Tres días le duró la paciencia a Alberto Fernández para bancarse el enorme enojo de la ciudadanía con los privilegios de la casta gobernante a la hora de vacunarse, algo que en el fondo el gobierno considera una insigne estupidez. Porque, en definitiva, están convencidos de que la nomenclatura política y estatal -y sus cónyuges, su progenie y los satélites que les sirven el café- merece esas prioridades, es esencial, es más importante que los pagadores de impuestos y los mayores de 70. Ellos son, en definitiva, la Patria. Que no es el otro, sino ellos mismos.
Hoy, desde México, el presidente perdió los estribos. Y decidió retarnos, darnos un chirlo paternalista, ponernos en nuestro lugar.
Atribuyó a los que se quejan hacer una payasada, aunque la payasada de vacunar a los amigos y quedar expuesto con los pantalones bajos fue del gobierno. Sostuvo que el affaire de las vacunas no puede encuadrarse en el Código Penal, dejando en evidencia sus falencias de presunto penalista. Dijo que la élite que se vacunó lo hizo para dar un ejemplo, mientras en Buenos Aires su gobierno decía que fueron vacunados por ser personal estratégico. En fin. Es una máquina imparable de argumentar mal.
Pero la ofuscación también lo llevó al presidente a un error: meterse en la política interna de México, el país que lo ha recibido con los brazos abiertos.
Sin que viniera demasiado a cuento, sólo porque se debe sentir compinche del actual presidente mejicano, Alberto Fernández dijo muy pancho que Andrés Manuel López Obrador, conocido como Amlo, es “el primer presidente honesto y decente” que tiene México en muchos años.
Fernández no está en México porque López Obrador es su amigo íntimo (que no lo es) y lo invitó a comer un asado a su casa. Está en una visita de Estado. Son dos presidentes de dos países.
Fernández no debería acusar de corruptos a los antecesores de López Obrador, como lo hizo, porque esa corrupción ni siquiera le consta a la Justicia de ese país.
Ni debería ser tan lengua suelta en representación de todos los argentinos, que pensamos cosas diversas sobre México. Ni debería abusar del atril para obligar a todos los mexicanos, 47% de los cuales nunca votaron a López Obrador, a escuchar sus bobadas incomprobadas.
Es el ABC de la diplomacia. Y Fernández, en un día de furia, deletreó el ABC de la berreteada.