La desesperación se apodera de la mami K. Es miércoles. Las escuelas porteñas abren y no lo puede creer: el intento judicial del “Chino” Zannini no alcanzó los objetivos. Llora, como en aquel día en el que despidió a Maradona, aplastada contra la reja de La Rosada, mientras la autoridad adquiría forma de megáfono para salvarla del Covid.
Las horribles instituciones escolares, ideadas por Sarmiento y perfeccionadas en su maldad, año tras año, por los insensibles y retrógrados gobiernos porteños, se han transformado en el epicentro de los contagios.
Aun así, aunque se aferre al DNU, su propio gobierno la abandona, y la deja a merced de una pandemia neoliberal. En fin, el pequeño Néstor deberá asistir a clases presenciales. “Me muero…”, dice.
Al rato, piensa: “¿Con qué excusa voy a faltar al Ministerio de la Mujer y Afines?” Pero enseguida recuerda que hoy está dispensada de asistir, porque tiene curso de “idioma inclusivo” por zoom. ¡Cómo perdérselo!
Deja a Néstor en la escuela. La maestra K, que es más genia que Evita y Cristina juntas, la saluda con los dedos en V, casi como disculpándose porque hoy no hizo paro. Ella responde con una sonrisa digna de Fabiola. En el fondo comprende a la docente. Es agotador estar de paro en paro. Alguna vez la seño tiene que descansar. Además, ya le colocaron la Sputnik, mucho antes que a los médicos relajados. No hay manera de que se contagie.
La gestante del pequeño Néstor vuelve a su casa de Palermo. La entristece la oportunidad que se pierden los niños por abandonar la exitosa modalidad virtual del pasado 2020. La enoja que el progreso no termine de llegar –DNU mediante- a la ciudad gorila que la vio nacer.
Con desgano, escribe en el chat de mamis: “Chiques, ¿y si nos vamos todes a vivir a La Matanza?”.
Emoticones sonrientes y deditos en V la saludan. Reconfortada, abona la prepaga con la compu, antes que el humo de su deforme cigarrillo comience a irritarle los ojos.
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