Escribir a veces es conversar con el cansancio de la madrugada o dialogar apurado con un teclado que no conocemos en una computadora prestada. Esas cosas y muchas otras asoman entre las pausas de las palabras, en el particular relieve de las estructuras sintácticas, en la fatiga de las repeticiones. Escribir es también todo lo que arrastramos cuando escribimos.
En la semana del 10 al 16 de mayo hubo muchas notas destacables —por el tema abordado, por los análisis críticos propuestos o por la relevancia de la información—, pero ninguna particularmente destacable a ojos de corrector. ¿Se alcanzó la frontera del “error cero”? No. El horizonte final del error cero es una de las más bellas quimeras del proceso editorial, pero no es más que eso: la persecución de un ideal como estilo de vida para el redactor y para el corrector. Hubo errores, muchos errores. Errores boludos.
Una de las cosas más interesantes de leer y analizar artículos escritos por profesionales tan heterogéneos es distinguir tantos estilos diferentes. Cierto uso injustificable de la mayúscula, la suplencia de las rayas por los caracteres más parecidos encontrados en el teclado, criterios diversos para prefijos y sufijos, manifestaciones espontáneas del autocorrector de Word y toda esa fauna tan variada de criaturas con las que el corrector trabaja. Cada redactor tiene una marcada identidad lingüística (idiolecto) en la que pueden ir cristalizados ciertos errores
—incluso por cuestiones generacionales, como las tildes en pronombres demostrativos— y que constituye la “forma” de su escritura.
La labor del corrector es particularmente compleja en los medios periodísticos. La velocidad de salida de las noticias, la necesidad de recortar costos y otras situaciones hacen que muchas noticias se publiquen tal y como fueron escritas (o quizás con una fugaz lavada de cara). Esto lleva también a reflexionar sobre la naturaleza misma del periodismo y sobre qué define su calidad. El periodismo debería tender a la calidad de escritura, sí. Sin embargo, lectores, periodistas y correctores pueden trazar contornos muy diferentes sobre los bordes y límites de esta calidad.
Ahora, hay errores que dificultan la comprensión y que deben ser combatidos, pero también hay errores —menores y muchas veces cristalizados— cuya corrección es (por supuesto) preferible, pero no determinante. Muchas de las notas de la semana, por cierto, fueron elogiadas en comentarios por los lectores (un valioso indicador sobre la eficacia del texto).
En el balance de la semana, con base en lo dicho, no hubo errores destacables ni que empañaran aquello tan valioso que buscamos en el periodismo: el contenido. Escribir es ocuparse de muchas cosas, pero escribir en un diario es también escribir en equipo. Velen por el contenido, nosotros velamos por la forma. Solo así la madrugada es menos oscura.