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La columna de Estilo y Ortografía de TDP: ¿Es suficiente con incomodar?

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Ya lo nombramos, ¿y ahora qué hacemos?
Ya lo nombramos, ¿y ahora qué hacemos?

Lo que no se nombra no existe”, sentencian numerosos textos, manuales de estilo y ensayos sobre el lenguaje inclusivo. Algunos atribuyen la frase a Michel Foucault, otros a Ludwig Wittgenstein y la mayoría a George Steiner, el crítico literario. En ninguna de esas citas verán nunca una referencia bibliográfica concreta; básicamente porque no la hay. Algunos afirman que la frase, aunque nunca dicha, resume la idea sobre la que trabaja Steiner en Lenguaje y silencio, donde recorre la vida del lenguaje a través de los tiempos y reflexiona sobre sus límites.

 

Lo interesante es cómo —en esos numerosos textos, manuales de estilo y ensayos— la idea se acepta como un axioma (es decir, como algo tan claro y evidente que se admite sin demostración). Esto queda en evidencia por el tratamiento que se hace de la frase: “Como todos sabemos…”, “Como resulta obvio…”, “Como afirmó Steiner de forma categórica…”, etc.

Esta idea, tomada como axioma, es la capacidad que tiene el lenguaje de condicionar nuestra forma de pensar. Precisamente es en este punto del debate donde tiene sentido problematizar la propuesta del lenguaje inclusivo. Ahora, la cuestión de fondo que se propone y que muchas veces se ignora es si puede transformarse la sociedad a través de la adopción del lenguaje inclusivo (en una sociedad, se supone, más justa). Muchas controversias dan vueltas sobre si el diccionario o la Academia aceptan el lenguaje inclusivo —más allá de que en la práctica los hablantes hacen lo que quieren—, sobre si atenta o no contra la economía de palabras, sobre la carga política e incluso partidaria que puede tener su uso y sobre situaciones similares.

El verdadero y más interesante debate es hasta qué punto podemos cambiar a las personas al cambiar el lenguaje. Foucault analizó las relaciones de poder y la constitución de los sujetos a través del idioma. En Las palabras y las cosas, por ejemplo, señaló que interactuamos con el mundo a través del lenguaje. Wittgenstein, en sus primeros trabajos, afirmaba que aquello que llamamos “realidad” es, en última instancia, lenguaje. Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf retomaron lo que ya había dicho Humboldt sobre la relación entre razonamiento y lenguaje para proponer la famosa hipótesis Sapir-Whorf, que defiende la idea de que el lenguaje determina completamente la forma de razonar y entender el mundo.

Títulos con sabor a clickbait indican que “el lenguaje inclusivo llegó para quedarse”. ¿Es esto cierto? Quién sabe. El porteño, por ejemplo, que camina por alguna facultad de la Uba (y precisamente por el sesgo de percibir que en su entorno se usa) seguramente esté convencido de que así es, aunque varias encuestas indiquen que, realmente, su uso es marcadamente marginal en la vida cotidiana. La filóloga feminista Concepción Company Company, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, señaló en una entrevista el peligro de que el lenguaje inclusivo se convierta en una especie de cortina de humo “que deja tranquilos a los machines y los hace sentir incluyentes mientras la desigualdad sigue aumentando”.

Cierta vez escuché a un estudiante de Puan contar cómo su hijo pequeño le pedía permiso para decir groserías. “¿Puedo decir puto?”, le preguntó con un susurro. “Cuando estés conmigo, podés decir pute”, lo instruyó el padre. Estos nuevos fenómenos lingüísticos (que proponen el oxímoron de la ¿discriminación inclusiva?) seguramente se vuelvan cada vez más comunes e interesantes. Universidades que hablan con la X o con la E, pero que tapan denuncias de acoso docente; periodistas y políticos que en Twitter se esfuerzan para aplicar todas las variantes del lenguaje inclusivo en sus tuits, pero que en la intimidad ejercitan el machismo más anacrónico; editoriales que descargan manuales de estilo de lenguaje inclusivo para contentar a sus segmentos de mercado; los famosos “aliades” que tienen historial de acoso y usan el lenguaje inclusivo para camuflarse en el colectivo feminista. Aunque a priori el lenguaje inclusivo parecería ofrecer a sus usuarios la seguridad de poder identificar fácilmente a otras personas que “luchan por construir una mejor sociedad”, esta línea de separación simbólica es bastante problemática y se complejiza incluso más al agregar la variable de los políticos que buscan capitalizar el lenguaje inclusivo. Precisamente por eso un cambio verdaderamente estructural que reduzca la desigualdad excede por mucho sustituir la gramática de un comunicado oficial.

La idea de que el lenguaje puede cambiar al mundo es, por supuesto, seductora. Muchos escritores y poetas la han defendido a lo largo del tiempo. Movimientos artísticos como el dadaísmo y el futurismo atacaron ferozmente el lenguaje tradicional y conservador. El Manifiesto futurista de Filippo Marinetti llegó a proponer la destrucción de la sintaxis, de la puntuación, de los adjetivos, de los adverbios, de las conjunciones… romper totalmente las barreras entre las palabras y las imágenes en un acto de tipografía performativa. Las modas van y vienen. La única certeza sobre el futuro es que habrá nuevas corrientes que seguirán dando vueltas sobre esa idea tan vieja como soñadora. Claro que también hay otros personajes que siempre han creído en el valor del lenguaje, de las palabras y de la comunicación. No son otros que los periodistas.

El buen periodismo también busca incomodar, también busca demoler estructuras y luchar para que el mundo sea un lugar más justo. Claro que no lo hacen a través de las formas del lenguaje, sino a través de su contenido. Periodismo de investigación. Periodismo de denuncia. Periodismo que se compromete con las causas. No tengo, en lo particular, el idealismo suficiente para creer que podemos transformar la sociedad con una nueva gramática. Pero sí tengo el suficiente —todavía— para creer que los periodistas pueden jugar un rol determinante en la construcción de una sociedad más transparente.


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4 comentarios Dejá tu comentario

  1. El famoso "quien nomina domina" ¿no? ¿Alcanza con cambiar el modo de expresarse para cambiar la sociedad? Evidentemente no. ¿Ayuda? Posiblemente si. Yo recuerdo cuando los "inválidos" ("que no valen") decían que era ofensivo, y con razón. Pasaron a "minusválidos" ("que valen menos") que si bien era una mejora claramente no alcanzó. Luego fueron "lisiados" ("lastimados") hasta recalar firmemente en "discapacitados" ("quien tiene capacidades distintas"). A ver: Sigue en silla de ruedas, y mientras sigamos estacionando nuestro auto en la rampa de discapacitados los estaremos maltratando igual, mas allá del término que usemos. Pero de todos modos ayuda el lenguaje a que no se los ofenda tanto.

  2. Mejorar el mundo no debe ser fácil, por lo menos debería ser infinitamente más difícil que mejorar la propia existencia. Empeorar el mundo es tan fácil como hacer cualquier cosa diferente de las que se necesitan para mejorarlo, suponiendo que sepamos cuáles son y que acertemos con lo que creemos saber. Sobrevalorar el lenguaje sin dudas no es una forma de mejorar el mundo. La primera consecuencia de sobrevalorar el lenguaje es la subordinación de otras cosas más importantes al lenguaje. Estos nuevos genios de la hermenéutica nos quieren vender que todo está subordinado al lenguaje, incluyendo extremos como la identidad, el género, los valores y la calidad humana. Claramente, esto va en el sentido de alimentar prejuicios y someter a los individuos a diferentes tipos de idolatría forzosa. Esto no es algo nuevo; para más datos, recomiendo consultar el pensamiento de Francis Bacon sobre el asunto de la idolatría y los prejuicios. Para los seres humanos que no se someten a la idolatría, el lenguaje es una herramienta para la comunicación. Para quienes no se subordinan a sí mismos, ni subordinan a los otros, a la idea de comunicación, la primera noticia es que la comunicación siempre es un intento y una obra en construcción. Los que se someten a la idolatría y a los prejuicios, adoptan una camiseta, una bandera, una identidad; y necesitan hacer lo mismo con todos los demás. Las banderas son muy lindas pero es innegable su coherencia con los uniformes. Las banderas unen a unos, en contra de otros que levantan otras banderas. El lenguaje inclusivo es bandera y es código sectario. Lejos de visibilizar algo innecesario en el lenguaje, lo que produce es la instalación de una necesidad y de un conflicto. El lenguaje inclusivo tiene como finalidad transformar la historia y el pasado en un conflicto inexistente, donde sobresale la ausencia de menciones específicas de grupos que ahora deberían sentirse dañados y sedientos de venganza y reivindicaciones. En principio, la intención detrás del ridículo es la destrucción de La historia y la noción del pasado, y es el objetivo primario de quienes vienen con pretensiones de refundar sobre tierra arrasada, lo que hace que arrasar con todo antes sea una necesidad. En cuanto a la transparencia, la sinceridad y la evolución del lenguaje. Nuevamente el problema es someterse al lenguaje. La transparencia requiere sinceridad, la sinceridad tal vez conduce al cinismo y el cinismo conduce a la simplificación. En el límite de la sinceridad y la transparencia ya no se necesita el lenguaje, basta con un gesto o la exhibición de un garrote. Hacia el otro lado, el sometimiento al lenguaje ofrece los formalismos y la hipocresía, la jerga especializada, los delirios de grandeza y el imperialismo ya sea progre o monárquico. Lo mejor es no someterse al lenguaje, no idolatrar al lenguaje y usarlo y aceptarlo como parte de lo heredado. Pero más que nada, seguro que no podemos mejorar el mundo inventando conflictos donde no los hay.

  3. Al pan, pan y al vino, vino, como decía mi abuelito. Como todo lo que el bípedo implume toca, lo pervierte para usarlo para sostener sus fechorías y el lenguaje no es la excepción. Pero si una cosa es una pelotudez reverenda, como pocas otras en la historia universal es esto que se intenta poner de moda: el llamado "lenguaje inclusivo".

  4. No puede faltar la referencia a la presentadora del noticiero de Canal 26 que remarcó la muerte de William Shakespeare (yékspir según ella) diciendo que fue "uno de los escritores más importantes, para mí el más referente de la lengua inglesa". No importa si era un homónimo, lo que importa es el nombre. Esto no es casualidad, hay algo muy mal hecho en la formación del argento. Semejante burrada me recuerda una frase de una maestra de mi hijo cuando definió que "Buenos Aires es la Capital de la Argentina y también la provincia más importante".

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