicieron en estos días, los pinta dando volteretas en el aire. Y encima, pretendiendo que pueden a voluntad orientar cambios en una u otra direccjón, suponiendo que si aprietan un botón los monos bailan, y si aprietan otro, los monos comen bananas. Y la verdad es que los monos solo les prestan atención para hacer completamente lo contrario de lo que ellos esperan, porque no confían en nada de lo que dicen ni creen que nada de lo que hagan vaya a salirles como esperan.

Es lo que típicamente sucede en los períodos de aceleración inflacionaria, que tal vez Guzmán debería estudiar con más detalle: ya todos están inclinados a esperar que el proceso continúe, así que corren una carrera contra el tiempo en la que se juegan la vida por escapar a costos inmediatos y cada vez más altos que la inflación se va a cobrar sobre los que vayan quedando rezagados. El Estado es uno más de esos corredores, que encima cobra el impuesto inflacionario a todos los demás, y en este caso en particular pretende elevar también, a la vez, buena parte de los demás impuestos. Lógicamente cualquier cosa que anuncie va a generar desconfianza y puede tener efectos contraproducentes, así que mejor no hacerlo a tontas y a locas.

Por eso mismo es que, cuando los gobiernos están frente a problemas como éstos, y no tienen forma de estirar las cosas, por ejemplo saqueando cajas de los jubilados, las reservas del Banco Central u otras por el estilo, como hizo el último gobierno de Cristina, intentan aplicar planes de estabilización: paquetes de medidas coordinadas, que cambien las expectativas negativas, frenen la inercia y reseteen las variables nominales de la economía. Pero cierto, Alberto no cree en planes. Y parece que Guzmán lo imita en esto, y cree en cambio demasiado en su propia voluntad. Mientras, todos los demás funcionarios del área, que le responden en grado variable según los casos, aportan su propia dosis de voluntarismo e imaginación. Con lo cual el cuadro final se parece bastante a un aquelarre.

Décadas atrás, comentando otro esfuerzo antinflacionario mucho más consistente que el que hoy se emprende, Juan Carlos de Pablo planteó muy agudamente que a menor solidez técnica de una política económica, más va a consumir ella de capital político. Así lo explicó: “la adecuación técnica de un programa económico y la demanda de poder político son sustitutos, en el sentido de que los errores de política económica requieren más poder político para que un gobierno se mantenga en el poder; de la misma manera que una cierta operación quirúrgica puede requerir anestesia total cuando la realiza un cirujano incapaz pero solamente anestesia local si la efectúa un profesional competente”.

Es una lección que ni Alberto, ni Cristina, ni Massa parecen haber aprendido, pese a que están en este metié de gobernar con alta inflación hace ya dos décadas. Igual, siguen improvisando con la economía, y consumen enormes cantidades de capital político para lograr muy poco, a veces nada.

No parece que esté la actual administración, encima, en condiciones de cambiar de enfoque en medio de un año electoral, que pinta para ella bien difícil. Así que lo mejor que podría hacer tal vez sea repetir lo que espontáneamente y sobre la marcha hizo el año pasado: demorar lo más posible las paritarias, dispersarlas en el tiempo y promover que se firmen acuerdos parciales, de muy corta duración, y así seguir estirando las cosas al menos hasta las elecciones. Sería algo bien modesto, pero más sensato y mínimamente compatible con una apuesta electoral que también apunta en esencia a salir del paso, sobrevivir estirando los problemas en vez de encarándolos.

Lo sucedido en estos días, en suma, demuestra que el Ejecutivo va a poder hacer marketing antiinflacionario pero no le conviene apuntar demasiado alto. No vaya a ser que tenga que lidiar con problemas mucho más serios de los que espera y para los que está preparado.

 

2 comentarios Dejá tu comentario

  1. Pregunto, para que CORNO lo ponen a SERGIO MASSA como un héroe porque nos eliminan ganancias de nuestros sueldos.y hasta cuando. Donde estaba MASSA en los Gobiernos de NÉSTOR KIRCHNER y en el de CRISTINA DE KIRCHNER fué Jefe de Gabinete y en la CGT estaba el corrupto MOYANO. Que corno hizo MASSA o MOYANO en esos Gobiernos con ganancias, porque nos descontaban religiosamente. AHORA ya sabe por donde se debe guardar ,lo que los IDIOTAS creen que es una excelente medida. EXCELENTE??????? cuantos años nos ROBARON. De mi parte MASSITA, inútil y oportunista como pocos, que lo robado te sirva de remedio y me cruzo de brazos para verte pasar DERROTADO.

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