A la lista de argentinos frustrados con su país se acaba de sumar Nacha Guevara. La talentosa y multifacética artista, que ha cantado, bailado, actuado y animado shows como pocos, acaba de decir en una larga entrevista a Infobae, que se arrepiente de haber regresado a la Argentina en los 80, cuando volvió de su exilio tras recibir amenazas de la Triple A.
“Cometí un enorme error volviendo, debí haberme quedado. Estaba en un momento de mi carrera extraordinario (…) me equivoqué, yo no seguí creciendo de la misma manera. Aquí todo me cuesta un esfuerzo extraordinario y no estoy en el exilio, o sí, es una especie de exilio”. 80 años tiene Nacha. Y así se siente.
En la frustración de Nacha resuenan las de Susana Giménez, otra estrella. Nacha Guevara, más cerca del kirchnerismo. Giménez, más cerca del macrismo. Susana, que sigue en Uruguay, ha dijo hace unos días que no quiere volver a “Argenzuela”, y deploró la cultura del subsidio y la pérdida de la cultura del trabajo.
Debe haber pocos países en el mundo en que dos estrellas exitosas, con dos visiones distintas del mundo, exhiban semejante frustración. Es que no importa que a ellas les haya ido bien. Esto no es lo que imaginaron para su país.
Encima, es apenas un síntoma de algo masivo: desde los argentinos que se van a Uruguay por los impuestos hasta los miles que trabajan por Internet para terceros países y dejan allí los dólares que cobran, pasando por los empresarios que sufren aprietes y se van, como Marcos Galperin. Desde los emprendedores veinteañeros y los universitarios que se toman el palo a cualquier parte, aún en pandemia, hasta los adultos, incluso teniendo trabajo aquí, hacen las valijas con su pareja y sus hijos a cuesta.
No son sólo anécdotas. Hay datos duros de la ONU. En 1990 los argentinos que dejaron el país fueron 430 mil. En 2019, último dato disponible, fueron más de un millón. En esos 19 años, la emigración nunca dejó de crecer. Este era el país de los inmigrantes.
Está a la vista de todos. Son demasiados los que sienten que aquí ser honesto es caro, que les roban el trabajo para mantener a gente que no hace nada, que se castigan el talento, el mérito y el esfuerzo, que sus hijos van a recibir una educación peor que la que recibieron ellos. Pero nos negamos a leer la señal. Y seguimos haciendo lo mismo.