Alberto Fernández vive la peor semana de su gestión. El Presidente perdió la ejemplaridad. La publicación de una foto que confirma que en medio de la cuarentena más dura festejó en la Quinta de Olivos el cumpleaños de su pareja, junto a una decena de personas y sin los cuidados que se le exigían a la población, lo afecta en el bien más preciado para cualquier dirigente: el valor de la palabra.
El momento es asimilable al escándalo por las vacunas vip en el Ministerio de Salud. Nos preguntábamos entonces: ¿Por qué un destacado sanitarista cometió una arbitrariedad como esa? La respuesta es simple: porque creyó que podía hacerlo. Le pasó lo que le suele ocurrir a algunos políticos, creer que el Estado les pertenece.
Desde esa convicción podía, entonces, disponer de vacunas para un grupo de amigos antes que el resto de la población. Al Presidente, que le pidió la renuncia por ese hecho a su amigo Ginés González García, le ocurrió lo mismo. La población se tenía que quedar en su casa sin hacer reuniones, no se podía acompañar a los enfermos ni despedir a los muertos. Pero el Presidente celebró el cumpleaños de su pareja con un grupo de «asesores» de la primera dama.
Focalizar en la oposición, como hizo el Jefe de Gabinete Santiago Cafiero (recordó el viaje a Brasil de Horacio Rodríguez Larreta) no tiene demasiado sentido. En esto no se puede justificar un grave error propio, pidiendo que se mire los que cometen o cometieron los demás.
Hay opositores que irán por todo, el peronismo haría lo mismo si fuese al revés (ya hay pedidos de Juicio Político) y estarán aquellos que criticarán de manera contundente y razonable. Consultada sobre este episodio, la socialista Clara García dijo: “un dirigente debe poder caminar por la calle como uno más, usar su propio auto, hacer la fila, vacunarse cuando le toca”. La candidata a Senadora Nacional por Santa Fe perdió hace meses por el Covid a su compañero, el ex gobernador Miguel Lifschitz, quien no se quiso vacunar antes que nadie a pesar de ser una de las figuras más relevantes de la política provincial.
Estarán los que digan que un gobierno se define por a quienes favorece con sus políticas y por la orientación general de su gestión y no por su nivel de transparencia o apego a las normas. Son argumentos que valen, pero no alcanzan para obviar el daño a la credibilidad presidencial.
Lo que importa es que dirá el Presidente. Más que explicaciones vagas, lo menos que merece la sociedad es el reconocimiento del error y un pedido de disculpas. Es difícil medir el impacto en la opinión pública de semejante doblez y cuáles serán las consecuencias políticas, por ejemplo si habrá algún castigo electoral.
Hay algo que trasciende estos costos. Se perdió ejemplaridad, un capital indispensable para poder liderar.