El esquema argumental fue simple y su objetivo indisimulado: no hacerse cargo de nada, celebrarse a sí mismo y dar a entender que todo va bien, y si los problemas no se han resuelto ya es porque los desafíos con que le tocó lidiar fueron terribles.
Incluso, lo poco que reconoció, lo matizó por la dimensión de los males recientes y en curso, en los que ni él, ni su administración, ni su grupo tendrían responsabilidad alguna. Lo hizo, por ejemplo, en relación a la pobreza. Admitió que en el primer semestre de 2020, subió algo así como 5 puntos, pero enseguida compensó, diciendo que era una suba menor a la que se había registrado entre 2017 y 2019. Una comparación que hizo acordar a las filminas con que nos entretenía al comienzo de la pandemia: va a quedar de seguro invalidada en cuanto se conozcan los datos de la segunda mitad de 2020, en que el alza del índice habría sido bastante mayor. Pero, cuando eso se sepa, ¿quién se va a acordar de lo que él dijo? Siga, siga.
A otros datos, directamente los escondió e ignoró
Alberto Fernández no mencionó ni una sola vez los flacos resultados de la gestión sanitaria en términos de contagios y muertes. Y disimuló ese silencio autoproclamándose como el más sensible de los hombres públicos habidos y por haber: “He sufrido con cada fallecimiento, para mí quienes murieron por la pandemia nunca fueron un número ni una estadística”. Debió pensar que era suficiente con eso para no hacerse cargo del número que más lo complica, las ya 52.000 muertas acumuladas. De esas “frías estadísticas”, mejor no hablar.
Y a continuación, escaló la confrontación con la oposición, no sin disimularlo también, con la ya conocida cantinela de su deseo de “ser presidente de una Argentina unida”, y no dejarse “arrastrar por los que quieren dividirnos”.
El foco de esa escalada fue el esperable: la deuda. Pero la novedad fue que Alberto abrazó al respecto la postura hasta aquí promovida por el kirchnerismo duro: querellar por malversación de recursos públicos a los miembros del gobierno anterior que participaron de la gestión del stand by con el FMI y de la administración de esos fondos. Lawfare a todo trapo diría Rafael Bielsa.
Dado ese marco, se dedicó durante largos minutos a despotricar contra Macri y su gestión, y más en general, contra JXC: “Yo aún guardo esperanzas de que alguna vez hagan un mea culpa… por el país que han derrumbado”, les recomendó “sobriedad a la hora de pontificar sobre lo que hay que hacer” y rogó “que adviertan el daño que están haciendo con sus críticas maliciosas que promueven el desánimo”. Kirchnerismo puro y duro del mejor.
Cerró ese capítulo del discurso, dedicado a polarizar la escena, con otra de sus fórmulas habituales: “Menciono lo anterior con espíritu constructivo”. Chan chan.
Su planteo al respecto tiene de todos modos una significación más amplia y gravitante para nuestro futuro: podría entenderse que si la deuda con el FMI se va a judicializar es no solo por las ventajas político-electorales que el gobierno espera obtener de ello, sino también porque él va a necesitar justificar la postergación sine die del acuerdo con el organismo.
Alberto lo dijo casi con todas las letras: “no hay apuro en llegar a ese acuerdo”, porque lo esencial sería asegurar la recuperación, que por lo que se ve es algo que él entiende se logrará mejor manteniendo al país por más tiempo todavía fuera de los mercados internacionales. Lo contrario de lo que hacen prácticamente todos los demás países del mundo. Pero bueno, ninguno de ellos tiene la ventaja que nos da saber cómo “vivir con lo nuestro”. Allá vamos.
Dos perlitas para concluir
El presidente también anunció que se va a encarar la actualización de las tarifas, pero dando no sólo continuidad sino volviendo permanentes los subsidios a los servicios, que se asignarían a partir de ahora según dos criterios, la sustentabilidad de la producción y la justicia distributiva. Conclusión: las tarifas ya no serán precios, se ajustarán según criterios políticos particularistas, y no sólo a raíz de la crisis y mientras ella dure, sino por siempre. Fue sin duda previsor Mindlin al desprenderse de Edenor.
Luego se refirió a la Justicia, para insistir con su proyecto de reforma, que sus propios partidarios han desestimado, y señalar los “privilegios del Poder Judicial” (“es el único poder que vive en los márgenes del sistema republicano”, dijo, dando a entender que él sí se ajusta en cambio a sus reglas y límites) y su autoprotección corporativa.
Insistió, al hacerlo, con sus ya habituales objeciones, infundadas y arbitrarias, a decisiones judiciales que nadie de su gobierno sin embargo se ha animado a impugnar formalmente. Y con el señalamiento caprichoso y antirrepublicano de jueces y fiscales que resultan incómodos para el oficialismo, dando por probadas acusaciones contra ellos que no tienen asidero alguno. Por ejemplo, lo hizo contra Stornelli, dando a entender que como Ramos Padilla lo procesó, no debería seguir cumpliendo su función de fiscal, un criterio que el mismo Alberto impugna cuando los afectados se alinean con su facción.
Por momentos, pareció que el presidente pretendió hacer de éste su discurso de inauguración. Como decir: “la pandemia nos impidió arrancar nuestra gestión como pretendíamos, lo vamos a hacer ahora”.
El problema que enfrenta es que su gobierno está ya indisimulablemente escorado, no sólo en los terrenos sanitario y económico, también en temas institucionales e internacionales a los que prácticamente ni se refirió, aunque sus iniciativas al respecto acumulan indisimulables déficits y vienen agravando los problemas en vez de resolverlos.
¿Es sensato desacoplar en tal medida lo que la sociedad percibe y de lo que él habla? ¿No corre el riesgo de debilitar aún más la confiabilidad de su palabra, y promover la idea de que está peligrosamente desconectado de la realidad? Parece no estar preocupado porque algo así suceda. Tal vez porque confía en que el acompañamiento del peronismo le alcance para sobrellevar el año electoral que está arrancando, y la recuperación económica y la vacunación, que mal o bien van a avanzar, hagan el resto. Dentro de unos meses, sabremos si, más allá del palabrerío que se habrá llevado el viento, estaba o no en lo cierto.
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El único legado palpable del macrismo es una deuda escalofriante y astronómica que llevara varias décadas sanear y cuyas consecuencias sociales y económicas apenas estamos comenzando a ver, fueron cuatro años nefastos donde sin haber afrontado un contexto de panademia, sin cuarentena , sin crisis financiera y pese a contar con el respaldo de la linea crediticia mas abultada en la historia del FMI equivalente a un plan Marshall, aun así estuvieron un mandato completo en recesión, no lograron bajar la inflación y mandaron a la lona a miles de empresas y comercios. El primer puesto de la inutilidad se lo llevan ustedes por lejos...el peor gobierno de la historia.
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Las cámaras de televisión en los 3 eventos hasta la fecha la muestran a CRISTINA FERNANDEZ KIRCHNER, como son el velatorio de Maradona, Menen y ahora la Apertura de las Sesiones Legislativas 2021 en el Congreso de la Nación, muy marcada su fase maníaca. Con malos gestos dando órdenes , maltratando a un Presidente, sin barbijo, vestida como en los años 50, bailando el Himno Nacional. Si a ella le corresponde esas funciones, por lo menos asistirla profesionalmente antes o ajustar la medicación , porque además en sus manos se encuentra el Senado de la Nación. Y no es una crítica, es un verdadera preocupación porque se la ve desbordada.
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Que Juntos por el Cambio ( Justos por el odio) es una desgracia lo dicen los hechos: un endeudamiento externo impagable, sin la aprobación de Congreso en el caso del endeudamiento con el FMI..Caida de la actividad económica con desempleo y cierre de empresas, caida de poder adquisitivo de salario. Un espionaje a la oposición y a los propios igual que una gestapo. Intervención en el Poder Judicial , con la mesa judicial reconocida por Carrió, con aprietes y destitución de jueces, para poner jueces propios.Intento de Nombrar jueces en la Corte Suprema sin pasar por el Senado. Persecución y muertes al pueblo mapuche.- Parece que quien escribe la nota apruena todo esto.-
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EL VALOR DE LA PALABRA Estas reflexiones van dirigidas, con todo respeto, a usted Sr. Presidente. Es usted un gran hablador, un hábil orador capaz de conquistar a un oratorio que quiere y necesita escuchar lo que usted le diga. Su palabra tendrá el encanto y la satisfacción de haber dejado contentos a aquellos oídos que esperaban de usted la confirmación de su propio pensamiento. Cuando cambia el auditorio usted tiene la increíble capacidad de mutar sus palabras y volver a encantar a quienes ahora ya no piensan como los primeros. Vuelve con su intento de satisfacer, que le agrada y le hace bien. Quienes asisten a uno y otro evento expositivo, desorientados, y desencantados por el cambio, ya no le encuentran valor a sus palabras. Sus próximas alocuciones no tendrán el efecto de las primeras y comenzarán las críticas por las inconsistencias de sus mutaciones. Algunos dejarán de escucharlo, otros lo criticarán y finalmente, habrá otros que lo dejarán de elegir como el representante de sus ideales. Para bien o para mal, la cosa no pasará de ahí. Sólo usted sabrá cuanto le afecta el desvalor de sus palabras ante sus interlocutores. Por otro lado, cuando la palabra se expresa en la intimidad, adquiere otra dimensión. Entre dos personas, un “déjame que yo te lo arreglo”, tiene el valor de una promesa, y las promesas están para cumplirlas. Quien tiene la esperanza de ver esa promesa cumplida no podrá evitar la ansiedad y da por hecho que se cumplirá. El paso del tiempo será mal mensajero y aquella palabra original se convertirá en exigencia. Cuando el esperanzado tiene un gran poder, lo utilizará hasta ver satisfecha la palabra empeñada. Si de esa palabra depende su futuro, no dudará en ejercer una máxima presión y ya no importará quién le hizo la promesa sino que ésta se cumpla. El hablador inconsistente se convertirá en víctima de sus propias palabras. Terminará sufriendo los desencantos de unos y otros y caerá en el sufrimiento del fracaso. No sin antes transitar por la angustia de haber traicionado sus propias convicciones.
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“Hay que hacer creer al pueblo que el hambre, la sed, la escasez y las enfermedades son culpa de nuestros opositores y hacer que nuestros simpatizantes se lo repitan en todo momento. “ Joseph Goebbels
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