Estamos a horas de llegar al
25 de mayo, fecha en la que, además de conmemorarse el 197º aniversario de la
revolución patriótica que marcaría el camino hacia la independencia, se cumplen
cuatro años de la llegada de Néstor Kirchner al poder. Generalmente, en estos
casos suele hacerse un balance de la gestión presidencial, y pese a que estos
cuatro años no sólo no traen buenos recuerdos sino que en los últimos meses esa
gestión fue arrojando resultados cada vez más desastrosos, no escaparemos a esa
tradicional evaluación.
Como se recordará, Kirchner
llegó a la presidencia en el 2003 gracias a los “buenos oficios” de su
transitorio antecesor en el cargo, Eduardo Duhalde, empecinado en imponer aunque
sea a un desconocido como el santacruceño con tal que el otro candidato del
justicialismo, Carlos Menem, no llegara a repetirse en el cargo. Y en realidad
era así hace cuatro años: el hombre que vino del frío era efectivamente un
desconocido. Lo único que se sabía de él era que por varios años se había
perpetuado en altos cargos públicos en su provincia, primero como intendente de
Río Gallegos y luego como gobernador.
Para el común de la gente,
esa larga permanencia podía deberse a una buena gestión, y como este país gusta
“probar” cosas nuevas, había que darle la oportunidad al patagónico. Al menos
era representante de lo que muchos reclamaban, un rostro nuevo en la alta
política y no “más de lo mismo”. Los únicos que lo conocían muy bien eran los
propios ciudadanos santacruceños, que lo habían padecido por largos años. Pero
en esos momentos las informaciones desde la provincia austral, sujetas a un
férreo control y, más aún, a una estricta censura, no llegaban a Buenos Aires
con la fluidez que, pese a esas dificultades, comenzaron a llegar en los últimos
meses. Por otra parte, y haciendo una especie de “mea culpa”, para ser sinceros
a los ciudadanos de la Capital Federal poco o nada le habían importado hasta
ahora lo que ocurría en las provincias, sobre todo en una tan alejada como Santa
Cruz.
Todo ello ayudó a que Néstor
Carlos Kirchner, con la inobjetable ayuda de un Duhalde que posteriormente
sufrió en carne propia una de las facetas de aquél, la traición, y gracias a la
decisión de Menem de renunciar a competir en la segunda vuelta, enfrentando su
24% de votos contra el 22% del santacruceño, descendiera en paracaídas sobre la
Casa Rosada y ocupara el mal llamado “sillón de Rivadavia” (ya que jamás lo
fue). También se recordará que no bien asumió la presidencia, en medio de un
paso de comedia en el que tomó el bastón presidencial al revés y jugó unos
momentos con él, Kirchner se lanzó a recorrer los alrededores entre la gente que
lo aplaudía y se mostró complaciente con la requisitoria de los medios de
prensa.
Fue una buena maniobra para
crearse una imagen de “populista”, ya que a la gente le caía bien que un
presidente se sintiera como uno más de ellos y pusiera nerviosos a sus custodios
al mezclarse con la marea humana.
Fue, también, la primera y
última vez que el flamante mandatario haría contacto directo con los medios, ya
que a poco andar mostró sus verdaderas intenciones: nada de reportajes,
entrevistas ni conferencias de prensa. Ya tenía en mente el plan de controlarlos
a su gusto, mediante las presiones, las generosas dádivas de la publicidad
oficial o la “compra directa” de las voluntades de numerosos periodistas, de lo
cual seguimos teniendo hoy lamentables ejemplos.
La fiesta de pocos
Repasando un poco estos
cuatro años de Kirchner en el poder, hemos asistido, por ejemplo, a su conquista
de la izquierda vernácula, a la que encontró dispersa y con los ánimos bastante
bajos por la pérdida de sus tan declamadas “utopías”. En poco tiempo le dio
nuevos motivos para que levantara esos caídos ánimos: representó el papel de que
era “uno de ellos”, un luchador social en su juventud universitaria que se había
visto obligado a refugiarse en su provincia junto a su flamante pareja,
Cristina.
La misma imagen le brindó a
los organismos que dicen defender los derechos humanos: les regaló la fiesta de
hacerle quitar al propio jefe del Ejército los cuadros de los generales Videla y
Bignone que estaban colgados en el Colegio Militar y la toma de posesión de la
Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), obsequiándoselas para que levantaran
allí un “museo de la memoria”. Además de suministrarles, por otra parte,
generosos subsidios.
Obviamente, fuera de esta
actuación queda la verdadera trayectoria de Kirchner desde que se recibió de
abogado. En sus “luchas juveniles” no lo vieron tirar siquiera una piedra. El
miedo no es sonso, dicen, y él adolece bastante de esa fobia. Instalado en Río
Gallegos con Cristina, trabajó inicialmente para una financiera en la que pronto
se destacó como el principal inquisidor: despojó a numerosos pobladores de
bienes comprados a crédito que no podían pagar o se demoraban en hacerlo. Luego
instaló su propia inmobiliaria, y al amparo de la tristemente célebre Circular
1050 del Banco Central también dejó el tendal de casas quitadas a sus
propietarios cuando éstos no pudieron sostener los pagos. Muchas de esas
propiedades pasaron a engrosar el hoy abultado patrimonio de la pareja.
Al mismo tiempo, el
“luchador por los derechos humanos” coqueteaba con los militares procesistas que
por aquellos tiempos ocupaban la mayoría de los cargos públicos.
Sus actuales aliados y
protegidos de la izquierda y los organismos de derechos humanos conocen muy
bien, obviamente, que el presidente jamás fue “uno de ellos”. Pero por supuesto
no habrán de reclamárselo: no es cuestión de perder las bazas ganadas bajo este
gobierno ni la ayuda financiera que emana, así que mejor es dejarlo darse el
gusto de jugar al revolucionario de los ’70.
Luego vinieron las peleas,
cada vez más mediáticas, con el Fondo Monetario Internacional, que derivaron
finalmente en la cancelación de la deuda con ese organismo. La fiesta para la
gilada “progre” continuaba. Tras cartón se sucedieron los estrechos lazos
anudados con el presidente venezolano Hugo Chávez, hasta terminar haciendo
dependiente al país de sus petrodólares a través de la compra de bonos de la
deuda externa, de los negocios con la firma petrolera estatal venezolana
Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (PDeVSA) y la instalación de algunos
surtidores de combustible de la misma, de la entrega de la lechera SANCOR a
Chávez y de la reactivación de los Astilleros Río Santiago para reparar barcos
del país caribeño, entre otros aspectos de esa sociedad.
Claro que la generosa
amistad y ayuda brindada por el patético bolivariano tuvieron sus
contraprestaciones. Parte de las mismas consistieron en el papelón internacional
de darle a Chávez amplias posibilidades para que monte en territorio argentino
sus shows contra el presidente norteamericano George Bush, la primera vez
durante la Cumbre de presidentes americanos realizada en Mar del Plata y la
segunda cuando el mandatario estadounidense realizó su visita a Uruguay, entre
otros países latinoamericanos, gira en la que soslayó deliberadamente a la
Argentina.
La fiesta kirchnerista en el
primer tramo de su administración continuó con planes para lanzar una fabulosa
cadena de obras públicas, que incluirían entre otras la construcción de
gasoductos –uno de ellos de recorrido tan extenso como para unir Venezuela con
la Argentina atravesando todos los países sudamericanos que encontrara a su
paso-, caminos, puentes, y la reactivación de vías férreas caducas y el
consecuente resurgimiento del transporte ferroviario, además del desarrollo
energético.
También apareció un proyecto
en apariencia muy ambicioso, presuntamente elaborado junto a China, que
finalmente terminó resultando el paradigma del surrealismo: el gigante asiático
iba a invertir nada menos que 20.000 millones de dólares en el país, histórica
suma que contemplaba, además de la inversión en varias de las obras citadas, el
pago de gran parte de la deuda externa.
Pero los delirios fueron
dando paso a las crudas realidades, las luces se fueron apagando y, como canta
Joan Manuel Serrat, “volvió el rico a sus riquezas y volvió el pobre a sus
pobrezas”. Y la fiesta terminó.
Los muertos en la era “K”
Cuando llegó de Santa Cruz,
Néstor Kirchner ya traía en su equipaje algunas señales de actividad corrupta.
Entre ellas descollaban negocios poco claros con la empresa pesquera Conarpesa
-de capitales españoles pero en la cual, se dice, tendría intereses el
presidente a través, obviamente, de testaferros- y el nunca aclarado asesinato
por encargo, el 30 de enero de 2003 en Puerto Madryn, del empresario pesquero
Raúl “Cacho” Espinosa, propietario de una firma competidora, la Compañía
Pesquera San Isidro.
Respecto de Conarpesa, hay
firmes sospechas de que es una importante vía de salida de la cocaína que va
hacia Europa. Asimismo, la empresa colaboró financieramente en el 2003 en la
campaña presidencial de Kirchner. Lo mismo habría hecho el asesinado Espinosa, a
quien convenció para ello el testaferro presidencial en Santa Cruz y
“comandante” de las patotas que amenazan y reprimen a los díscolos en esa
provincia, Rudy Fernando Ulloa Igor.
El caso es que las oscuras
maniobras de Conarpesa fueron objeto en su momento de una denuncia de la
legisladora Elisa Carrió, quien incluso había alcanzado a recibir algunos datos
de Espinosa, que quedó en suministrarle otros poco antes de que fuera
asesinado. Pero como suele ocurrir tanto con las impactantes denuncias de la
diputada como con cualquier tema que resulte incómodo para la administración
kirchnerista, tanto la cuestión sobre Conarpesa como la causa por el asesinato
de “Cacho” Espinosa duermen hasta hoy el más profundo de los sueños.
Lo último que llegó a
comentarse entre bambalinas es que el empresario pesquero habría sido asesinado
por un miembro de la guerrilla vasca ETA. En tal sentido cabe recordar,
casualmente, que varios miembros de esa organización separatista que en los
últimos veinte años buscaron refugio en la Argentina abrieron restaurantes
especializados en comida vasca o se integraron a empresas pesqueras. Y al
parecer Kirchner –al igual que su madre putativa Hebe de Bonafini- muestra
simpatías a ese tipo de “refugiados”, como lo demostró el hecho de haber
influenciado, en ese momento a través del entonces canciller Bielsa -y en un
vergonzoso desplante al juez español Baltasar Garzón, que había solicitado su
extradición- la liberación del etarra Jesús Lariz Iriondo, quien se encontraba
detenido en Buenos Aires luego de haber sido expulsado de Uruguay, y que hoy
dicta una cátedra en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo.
Probablemente una recompensa por sus hazañas en España, donde participó en
varios atentados de la ETA contra instituciones bancarias y la Guardia Civil.
Otro cadáver que Kirchner y
sus secuaces tienen guardado en el placard, además del de Raúl “Cacho” Espinosa,
es el del periodista Juan Castro. Las sospechas sobre las circunstancias que
rodearon su muerte fueron creciendo en la misma medida en que el tema fue siendo
evaporado de los medios y del alcance de la opinión pública. Una proporción
directa que hizo apuntar aún más hacia el blanco de esas sospechas.
Cabe recordar que Castro,
quien estaba a punto de comenzar otra etapa de su programa televisivo “Kaos en
la ciudad”, emitido por Canal 13, en las horas previas a su muerte estuvo en la
Casa de Gobierno y luego en el Senado de la Nación, tras un intento de grabar
una entrevista con la senadora Cristina Fernández de Kirchner, en la cual
pretendía incluir preguntas “picantes” sobre sexo y resaltar la sensualidad de
la primera dama. Esta intención de Castro hizo que las personas que se
desempeñan en la secretaría privada de la senadora le recriminaran al periodista
la tónica del reportaje y a continuación la emprendieran despectivamente con su
homosexualidad.
Lo que sigue es una
reconstrucción, realizada por un servicio de inteligencia, sobre los probables
hechos que condujeron a la muerte de Juan Castro.
La discusión entre el
periodista y los secretarios privados de la senadora subió de tono hasta que
Castro les habló de la existencia de ciertas fotos “comprometedoras” de Cristina
Kirchner y que él se encargaría de conseguirlas en el propio Senado. Los
funcionarios informaron de este incidente a la senadora y a ésta le habría dado
un ataque de histeria, tras lo cual se comunicó con la Casa de Gobierno y
realizó luego “tres llamados más”.
En este punto conviene
aclarar que Cristina Kirchner tendría su propio grupo de inteligencia y
“aprietes”, y que mantiene amistad con Francisco Larcher, número 2 de la SIDE, a
quien elevaría a número 1 del organismo en caso de acceder a la presidencia de
la Nación.
Prosiguiendo con la
reconstrucción, pocas horas después del incidente en el Senado Juan Castro se
encontraba en su domicilio, donde recibió dos llamados. El primero fue el del
presidente Kirchner, que le habló de manera “conciliadora” sabiendo de su visita
al despacho de su esposa. El segundo llamado fue el del diputado Miguel Bonasso,
quien le reprochó a Castro en forma violenta –como es su costumbre- su presunto
“intento de extorsión” a la senadora, amenazándolo con hacerlo echar de Canal 13
y de la productora Endemol, a cargo del citado programa periodístico. Allí
Castro le respondió de manera burlona, llamando a Bonasso “cuida
presidencial”, y le dijo –muy probablemente para irritarlo más- que tenía en
su poder las “fotos de la Primera Ciudadana con un senador”.
Poco después ingresaban al
departamento de Castro tres miembros de la SIDE, preguntando en forma agresiva
por las fotos de Cristina Kirchner. Uno de ellos era también uno de los
interlocutores del periodista en la secretaría privada de la senadora. Acto
seguido, los incursores comenzaron a revolver el inmueble sacando documentación,
lo cual enloqueció a Castro que comenzó a forcejear con ellos. Fue cuando el
periodista recibió un fuerte golpe en el cráneo con un objeto contundente,
tomado por dos de los agentes y arrojado de cabeza por el balcón.
De allí que fuera descartada
por los forenses –luego silenciados- la hipótesis del suicidio, ya que Castro
cayó como un “cuerpo muerto” y todos saben que incluso un suicida que se arroja
desde una altura coloca, en un acto reflejo, sus brazos por delante en un
intento de protección. Además de que el periodista estaba muy a gusto con la
labor que volvería a desempeñar en breve al frente de su programa.
Consumado el crimen, ingresó
otro equipo de la SIDE para terminar en minutos de revolver el departamento y
preparar la escena. Se adoctrinó y hasta contrató a vecinos -y a supuestos
“vecinos”- para que desfilaran por los medios haciendo de “testigos mediáticos”
y plantaran la teoría de un “descontrol” de Castro por su reconocida adicción a
las drogas. Posteriormente se desarrolló el operativo de encubrimiento y
desinformación a través de la prensa, hasta llegar a lo que siempre ha sabido
llegar la administración kirchnerista: la desaparición total de otro tema
incómodo, dejando solamente, a tres años de la muerte del periodista, la
oscuridad de un manto de silencio y el cajoneo de otra causa que, para el
gobierno, no debería volver a ver la luz.
Otro crimen que, en este
caso, puede manchar las manos del presidente, su esposa y el diputado Miguel
Bonasso.
Recordamos que las
circunstancias relatadas sobre esta otra muerte en tiempos de Kirchner se basan
en la reconstrucción de un servicio de inteligencia, por lo cual no abriremos
todavía un juicio definitivo sobre las mismas. Aunque a la vista de la
información expuesta, cabe preguntarnos: ¿verdad o consecuencia?.
Cadena de desprolijidades
Respecto de las fabulosas
inversiones chinas, aún las estamos esperando. Todo lo que el gobierno logró a
poco de anunciarlas fue que se concretara la visita de un funcionario del
gobierno del país asiático, que como buen chino sonreía sin hacer ningún
esperado anuncio ni decir una palabra sobre el tema, que se fue diluyendo hasta
quedar, como correspondía, en un cuento chino.
Tampoco nada volvió a
hablarse, además, del kilométrico gasoducto que uniría Venezuela con la
Argentina y que, haciéndosele agua la boca, anunciara en su momento con bombos y
platillos el ministro de Planificación, Julio De Vido.
Otro mal paso dado por el
kirchnerismo fue el de los fondos, estimados en más de 500 millones de dólares,
que la provincia de Santa Cruz recibió como regalo del inefable Domingo Cavallo
en concepto de regalías mal liquidadas por las ventas de petróleo. Una bonita
suma que el entonces aún gobernador se preocupó por “proteger” de los remezones
de la economía argentina y de que cayera en lo que después se conoció como
“corralito”, enviándola al exterior para ser depositada en un paraíso fiscal que
algunos ubican en Suiza, otros en Lichtenstein o Luxemburgo y otros en las islas
Cayman.
Lo cierto es que esos fondos
continúan sin aparecer, y como tantas otras cuestiones que incomodan al kirchnerato o de las que la ciudadanía, según su criterio, no tiene por qué
enterarse, el tema fue diluido en las habituales nebulosas de la desinformación.
La última novedad sobre dichos fondos se tuvo cuando el ex gobernador
santacruceño Sergio Acevedo tuvo el atrevimiento de asegurar que iba a
encargarse del regreso de los mismos al país, jugada que, tras una agria
discusión teléfono de por medio con Kirchner, le costó su rápida eyección del
cargo.
Otro baldón para la
administración pingüinera lo constituyó el sonado caso del viaje a España de las
valijas conteniendo 60 kilos de cocaína, a través de la compañía aérea Southern
Winds. Un tema que trajo aparejada una amplia gama de encubrimientos y el
habitual manto de silencio con el que se lo quitó rápidamente de la óptica
pública. Ahora acaba de anunciarse que el juicio por este caso se llevará a cabo
el próximo año 2008. Otra habitualidad: la excesiva lentitud de la Justicia para
actuar y la “esperanza” de algunos de los implicados de que la causa vuelva a
archivarse, prescriba o se pierda en los vericuetos de alguna otra maniobra de
distracción.
Prosiguiendo con esta cadena
de desprolijidades, y muy probablemente para disimular los crecientes fracasos
en temas como los mencionados, además de la ineficacia gubernamental para
controlar la disparatada escalada de los precios de productos básicos para la
canasta familiar, que hacían aumentar también el descontento ciudadano, sumado a
ello la irritación presidencial ante los actos que venían realizando, a metros
de la casa Rosada, ex militares y familiares de víctimas de la subversión, la
administración Kirchner puso en escena dos obras teatrales.
Con poco tiempo de
diferencia, hizo “desaparecer” a Julio López, un albañil jubilado de 77 años de
edad que se había presentado como testigo de cargo en el juicio al ex comisario
de la policía bonaerense Miguel Angel Etchecolatz, y al también albañil Luis
Gerez, supuestamente secuestrado por haber declarado contra el ex comisario Luis
Patti durante una sesión en el Congreso Nacional en la que éste fue impedido de
asumir su banca de diputado.
Con relación a López -cuando
acaban de cumplirse ocho meses de su volatilización- se hizo evidente que el
caso se le “fue de las manos” al gobierno. La investigación de “Tribuna de
Periodistas” en tal sentido arrojó la existencia de un testigo que asegura
haberlo visto con vida un mes después haber desaparecido, tomando sol
tranquilamente en un campo bonaerense y custodiado por hombres armados.
La cuestión es que el anciano, que padecía problemas
de salud, entre ellos el mal de Parkinson, habría fallecido en medio de su
fraguado cautiverio, y lógicamente al gobierno se le presentó con ello la
tremenda dificultad de no poder presentar, como carta triunfal, a alguien que
hace rato sería cadáver y, encima, incinerado para borrar toda huella. Por lo
demás resulta llamativo que dirigentes de organismos de derechos humanos,
incluida Hebe de Bonafini, manifestaran también sus sospechas por la real
situación de López, y que hasta la familia de éste mantenga sobre el tema un
hermético silencio.
Mientras tanto el testigo
que lo vio con vida padece hoy la angustia de no haber sido escuchado en los
organismos en los que presentó la denuncia, entre ellos la Procuración General
de la Nación conducida por Esteban Righi –en tanto el ministro de Inseguridad
Interior, Aníbal Fernández, pedía a gritos que no registraran sus llamados ni
sus visitas- y ahora vive amenazado, prácticamente escondido y obligado a enviar
a su familia a residir en otro punto del país.
Mejor suerte tuvo el
“secuestrado” Luis Gerez. En un montaje que derivó en otro verdadero papelón,
Kirchner utilizó por única vez hasta ese momento la cadena nacional para emitir
un mensaje cargado de diatribas contra los ex militares y familiares de víctimas
del terrorismo en los ’70 y en La Tablada, que habían realizado un acto poco
antes, y “ordenó” desafiante a los supuestos secuestradores de Gerez que lo
entregaran de inmediato. Como por arte de magia, tras la arenga presidencial el
albañil apareció sano y salvo, siendo “casualmente” la tele emisora oficial
Canal 7 el único medio presente que ya estaba aguardando novedades en la casa
del “secuestrado”.
Gerez, como se recuerda,
apareció con su torso desnudo –sin apreciarse las marcas de las quemaduras con
cigarrillos que afirmaba le habían hecho- rodeado por el ex actor devenido ultra
kirchnerista Alberto Fernández de Rosa (hoy desaparecido de los lugares que
solía frecuentar) y por emisarios de Emilio Pérsico, el funcionario del gobierno
bonaerense y “régisseur” de la puesta en escena del tan mentado secuestro.
El caso es que el discurso
de Kirchner ya había sido grabado con anterioridad, por lo cual él sabía de
antemano que Gerez estaba de regreso, luego también de que el otro ministro de
Inseguridad, éste de la provincia de Buenos Aires, León Arslanián, le diera el
visto bueno de que así era efectivamente.
Poco después la obra teatral
montada caía estrepitosamente por su propio peso. Gerez tuvo que ser quitado
rápidamente de la vista y de la requisitoria de los medios de prensa ya que no
había aprendido bien la letra que le dictaron Pérsico y sus secuaces. Sólo
balbuceaba incoherencias y no sabía describir el lugar ni la zona donde lo
tuvieron “cautivo”. Así y todo, milagrosamente ya que decía haber permanecido
con los ojos vendados, se las ingenió para garabatear el dibujo de un galpón
donde afirmaba haber estado encerrado.
Este papelón –que como no
podía ocurrir de otra manera ya quedó en el olvido- concluyó con la recompensa a
Gerez de un cargo en la plantilla de la gobernación bonarerense, el de “ñoqui
categoría 18”, obviamente muy bien remunerado, máxime para alguien que en esos
momentos no tenía empleo fijo.
Otra de las descomunales
desprolijidades del gobierno fue ponerle punto final a las mediciones del
Instituto Nacional de Estadístcas y Censos (INDEC), ya que no había tenido éxito
en convencer, mediante todo tipo de presiones, al plantel de buenos
profesionales que hacían honestamente su labor, que era simplemente la de
traducir la realidad de los índices inflacionarios, para que éstos fueran
“achicados”.
Al kirchnerato, incluidos en
este caso sus delegados, una marioneta teledirigida con el rótulo de “ministra
de Economía”, como Felisa “Morticia” Miceli y el secretario de Comercio
Interior, un patotero Guillermo Moreno, le dolía sumamente la realidad que iban
mostrando esos índices. Es que éstos iban elevando la inflación hasta hacerla
saltar, en las proyecciones, bastante más allá del tan ansiado 10% anual al que
pretendía arribar, como máximo, el gobierno.
De allí que Kirchner dio su
golpe en el INDEC, desplazando a la funcionaria y al equipo a cargo hasta
entonces de las mediciones y reemplazándolos por otro más “apropiado” para sus
fines.
A partir de allí, los
índices de inflación que se dibujan en ese organismo parecen propios de un país
utópico y paradisíaco como Shangri-La. Se ha exagerado la minimización de los
nuevos índices a un punto tal que no pueden dejar de generar hilaridad en los
analistas económicos. Mientras tanto, los que no se ríen para nada son los
ciudadanos de la ya casi extinta clase media y los de menores recursos, que
asisten horrorizados a las constantes alzas a diario de precios de productos
básicos, cuando éstos directamente no escasean, lo cual rememora los tiempos de
Raúl Alfonsín en la presidencia, cuando uno iba a comprar algún artículo por la
mañana y a la tarde su precio ya había sido remarcado hacia arriba.
No debemos olvidar, por
supuesto, y como uno de los grandes exponentes de la corruptela oficial, el
publicitado “Caso Skanska” –el trueque entre concesiones para construir un
gasoducto en el norte del país y las coimas a altos funcionarios del gobierno-,
ampliamente comentado por estos días.
Para culminar con esta larga
lista de desaciertos –se ha intentado citar al menos los más notorios o de mayor
repercusión- cabe referirse a uno de los aspectos que más está golpeando
diariamente a la población en general, sin diferenciación entre ricos, pobres o
de medianos recursos: la inseguridad.
Según los aparentemente
descerebrados ministros que deberían velar por una efectiva protección a los
ciudadanos –los incombustibles ministros del Interior, Aníbal Fernández, y de
Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, León Arslanián-, esta lacra sólo
constituye una “sensación” de la gente. Por su parte, los medios de prensa
cómplices no reflejan lo que realmente ocurre a diario, quizás también porque
habría que agregar varias páginas más a los diarios o un excedente de minutos en
los noticieros de radio y televisión para reflejar los hechos en su totalidad.
El caso es que el ciudadano
común ya está prácticamente acostumbrado a padecer atentados contra su seguridad
a cualquier hora del día, en cualquier lugar. Sin extendernos demasiado, ya que
son una conocida y lamentable moneda corriente, resultan harto habituales los
asaltos a bancos; a casas de familia, incluyendo los que hasta poco parecían
seguros “countries”; las “salideras” contra personas que retiran cierta cantidad
de dinero de bancos o escribanías; los robos a jubilados, al retirar sus magros
salarios o en sus propias casas; los asaltos a automovilistas y a viajeros en
ómnibus de larga distancia; y los secuestros, tanto los denominados “express”
dirigidos a cualquier persona como los más ambiciosos, que hacen sus víctimas
entre empresarios o sus familiares.
Como un trágico matiz de
esos delitos, vemos que en muchos casos los mismos se cometen con total saña por
parte de los delincuentes, ya que sus víctimas son brutalmente golpeadas –son
varios los ancianos que vienen sufriéndolo en el Gran Buenos Aires y La Plata- o
directamente asesinadas, a veces sólo porque no tienen dinero encima o en sus
domicilios.
Gracias, entre otros
aspectos, a la falta de una legislación apropiada –entre ellas una que
contemple, como lo hacen otros países algo más civilizados, la edad de
imputabilidad de los menores, que son bien aprovechados por los delincuentes
mayores de edad a sabiendas de que salen en libertad a los pocos minutos de ser
atrapados- y a la desidia de quienes deben legislar, es que tenemos lo que
tenemos hoy en día en materia de inseguridad. Y que da pie, también, a que
funcionarios que ya rozan la imbecilidad aseguren, muy sueltos de cuerpo, que
esa inseguridad es sólo una “sensación”.
Algo similar ocurre con la
invasión de drogas de diversa índole, con preeminencia de la cocaína y la
marihuana.
Prácticamente todo el país
parece haberse constituido en una “zona liberada” en la que transitan
alegremente grandes cargamentos dirigidos tanto al consumo interno como al
mercado extranjero, principalmente europeo.
En este último caso merecen
destacarse las facilidades con que, gracias a una falta de control fundamentado
por “carencias de personal”, aunque más bien radica en no pocas complicidades,
desde ministros a jueces y personal de fuerzas de seguridad, disfrutan varios
puertos argentinos como los de Campana, Mar del Plata, Necochea, Quequén, y
aeropuertos como el de Ezeiza y el Aeroparque Metropolitano, a los que se suman
otros del interior del país. Todo en aras de una feliz exportación de esa letal
mercadería.
Una mercadería que
actualmente se va cobrando cada vez más vidas -ya sea poniéndole un final o
terminando con ellos en estado vegetativo- de miles de jóvenes a los que tienen
muy fácil acceso los criminales que explotan este rubro nefasto.
Conclusión
Este es, en suma, el intento
de un balance sobre los cuatro años de gobierno de Néstor Kirchner. Un balance
que, aunque seguramente no tendrá fin todavía, cierra por el momento con los
hechos sucedidos recientemente en la provincia natal del presidente, Santa Cruz,
suficientemente reflejados desde estas páginas y por otros medios
independientes.
Hasta hace alrededor de
cuatro meses, el hombre que vino del frío derrochaba un optimismo que lo hacía
lanzar expresiones altamente triunfalistas, en especial frente a las elecciones
de octubre próximo. Jugaba incluso al suspenso de pesar las posibilidades sobre
si el futuro candidato a la presidencia sería un reelecto “pingüino” o una
probable “pingüina”, en obvia alusión a su consorte.
Hoy ese optimismo se ha
transformado de golpe en temor, generador éste a su vez de señales de paranoia
en el presidente, que en sus delirios comenzó a ver diversas sombras, éstas
enancadas en supuestos “atentados” y “ataques” que existen solamente en su
febril imaginación.
Ni él ni su familia pueden
ya regresar a Santa Cruz, y sobrados ejemplos se están palpando al respecto. Sus
cómodas residencias de Río Gallegos y El Calafate constituyen en estos días
mudos testigos del ostracismo que se vio obligado a adoptar. El hombre que vino
del frío es hoy un exiliado en su propio país, circunscripto a la Casa Rosada y
a la residencia de Olivos.
Las encuestas le son cada
día más desfavorables, y a las que fabrican ciertos comprados encuestadores ya
les es muy difícil contener un dibujo apropiado y que a la vez mitigue la
paranoia presidencial.
Por su parte, es cada vez
mayor la ciudadanía que se manifiesta harta de tantas falsas promesas –capítulo
principal en el manual de los políticos- y de mentiras superpuestas con intentos
de disimularlas que no hacen sino en constituirse en más mentiras. Y esa gente
ya comenzó a demostrárselo y continuará haciéndolo.
Dicen que cuando se rompe un
espejo sobrevienen siete años de desgracia.
En la Argentina se rompió un
espejo hace cuatro años, pero no hicieron falta tres años más para que el país
cayera en desgracia.
Cuando asesinaron a John
Fitzgerald Kennedy, su familia –reunida en la residencia de Massachusetts
denominada por ellos “Camelot”- sólo atinó a decir en el primer momento una
frase: “Camelot ha caído”.
Salvando las distancias y, obviamente, sin ningún asesinato
de por medio, nos viene a la mente una pregunta: ¿Caerá El Calafate?
Carlos Machado