“El sistema privado de salud se relajó”: si hubo frases polémicas en los discursos del presidente Alberto Fernández, esta compite por la medalla de oro, y el impacto que tuvo en las redes sociales fue brutal. Intentaba echarle la culpa a alguien por el fracaso de la estrategia sanitaria para enfrentar la pandemia, como si los enfermos de cáncer o del corazón no merecieran atención médica.
La teoría del gobierno es que, a la hora de enfrentar las próximas elecciones, los números clave que se van a barajar para competir, al final, serán los de infectados y muertos por COVID.
Todo lo demás no interesaría en la estadística política: los muertos por otras patologías que no pudieron ser atendidas por la crisis del COVID no suman, y por eso la presión de que todo el sistema deje de lado todo el resto de la atención sanitaria para cuidar lo que importará a la hora de votar en las próximas elecciones.
Para decirlo crudamente: ni los muertos de hambre por el desastre económico, ni los fallecidos por otras enfermedades no tratadas cuentan a la hora de armar un relato para zafar en las elecciones.
Podría ser un cálculo electoral pícaro, aunque un tanto macabro. Pero probablemente esté errado.
El presidente Fernández no tiene en cuenta que antes que buscar estrategias para disipar la culpa por la mala gestión de la pandemia, tiene que resolver un problema muy serio de credibilidad.
Los encuestadores suelen preguntar siempre por “la imagen” o la “aprobación de la gestión”, además de la intención de voto. Pero cuánto se le cree a un líder político cuando habla es una pregunta que no suele hacerse.
Lucas Romero, encuestador de Synopsis, la hizo a principios de diciembre, cuando todavía Fernández no había incumplido las repetidas promesas de millones y millones de vacunas que iban a llegar a la Argentina en una suerte de “epopeya” de la vacunación que nunca se dio.
A Romero, la incómoda pregunta por la credibilidad le dio que casi el 60 por ciento no creía “nunca” o “la mayoría de las veces” que hablaba el presidente y solo 30 por ciento le creía “siempre” o “la mayoría de las veces”. Este dato de hace cuatro meses anticipaba la fuerte caída en la aprobación de su gestión que quedó plasmada en las encuestas.
El nivel de credibilidad puede servir para anticipar cómo se va a comportar la opinión pública con respecto a un líder político. El Presidente podrá buscar a los culpables que quiera, pero si la gente no le cree, se complica.
“La credibilidad es un componente fundamental del liderazgo político, y el incumplimiento de promesas es un factor que va consumiendo la popularidad de los líderes políticos’', explica el encuestador. Romero remarca la serie de incumplimientos tan notorios en la provisión de vacunas, sumadas a todas las falsas promesas y fake news en torno al drama de la pandemia más la bajeza de los “vacunados VIP”.
Basta recordar al exministro de Salud, Ginés González García, asegurando que el virus no llegaría a la Argentina, para entender que, si la pandemia será el núcleo de las próximas elecciones, se puede pronosticar que el Presidente no va por buen camino echando culpas a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a los chicos en las escuelas, a los médicos “relajados” o a una conspiración planetaria contra los argentinos.
Podrá el gobierno intentar “cambiar” algunos muertos de COVID por algunos de otras enfermedades obligando al sistema de salud a concentrarse sólo en los contagiados de coronavirus para “mejorar” esa estadística clave de cara a las elecciones. Pero la credibilidad siempre será baja.
¿Fernández puede remediar ese problema?
Uno de los líderes políticos de mayor credibilidad del mundo es la primera ministra alemana Angela Merkel. Ella mostró el camino de cómo se cuida a la población de su país y a la vez a su propia credibilidad. Ante un ligero repunte de casos, anunció por cadena un cierre total del país durante la Semana Santa. Inmediatamente, salieron los gobernadores, infectólogos y todo tipo de voceros clave a cuestionar la efectividad de la medida con fundamentos.
Merkel tardó menos de 12 horas en retractarse y pedir disculpas por haber alarmado a la población innecesariamente. Pidió disculpas públicamente. Se autocriticó. No buscó justificarse ni echarle la culpa a nadie. Dijo las palabras mágicas que jamás pueden estar en boca de un político argentino: “Pido disculpas, yo me equivoqué”.
Merkel cuidó a los alemanes y protegió al mismo tiempo su propia credibilidad. ¿Podrá ése ser un camino para que Alberto Fernández recupere algo de su credibilidad perdida? Nunca es tarde, cuando la dicha es buena, dice el proverbio.
Pronóstico
Es improbable que el Presidente elija ese camino. Es mucho más probable que su aparato de comunicación esté más bien buscando a quién echarle la culpa de arruinarle el indicador que más se jugará a nivel político en las próximas elecciones, que son las víctimas de COVID.
Y para terminar, la pregunta más inquietante: ¿Ante una segunda ola de coronavirus que parece más grave que la primera, logrará con este bajo nivel de credibilidad que la sociedad obedezca y se discipline para que no termine todo en un enorme caos?