Cambia todo todo el tiempo en Argentina. Excepto una cosa: los que pagan el pato de la boda son siempre los mismos.
Lo vamos a ver en esta semana, en esta versión corta de la cuarentena más larga del mundo.
Por h o por b, los que van a ir al frente serán los de siempre. En la guerra contra el coronavirus los que se ponen el casco son siempre los mismos. Y los que se van a quedar en la retaguardia, cerquita de la estufa, también serán los de siempre.
Atrás, en como perpetuos reservistas, van a estar, en términos generales, quienes viven del Estado. Ya sea como empleados públicos, jubilados anticipados, jubilados de privilegio, y subsidiados tan eternos como saludables que son incapaces desde hace décadas de ganarse la vida. ¿Hay excepciones? Sí, sin dudas: por empezar quienes trabajan sin descanso en los hospitales públicos o los policias. Pero en términos generales, a muchos de los demás les espera una semana de Netflix, con sueldos garantizados y sin el menor riesgo de perder el empleo.
En la línea del frente estarán en cambio los de siempre: los que desde hace 14 meses, con pico de casos o sin pico, sin vacuna, a puro barbijo, vienen produciendo y comercializando los alimentos, la energía y los servicios más elementales. Y en general todos los privados. Los empresarios, industriales, comerciantes de todo tipo, los asalariados, los monotributistas, los autónomos, los profesionales, los changuistas, formales o informales, que tienen que pasar estas crisis comiéndose los ahorros o el revoque de las paredes. Esta vez para todos ellos no habrá ni siquiera IFE, el Ingreso Familiar de Emergencia, ni ATP, el subsidio a los salarios privados que hubo en parte del año pasado.
El gobierno espera gastar 480.000 mil millones de pesos para costear la pandemia este año. Pero de eso menos de la quinta parte irá al sector privado que trabaja, casi todo para la salud privada.
El resto es todo para el Estado y la asistencia social.
La imagen de esta semana será la de siempre. La cajera que en marzo del año pasado nos atendió en el súper, estará ahí para atendernos de nuevo. Sin que la hayan vacunado y con su salario saqueado por el impuesto inflacionario. Y en su casa, calentito, sin que lo veamos, estará el familiar acomodado en alguna oficina pública, sin riesgo de perder su empleo innecesario y, tal vez, vacunado por edad o, quien te dice, militancia VIP.
Ya puede venir la próxima pandemia, la de la próxima década. La de un nuevo virus. Nuestra cajera estará en su lugar. Y nuestro ñoqui también. En Argentina hay cosas que nunca cambian. “Nadie se salva solo”, le gusta decir a nuestro presidente. Es falso. La cajera salva al ñoqui; el ñoqui a la cajera, no.