El presente trabajo ha sido elaborado con la intención de aportar algunos elementos que considero funcionan en la base del fenómeno social de la corrupción y que, ayudando a comprenderlo y explicarlo, aportarán también a su prevención.
Trataré para ello de analizar qué significa la corrupción, cómo se manifiesta, y desde allí, intentar acercarnos a las posibles causas y acciones para combatirla.
Empezaré entonces por definirla, para lo cual tomaré la definición de la Real Academia que nos dice que, “hace referencia a la “alteración, vicio o abuso introducido en la esencia o naturaleza de una cosa”.
Y aplicando esta definición al hombre, podemos afirmar que dicha alteración o vicio se observa en su obrar, en su conducta, lo cual se revela claramente en los acontecimientos sociales que suceden a nivel mundial : marcada desigualdad e injusticia social que permite la concentración y acumulación de la riqueza por unos pocos dejando en la extrema pobreza a muchos; guerras por intereses sectoriales; negociados; especulación; delincuencia; violencias; terrorismos, etc.. Obrares estos que están en desacuerdo o son contrarios al natural y correcto accionar humano según lo dicta su naturaleza marcadamente social.
Con lo cual quiero precisar que, al referirnos a la corrupción, debemos analizarla como conducta del hombre en toda su amplitud y profundidad bio-psico-social, y no reducirla, como se hace generalmente, a una simple acción económica, la cual sólo se trata de una de sus manifestaciones externas (diagnóstico éste parcial y reduccionista que permite entender que se pretenda controlar y combatir el accionar corrupto desde la sola perspectiva económica mediante la aplicación de diversas medidas punitivas).
Adentrándonos entonces en el tema, destacaré desde esta perspectiva integral los rasgos psicológicos que se destacan en la conducta reconocida como corrupción .
a) En primer lugar, el hombre corrupto se comporta en forma individualista, buscando sólo el mejoramiento de “su” bienestar personal y la satisfacción de sus necesidades individuales, sin interesarle, o más grave aún, actuando en contra del bienestar y armonía de la comunidad social a la que pertenece y necesita por naturaleza.
b) Dicho individualismo se asienta en un bloqueo de los sentimientos que le produce insensibilidad, y es precisamente lo que le permite “no sentir” ni preocuparse por las consecuencias de su accionar egoísta.
c) Bloqueo o “frialdad” emocional, que se explica y complementa en el uso acentuado de la función intelectual, en la que se apoya para “especular sobre la productividad y efectividad lucrativas de su accionar”, a la vez que también le sirve defensivamente para justificarse y acallar la culpa y vergüenza que podría producirle la conciencia de su accionar.
d) Esas alteraciones en el funcionamiento psico-biológico de los individuos, les trae a su vez, como consecuencia, sentimientos de insatisfacción, desvalorización personal, vacío interior e inseguridad, que, por dolorosos y angustiantes, buscan acallarse. Pero como esto no se consigue, ya que naturalmente ello sólo se logra en el contacto consigo mismo, en la felicidad y el placer del vivir (valor interior), se busca entonces tapar mediante un valor sustituto que está fuera de sí (valor externo) y que se encuentra en la búsqueda insaciable de posesión de bienes materiales (o del mediador dinero que los posibilita), con lo cual lograr bienestar material y estatus, como elementos compensatorios de satisfacción y valoración personal. Es decir, se ha producido una alteración (corrupción) en el funcionamiento natural del hombre, resultando por ello, alienado (división y actuación separada del intelecto y los sentimientos) y en-ajenado (extraño o ajeno a sí mismo, a su naturaleza).
e) Resultando así encerrado en. un círculo vicioso: debe entrar en competencia y rivalidad (en lugar de colaboración complementaria y solidaria) con sus pares para la conquista individual de esos valores materiales externos. Posesión egoísta que instaura mayor enfrentamiento y desunión en la sociedad y lleva a retomar con mayor intensidad los pasos antes mencionados.
Estos son en síntesis, los principales rasgos psicológicos que encuentro conformando el complejo cuadro de la alteración patológica o enfermedad de la conducta humana que llamamos corrupción.
Pero demos un paso más.
Se puede decir por cierto que, si bien existen marcadas diferencias de responsabilidad personal según sean la posición social económica que ocupa el individuo corrupto y la magnitud y alcance social del hecho cometido, en el fondo y considerado el fenómeno desde la perspectiva psicológica, se trata de un mecanismo semejante en todos los casos, que sólo se distingue por las diferencias de oportunidades, ya que en su esencia se trata de lo mismo, de un acto inmoral o corrupto, y por eso quien acepta y justifica la trasgresión de una ley natural en algo pequeño, está preparando su funcionamiento psicológico intelectual-emocional para repetir el hecho en mayor magnitud cuando se den las condiciones óptimas para ello. Como ejemplo práctico, diré que psicológicamente es similar la “justificación fría, insensible, racional y sin remordimientos” que permite sobrecargar el precio de un caramelo por sobre los márgenes socialmente establecidos, fabricar y vender productos de dudosa calidad, o mediante una simple firma hacer un gran negociado o estafa (aunque por cierto difiera moralmente según las consecuencias). Ya que, según lo visto y salvando las diferencias, en todos los casos se prioriza de modo egoísta e insensible el bien personal sobre el bien común, y se transgrede la norma natural del respeto y la consideración de los derechos de los otros.
Y por último, es necesario destacar que la corrupción, no es un fenómeno que se da en individuos aislados, ni en un sector social determinado, ya que, según nos muestra la experiencia diaria, está generalizada en todos los ámbitos y estratos socio-económico-culturales. Son así de conocimiento público las implicaciones de políticos, industriales, comerciantes, religiosos, deportistas, profesionales, artistas, etc. Observando también que, si bien en estos momentos pareciera mostrarse más acentuada o talvez con más claridad en la Argentina, se trata en realidad de un fenómeno universal.
Todo lo cual parecería complicar nuestro análisis, ya que hace pensar entonces que se podría tratar de algo inherente a la naturaleza humana, lo que fue negado más arriba y explicado como una alteración de su conducta, al demostrar que se contradice con las leyes intrínsecas de su naturaleza.
¿Y cómo podemos explicar entonces este complejo fenómeno humano social?
Para intentar hacerlo, partiré de un principio básico de la ciencia psicológica que nos dice que, a los fines de subsistir, el animal humano debe adaptarse al medio ambiente en el que vive, por lo que dicho medio condiciona, modela y regula las características personales de los individuos que lo integran.
De acuerdo entonces a dicho principio se puede afirmar que, el fenómeno de la corrupción instalada en los hombres es la consecuencia de que la misma está instalada previamente en el medio social al cual debe adaptarse, o sea en el sistema, orden social o modo de relaciones que se dan los hombres para subsistir e instalado a nivel universal (globalización).
Y que ello es así se comprueba si nos atenemos al Valor máximo de vida (“aquello que vale o es útil para la vida”) que instaura y sostiene dicho sistema e impera en la sociedad mundial en general sin grandes variantes a pesar de las diferencias particulares, el cual se resume claramente en el famoso dicho popular “tanto tenés, tanto valés”. Es decir, lo que da valoración personal, autoestima, prestigio, estatus y poder, con lo cual alcanzar el bienestar y la tan anhelada seguridad de la existencia, no es el “ser” (una persona seria y buena, honesta, justa, solidaria y trabajadora), sino el “tener” bienes, es decir, la posesión de un valor material exterior al sujeto, para alcanzar el cual los hombres deben entrar necesariamente en una carrera enfermiza y “de la manera que sea”, ”a cualquier precio”, para obtenerlo. Modo de vida que acepta como lícita y, más aún, estimula, el lucro (ganancia excesiva por encima del valor real), como también, el individualismo, la competencia y la rivalidad entre los hombres (en lugar de la unidad solidaria y la cooperación), con el fin de llegar a la apropiación y acumulación insaciable de ese “valor” social, para tener más y así sentirse valer más.
Todo lo cual permite afirmar entonces, que se trata de un sistema o modo de relación entre los hombres que, analizado integralmente y desde una perspectiva Humanista, es intrínsecamente perverso, en el sentido de que es contradictorio y su accionar no conduce a los fines que en teoría dice pretender y pregona: los valores que responden a la naturaleza y dignidad del ser humano -el bienestar, la paz y el amor entre los hombres-. Es decir, es perverso, falso y contradictorio, al proponer como ideal de vida estos valores y conductas, mientras que la práctica real de vida por alcanzarlos, llevan a lo contrario, los atacan y corroen. En síntesis, es el sistema, orden social o modo de vida el que está intrínsecamente alterado o corrupto, condicionando, modelando y estructurando de este modo a los hombres que, estando insertos en él, deben adaptarse al mismo para subsistir.
Debiendo aceptar como una simple y lógica consecuencia que, si la corrupción es un rasgo de comportamiento patológico que se da como consecuencia de la adaptación de los hombres a un modo de funcionamiento social corrupto, entonces no queda más que concluir de acuerdo al principio científico antes mencionado que guía este análisis, que, mientras dicho funcionamiento social no se modifique, necesaria y permanentemente se reproducirán esos rasgos descriptos en las nuevas generaciones.
Ahora bien, de ser esto así, ¿cuál sería entonces la tarea a darse para superarlo? Doy aquí mi visión, como un aporte a esa tarea.
En primer lugar, considero fundamental para la solución de cualquier problema, el diagnóstico y esclarecimiento de su esencia y funcionamiento, lo cual requiere tener la valentía de enfrentarse a la realidad y denunciarla. Y de acuerdo a ello, se deberán adoptar, sin frenos ni temores, las medidas necesarias adecuadas para su corrección y que es lo que pretendo desde este trabajo.
Seguidamente, y según lo hasta aquí analizado, es evidente que una de las acciones más necesarias a tomar para detener este auge de corrupción o inmoralidad y hasta tanto se alcance el desarrollo de la conciencia de la sociedad que le haga posible llevar en forma libre, autónoma y autorregulada, una vida acorde con los principios éticos intrínsecos de su Naturaleza Humana, es empezar ya a aplicar, aunque más no sea de manera externa y compulsiva, los dictados de esa ética. Aunque, al instante, se nos aparece una cuestión: si dicha autorregulación no se realiza aún y todos tenemos incorporados esos rasgos corruptos, ¿quién controla entonces que su aplicación sea la adecuada, justa e imparcial para que no esté deformada, amparada y protegida por los intereses personales y/o sectoriales de turno, tal como se observa que se viene dando hasta el presente?
Considero que hay una sola acción que garantiza la seriedad y la imparcialidad de la aplicación de las normas o leyes éticas (es decir, de “una Justicia realmente justa”): ella está dada por la participación interesada y comprometida de todos los integrantes de la comunidad -Responsabilidad Social-, en la denuncia, exigencia y control del cumplimiento de dichas normas por parte de los representantes, gobernantes y de la propia comunidad en general, ya que el silencio y la pasividad del pueblo, el “no te metas” y el “dejar hacer”, como hemos visto, es el principal cómplice responsable de la corrupción que legaliza la impunidad. Tarea que, en la práctica de su desarrollo, irá a su vez, transformando y madurando la conciencia, hábitos y costumbres de cada uno de los ciudadanos (responsabilidad individual). Lo que reclama pues como imprescindible por parte de los gobiernos, instalar los mecanismos de participación ciudadana que funcionen adecuadamente y que se sintetizan en una Democracia Real, participativa: Asambleas populares, consulta popular, plebiscitos, revocatoria de mandatos, juicio político, etc).
Todo esto teniendo bien en claro que, si la corrupción generalizada lleva a la desintegración y al caos de la sociedad, antes de que ello ocurra se hará necesario que surja un control, el cual, si no proviene de la participación libre, autónoma y autorregulada del pueblo, asumida como algo de su responsabilidad, se está dando lugar entonces a la aparición de un poder mesiánico autoritario, llámese militares, dictadores, etc, que lo haga “en su nombre”. Queda también en claro, por cierto, que ese día morirá el modo de vida verdaderamente democrático, único custodio real de la justicia social y la dignidad humana . Está hoy pues en cada uno de nosotros, defenderlo con nuestra participación activa o facilitar con nuestro silencio y pasividad que sea reemplazado. Es una opción de vida de la cual cada uno es responsable ante sí mismo y la historia.