Macri declaró esta semana, desde Mendoza, que no quiere “adelantar el 2023 en 2021” y que su función en JxC es “contener egos”. Sonó a que el ego que quiere contener es el de Larreta. Y que pretende evitar que en las legislativas éste imponga candidatos afines en los dos principales distritos del país, pues si ganan lo consagrarían como candidato puesto para las presidenciales.
Lo que está buscando Macri, con ayuda de Bullrich y, espera, de los demás socios de la alianza (al menos Pichetto también sostuvo que “2023 está lejos”), es que el juego siga lo más indefinido posible. Así tal vez disponga del tiempo necesario (y se acumulen todos los fracasos de Alberto y Cristina que hacen falta) para que la sociedad se olvide de cómo terminó su mandato. En el peor de los casos, al menos podría evitar que la sucesión del liderazgo en su fuerza lo deje anticipadamente sin influencia ni esperanza, que es lo último que quiere perder.
Bullrich protagoniza mientras tanto su propia pelea con Vidal. Y por momentos se va de mambo. Ayer nomás la acusó de “pensar individualmente” y no “en el conjunto”, y de “tomar distancia de nuestro propio gobierno”, como si la autocrítica fuera una deslealtad y ella misma pudiera autoproclamarse para “hablar por todos” y cumplir el rol desprendida de sus propios intereses.
Como sea, nadie puede negar que Bullrich realizó un espectacular despliegue como jefa del PRO, y logró instalarse en el último año como líder “emergente” en JxC, y por tanto una de sus posibles aspirantes a la presidencia. Pareciera por momentos que concibe su recorrido como una reedición condensada del ascenso meteórico (y muy personal) que logró Menem en los años ochenta, por los bordes del sistema de lealtades y poderes establecidos de su tiempo. Ella tiene la ventaja de que son varios los que están haciéndole el favor que Alfonsín le hiciera al riojano: además de Macri, también los radicales y Lilitos que temen un ascenso demasiado temprano e innegociable de un nuevo candidato puesto del PRO para la presidencia, y el propio oficialismo hoy por hoy a lo que más le escapa es a ver a Larreta haciendo pie firme en el conurbano. Todos ellos pueden creer, en suma, que les conviene utilizarla para obstaculizar a adversarios que estiman más amenazantes (Larreta vendría a ser el “Cafiero” de estos días, por si hacía falta aclararlo). Hasta que sea demasiado tarde para que se den cuenta que la mayor amenaza era ella, pues ya nadie pueda detenerla. No parece ser una mala idea.
Porque además, mientras tanto, sucedió que Larreta y Vidal se fueron enredando en su plan para distribuir las principales candidaturas de las legislativas, en parte tal vez por haber subestimado las pretensiones de los demás, y sobreestimado la capacidad de imponerles sus preferencias, y sobre todo porque el clima reinante cambió mucho, y muy rápido. El traslado de Vidal a la ciudad corría desde el principio el riesgo de ser visto como un “repliegue”, un volver a la casa de los padres, difícil de presentar como un relanzamiento, y estirar la definición al respecto complicó aún más las cosas. Y algo similar sucedió con la jugada complementaria, el desembarco de Diego Santilli en provincia, que pudo ser más fácil de instalar como opción atractiva para los demás socios unos meses atrás, cuando el objetivo de máxima en tierras bonaerenses podía ser algo parecido a una derrota digna, como mucho un empate, que ahora, con encuestas en la mano que alientan a pensar que es posible, muy posible, alcanzar la victoria.
Y este es, finalmente, el quid de la cuestión, la madre del borrego, la razón de por qué todo este asunto de la distribución de candidaturas en la oposición está al rojo vivo. Lo cierto es que, mal que le pese no solo al ex presidente, sino a los líderes cambiemitas en general, la pelea entre ellos se anticipó y ya no hay forma de evitarla, y eso es fruto no de que hayan hecho algo mal, de que “se estén dejando llevar por los egoísmos y abandonando el espíritu de conjunto” ni de ninguna otra tontería por el estilo, sino de que el oficialismo no hace nada bien. No logra siquiera superar sus propias peleas internas, los reproches cruzados de todo tipo. Que en su caso no corresponden a la perspectiva de que un triunfo se aproxima, sino de que lo que se aproxima son más problemas, frustraciones, y un posible trastazo electoral, y nadie sabe bien cómo evitarlos, ni quiere que le carguen el muerto.
La posibilidad de que JxC, o como elija llamarse de aquí en más, regrese al poder en 2023 luce hoy mucho más cercana que unos meses atrás. Recordemos que durante este verano parecía que 2021 iba a ser un año a favor del oficialismo, gracias a las vacunas y la reactivación económica. Pero las dos cosas se manejaron tan mal, al menos hasta acá, que las chances oficiales lucen hoy mucho más acotadas.
De allí que en los peronismos provinciales todos estén, calladitos, imitando a Juan Schiaretti: organizan fuerzas “localistas” con las que esperan recoger algo del disgusto y la frustración de la ciudadanía, incluidos sus propios votantes, que de otro modo se volcaría en exclusiva a favor de las listas de la oposición.
Mientras en esta sucede más bien lo contrario: muchos que pensaban guardarse, reservándose para tiempos mejores, hoy sueñan con un rol protagónico en el triunfo que creen sus listas tienen al alcance de la mano; y todos nacionalizan su agenda y sus roles, hasta los intendentes de lugares remotos quieren ser interlocutores de los aspirantes a la presidencia, para no llegar tarde a la fiesta y quedarse fuera de la repartija. En este marco, la pretensión de Macri, de Bullrich y Pichetto de “postergar el 2023” suena a ilusión o macaneo. Inevitablemente, por la destreza con que viene acumulando problemas en sus espaldas el Frente de Todos, los tiempos de la competencia política se iban a acelerar, y la construcción para las presidenciales, sea en clave colectiva, facciosa o individual, ya hace tiempo que está lanzada.
Ahora bien. ¿No hay, de todos modos, un exceso de optimismo en los líderes opositores?, ¿no están algunos demasiado confiados en el triunfo que les espera y se dedican entonces, en vez de a asegurarlo, a pelearse por sacar la mayor tajada de él?, ¿no terminarán haciéndole un gran favor al oficialismo, al apresurarse a repartir el pescado antes de atraparlo?
Es oportuno atender al hecho de que, aunque el FdeT pasa por su peor momento, y buena parte de la sociedad quiere que le vaya mal en las urnas, todavía tiene muchos recursos en sus manos para recuperar apoyos perdidos. Retiene un control firme en muchas provincias, donde llueva o truene igual es prácticamente la única opción disponible. Y dado el pesimismo reinante en la opinión pública, tal vez le alcance con garantizar que las cosas no sigan empeorando, un poco más de vacunas, algo menos de inflación, cosas así, para recuperar unos cuantos votos. Además, por más malhumor que haya en sus filas, casi nadie está pensando allí en dar el salto y pasarse a la oposición: la situación es muy distinta a lo vivido en 2008-9, o en 2013, y mientras el peronismo esté unido, convengamos, es bien difícil derrotarlo, incluso en un contexto de crisis como el actual, y con todos los errores y horrores cometidos por sus líderes.
¿No debería entonces la oposición contar con un plan más audaz y efectivo que el que les ofrecen Pichetto y su Peronismo Republicano, para horadar esa unidad oficialista, y para ampliar sus propias bases de apoyo?, ¿eso no le exige repensar desde el vamos su estrategia territorial, encontrar alguna forma de hacer compatible el crecimiento de sus propios candidatos con la apertura tanto a dirigentes no peronistas como a nuevos aliados peronistas, con más votos que los que ha sumado hasta aquí?
Todo esto abre la puerta a la discusión de cuestiones mucho más vitales e interesantes que las meras candidaturas. Supone revisar con más detalle e inventiva las razones por las que los acuerdos legislativos intentados entre 2015 y 2019 no alcanzaron, y con el tiempo se volvieron incluso contraproducentes. Y por qué no fue posible que el de Cambiemos fuera un auténtico gobierno de coalición: la negativa a siquiera intentarlo, de parte de Macri y su gente, es parte importante del asunto, pero también influyeron la indisciplina y fragmentación del resto de los actores, la falta de reglas de juego que aseguraran derechos y obligaciones, y de un programa de gobierno donde estuviera bien en claro cómo se iban a distribuir, en la gestión y a lo largo del tiempo, esos derechos y obligaciones, y los costos y beneficios asociados.
La consideración de todos estos asuntos, afortunadamente, también se está anticipando. Se cuela todo el tiempo en las diferencias entre Macri y quienes intentan sucederlo en el liderazgo del PRO, incluida Bullrich, entre los que están adentro y afuera de JxC, y entre los dirigentes y sus simpatizantes en distintos sectores de interés y grupos de opinión, que esperan de aquellos una oferta que no sea solo diferente a lo que nos gobierna en las intenciones, sino que asegure resultados mejores. Por lo que hay más chances de que no se pierda tanto el tiempo haciendo solo “política negativa”, es decir, en despotricar contra el oficialismo y sentarse a esperar que se canse de pifiarla, para que no lleguemos a 2023 con una mera alternativa por descarte.
Como sea, hay quienes dicen que no habría motivos para ser pesimistas. Porque los problemas que estamos describiendo en JxC son fruto de su crecimiento, de su evolución. Finalmente, sus dirigentes han dado en los últimos tiempos bastantes pruebas de que pueden lidiar con los desafíos que se les presentan: se mantuvieron unidos a pesar de la derrota, se distribuyeron bastante bien el trabajo entre halcones y palomas frente al gobierno del FdeT, y lograron fortalecer mientras tanto las instancias colectivas de toma de decisiones, por lo que la coalición funciona bastante mejor hoy de lo que lo hizo hasta que terminó el mandato de Macri. Logró además reconciliarse con algunos de los sectores con los que había chocado o a los que había decepcionado durante esa experiencia. Así que habría que confiar en que en el futuro sigan haciéndolo más o menos bien.
Todo esto puede ser cierto pero no desmiente el hecho de que JxC estará, cada vez más a medida que pase el tiempo, obligado a enfrentar problemas para los que no está muy bien preparado. En verdad tampoco el peronismo unido lo está, y sigue cavando la fosa en que se ha metido.
La gobernabilidad económica se está debilitando hasta niveles alarmantes, por la sumatoria de errores y recursos para salir del paso que no hacen más que empeorar las cosas, y a veces son peores que los simples errores. Y va a ser difícil que no siga haciéndolo después de estas elecciones, porque aún cuando el gobierno de Alberto logre un acuerdo mínimamente ordenador con el FMI, difícilmente va a estar en capacidad y disposición de cumplirlo.
El combo de politización y descapitalización está avanzando en el aparato estatal hasta niveles muy superiores a los alcanzados en 2015, incluso en áreas críticas de la administración, como la Cancillería, y las agencias económicas y financieras. Y se está creando un caos normativo, con una maraña de “regulaciones” inconsistentes y particularistas, que será muy difícil desarmar, pues crea en torno suyo una gran cantidad de nuevos intereses reproductivos.
Es lógico que, parada frente a este panorama, en la oposición que se imagina llamada a heredar esta situación, haya diferencias no sólo por las ansias de poder en pugna, y por las distintas ideas sobre la mejor forma de ganar votos, sino también, y sobre todo, por el camino para evitar que un nuevo experimento de gestión no termine como el anterior, o peor. Que los dirigentes de la oposición se lo estén preguntando es, sin duda, una buena señal. El signo de que no están pensando solo con bronca, ni con una vocación “expresiva” de la frustración colectiva, sino también con alguna dosis de responsabilidad. El asunto es si van a lograr que ese sentido de responsabilidad de sus frutos y se vuelque en un programa de gobierno innovador y viable, al mismo tiempo que resuelven la disputa por las candidaturas, suman más aliados y fortalecen los lazos de cooperación necesarios para mantener unidos, aún en la adversidad, tanto a esos nuevos como a los viejos. Es mucho y no tienen más alternativa que ir haciéndolo todo junto.