Aunque no tan espectacular como el giro en sentido contrario que dio Cristina Kirchner cuando Jorge Bergoglio fue elegido pontífice y en un santiamén pasó del odio al amor, Alberto Fernández viene dilapidando una relación con el Papa que había comenzado del modo más auspicioso y que por actitudes suyas, de sus colaboradores y del kirchnerismo en general viene sufriendo un deterioro que por ahora no encuentra un límite.
Si bien cuando era jefe de Gabinete no tenía un vínculo destacado con el entonces cardenal Bergoglio, desde el llano empezó a tender puentes con quien ya era Papa. Llegó a reunirse con él en la residencia de Santa Marta antes de que Cristina Kirchner lo ungiera como candidato a la presidencia y una vez instalado en la Casa Rosada dejó en claro que quería que el pontífice lo ayudara en su gestión.
Así, en su primera visita al Vaticano, a fines de enero de 2020, Alberto Fernández le pidió a Francisco ayuda en la renegociación de la deuda con el FMI y, más allá de los efectos concretos, el Papa contribuyó a un acercamiento con la titular del FMI, Kristalina Giorgieva, además de que la buena relación del pontífice con Joe Biden y Angela Merkel indirectamente también lo benefician.
El propio ministro de Economía, Martín Guzmán -a quien Francisco había conocido cuando fue a verlo con el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz para colaborar con una iniciativa de la fundación pontificia Scholas Ocurrentes- fue recibido semanas atrás por el Papa en el marco de una gira en busca de apoyo a la renegociación de la deuda que luego también haría el presidente.
Pero el vinculo comenzó a complicarse cuando Alberto Fernández decidió enviar un proyecto para la legalización del aborto. Más allá de que lo había anunciado en la campaña, sorprendió que lo hiciera en medio de la pandemia y el agravamiento de la situación social. Y que la Casa Rosada hiciera trascender que el Papa quería que el proyecto se votara cuanto antes.
La relación se complicó aún más cuando el presidente le pidió semanas atrás a Francisco una nueva audiencia pese a que El Vaticano a través de un importante obispo argentino le había hecho saber -en dos reuniones con funcionarios de la Cancillería- de la conveniencia de postergar la cita porque la herida por la legalización del aborto aún estaba abierta.
Aunque el Gobierno procuró presentar la reunión como en extremo exitosa: el encuentro duró apenas 25 minutos y fue protocolar. Días después el Papa le envió el tradicional saludo por el 25 de Mayo que siempre es bastante formal, pero que esta vez lo fue mucho más. De hecho, por primera vez en la historia la Casa Rosada no difundió su contenido.
Para colmo, el canciller Felipe Solá hizo su contribución al deterioro de la relación. En un tuit en el que lamentaba que el gobierno colombiano no haya dejado entrar al país a Juan Grabois -en misión para auditar el respeto a los derechos humanos ante las revueltas- incluyó que el dirigente social es miembro de un organismo vaticano.
En Roma no se entiende por qué realizó esa alusión si Grabois no viajó como delegado del ministerio de Desarrollo Humano Integral del Vaticano, que integra. De paso, reavivó las críticas al Papa de quienes objetan que lo haya nombrado, más allá de que fue a propuesta de los movimientos sociales de la región.
Tampoco se comprende por qué justo ahora, cuando el Papa está colaborando con la renegociación, un grupo de referentes del kirchnerismo salió a pedir que el Gobierno no haga ningún pago al FMI y al Club de París durante la pandemia. “Lo dejaron colgado del pincel”, dijo una fuente.
En fin, tampoco cayó bien por qué el presidente -que dijo al asumir que uno de los objetivos de su gobierno era “unir a los argentinos”- sigue con una actitud muy confortativa. Una cuestión en la que también le cabe una cuota de responsabilidad a sectores de la oposición.
Por tanto, lo que comenzó siendo una relación muy auspiciosa de Alberto Fernández con el Papa viene sufriendo, por obra y gracia de él mismo y del oficialismo, un severo deterioro.