Fue muy comprensible que el jefe del Gobierno de la ciudad no se mostrara eufórico al anunciar que volvían las clases presenciales, contra lo dispuesto en el último decreto presidencial. Primero, porque debe saber que el clima de guerra instalado ya no se va a detener, a partir de ahora le va a resultar mucho más difícil mantenerse en el centro político, mostrarse moderado y siempre dispuesto a la colaboración.
Haber recurrido a la Justicia para frenar la intervención de facto que el presidente dispuso sobre la ciudad lo mostró “no tan débil” ni “dubitativo” como lo suelen describir desde el ala dura de su coalición. Y las diferencias en ese campo parecen de momento desactivadas. Pero eso no es lo más importante para el futuro que el larretismo imagina para sí. Lo fundamental es que logre superar este trance, y los conflictos que le sigan, sin dejar de mostrarse más atento a las urgencias de “la gente” que a la agenda de los políticos y sus peleas, y eso es lo que va a resultarle a partir de ahora más difícil, porque toda la escena pública se va a hiperpolitizar, como le gusta al kirchnerismo.
Pero, además, Larreta está preocupado, y con razón, por lo que le espera a partir de ahora en relación al avance de la segunda ola del covid: cada nuevo indicio de que suben los contagios en el AMBA, o por qué no fuera de ella, y cada muerte que se produzca, cada señal de saturación del sistema sanitario, el gobierno nacional y Kicillof se lo van a achacar a él. “Son los muertos de Larreta, culpa suya por haber querido hacer demagocia educativa y haberse plegado a los anticuarentena”. Larreta será señalado como un lobo con piel de cordero, una vil réplica del bolsonarismo, solo que más disimulada.
El consuelo que puede tener es que eso ya era así desde un principio, e hiciera lo que hiciese, no iba a zafar de esas acusaciones en la campaña electoral que está por empezar.
Recordemos que desde el comienzo de la pandemia, el kirchnerismo acusó al gobierno de la ciudad de darle el gusto a los runners y promover los contagios, de preocuparse por la economía y no por la salud, de mostrarse, por estas y otras vías, como un insensible neoliberal promotor de la muerte. En las actuales circunstancias, eso solo puede empeorar.
Porque con casi 60.000 muertes en sus espaldas, inflación a más del 50% anual y alrededor de 45% de pobres el oficialismo no tiene más argumento que la guerra sin cuartel contra enemigos despiadados para mantenerse unido y pedirle a la sociedad que le ratifique su confianza. Que no podrá basarse en la esperanza de que las cosas mejoren mucho, así que solo puede fundarse en el miedo. A que el desorden que provocaría su debilitamiento empeore aún más las cosas, y a que ganen los que “no te cuidan” y quieren encima destruir lo poco de estado que nos queda.
Es lógico, en suma, que Larreta esté preocupado. Que todos lo estemos. Incluidos unos cuantos funcionarios de Alberto que o se ponen el casco y van a la guerra, o se quedan sin trabajo: el propio presidente les está diciendo que se acabó el tiempo para los tibios y dubitativos, y los va a desautorizar cada vez que le lleven la contra al kirchnerismo duro y puro que es a partir de ahora, abiertamente, el que manda.
Estos últimos, los Guzmán, los Trotta, los Cafiero y Vizzotti de este mundo, en verdad son los que menos tienen de qué quejarse. El albertismo fue, desde el comienzo, una suerte de kirchnerismo de segunda selección: jóvenes sin experiencia ni talentos comprobados que llegaban a cargos de primer nivel simplemente porque sus mayores, el plantel veterano de los escalafones superiores del campo nac&pop, estaba procesado, o se había incinerado ante la opinión pública, o las dos cosas.
En las condiciones que le tocaba gestionar el estado, ese gabinete kindergarten no tenía muchas chances de imponer una orientación propia, un estilo, ni siquiera su pretensión de caer simpático. Y menos lo iba a poder hacer si, como era evidente desde un comienzo, su rol consistía, en esencia, en hacer digeribles decisiones que tomaban quienes no podían dar la cara.
Lo cierto es que ninguno de ellos parece inclinado a renunciar, sino más bien a acomodarse a la situación, y hacer lo que se les pide. Trotta a defender a los gremios docentes a capa y espada, con más entusiasmo que nunca, mucho no le va a costar. Vizzotti a explicarnos por qué CABA es el foco de los contagios y vacuna mal. Cafiero nos entretendrá con sus humoradas despectivas hacia los opositores, y Guzmán, que ya no tiene nada que hacer en el manejo de la deuda, la inflación ni las inversiones, se abrazará con Putin para ilustrar la vía a través de la cual se piensa compensar nuestro alejamiento del mundo democrático y capitalista.
En la guerra que nos tienen preparada, Alberto, Cristina y Axel no creen que vayan a necesitar del centro político, ni de simular mucha moderación, como hicieron en 2019, porque tendrán un arma decisiva en sus manos: vacunas. Ojalá efectivamente las tengan, pero se equivoquen en que, debido a la gravedad de la emergencia, el centro político vaya a volverse irrelevante. Y que así sea dependerá, claro, de lo que hagan Larreta y el resto de los opositores.