El paisaje de la política es el de un campo de batalla. Insultos a jueces, periodistas y adversarios. Cruces de diatribas como misiles sobre cada tema.
No es sólo retórico. Se libra un combate tangible, por caso, en los tribunales. El gobierno manotea además cajas ajenas. Primero la coparticipación porteña. Ahora, un recorte de Ganancias que mengua los ingresos de las provincias. A las propias las compensa con generosas partidas discrecionales.
El kirchnerismo ofrece, de repente, una tregua para negociar con la oposición un menú de tres pasos: calendario electoral, acuerdo para sumar fuerzas en la negociación con el FMI, coordinación de acciones frente a la segunda ola del Covid.
El gobierno argumenta razones epidemiológicas difusas para postergar las PASO, convocadas para el 8 de agosto, y tal vez las legislativas de octubre. En realidad, se ilusiona con ganar tiempo para avanzar en la vacunación, dejar atrás lo peor de la pandemia y mejorar los indicadores económicos.
Le sirve también para introducir una cuña en la llaga de las internas no resueltas de la oposición.
El Frente de Todos rehuyó el consenso sobre las reglas de la votación cuando colocó sus propios alfiles en lugares estratégicos de la Justicia electoral y del Correo.
La propuesta de un pacto bipartidario para negociar con el FMI suena más a chicana. El oficialismo le demanda a la oposición que se pliegue al reclamo inviable de la vicepresidenta al organismo: duplicar el plazo de pago y reducir intereses.
Es una propuesta envenenada. Simultánea a la denuncia penal, floja de papeles pero de impacto mediático, por el supuesto manejo delictivo del préstamo del Fondo en el que habría incurrido el gobierno anterior. Cualquier respuesta –adhesión o rechazo– es incómoda para Juntos por el Cambio.
La invitación para volver a coordinar la gestión de la pandemia tiene argumentos sanitarios razonables. Pero también encierra razones políticas.
Las encuestas desnudan con crudeza el desgaste que sufrió el gobierno. Por el impacto económico y social de la cuarentena prolongada. Por los 56.000 muertos. Por las promesas incumplidas y el escándalo en el proceso de vacunación.
Alberto Fernández debe sentir saudades de aquellas fotos con Rodríguez Larreta que dispararon sus índices de popularidad. Ahora el objetivo es menos ambicioso: diluir responsabilidades o al menos compartir los costos políticos de lo que vendrá.
En el fondo, todo se reduce a una estrategia de poder.
Las invocaciones a los acuerdos necesarios para sacar a la Argentina del fracaso perpetuo son apenas declamaciones de corrección política. Hoy no parecen útiles para acumular poder. Más bien, exigen ceder.