Hace ya varios años el General Perón solía decir que “un líder es aquel que ve adónde van las masas, corre y se coloca delante”.
El resultado está a la vista. Creer que las masas de por sí tienen razón sobre lo que reclaman y que por eso hay que liderarlas, explica claramente que nuestro país tenga hoy un 70% de pobreza y a pesar de ello siga votando un populismo anacrónico que lo hunde cada vez más
Gran parte de la casta política representa hoy lo más burdo del término “populismo” ya que lo único que busca son adhesiones, con un discurso vacío y el uso de slogans efectistas.
No existe un concepto elaborado, una propuesta transformadora y ni siquiera la sana intención de concretar un cambio.
Es lisa y llanamente ir a la caza del aplauso fácil.
Por eso el populismo es el sinónimo más perfecto de una forma de demagogia.
Y como suele ocurrir, el que lidera el populismo es el que se convierte en el unificador de las demandas insatisfechas.
El problema radica en que si no se tiene un rumbo claro, concreto y posible la encrucijada de todo líder populista se hace marcada cuando tiene que complacer intereses distintos y hasta muchas veces contradictorios.
Automáticamente vienen luego otras etapas que imponen la necesidad de contar con la suma del poder público y convertir su autoridad en un autoritarismo cuasi tiránico porque de lo contrario todo el poder se le diluiría en poco tiempo.
Es inevitable que posteriormente ese movimiento se convierta en fascista, basta con ver la política histórica mundial (Alemania, Italia, etc.), ya que esas construcciones han tenido siempre una gran base popular y masiva reivindicando- en la mayoría de los casos- formas anticapitalistas y hasta enemigas directas de Estados Unidos.
Es sencillo colegir que Hugo Chávez y sus continuadores adoptaron formas claramente “mussolinianas”, independientemente que las denominen “socialismo del siglo XXI”.
Nunca hay fascismo sin un líder indiscutido e indiscutible, colectivos amenazantes, el uso de simbología militar por parte de él y sus seguidores que no es otra cosa que uniformar a la masa (recuerden las camisas negras, pardas, azules, etc.), y aquel líder se vincula directamente con su “masa clientelar” que le pertenece cual si fuesen esclavos modernos.
Así como ha ocurrido en muchos países con esta impronta, Argentina viene transitando un acentuado proceso de desinstitucionalización del Estado.
En todas las sociedades organizadas, con y sin democracia, la referencia de centralidad del conjunto social es el Estado.
Cuando esa referencia desaparece los distintos sectores de la sociedad buscan identificación por fuera de la centralidad y aparecen las referencias parciales: corporativas, sindicales, barriales, religiosas, regionales, etc.
Y lo que sigue, inexorablemente, es la disgregación social.
Como si fuese poco esta patología también alcanza, en la actualidad, a gran parte de la oposición política.
Hoy por hoy, y por lo visto y analizado de los 4 años de gobierno de Mauricio Macri, la llamada oposición nunca fue una verdadera alternativa. Y cuando algo no es alternativa, sencillamente sobra.
La oposición representada por “Juntos por el Cambio” careció de un proyecto de país que el PJ en sus distintas variantes nunca tuvo, más allá de sus objetivos de enriquecimiento ilícito de estos últimos que hoy están en la justicia.
Sin proyecto es muy complejo constituir una fuerza real y con capacidad política.
Mauricio Macri jamás fue un líder aglutinante que haya tomado iniciativas en favor de la sociedad en su conjunto y con seguidores capaces de generar transformaciones profundas en la estructura social nacional.
Por eso es que continuamente se observa que la real oposición de Alberto Fernández y Cristina Fernández es el propio daño que se auto-infringen por las medidas que toman, ya sea por desidia, negligencia, impericia, dolo, banalidad y principalmente un grado alarmante de superficialidad que apenas alcanza para satisfacer sus propios intereses, ya sea en la faceta económica o en la judicial.
Es decir, absoluta improvisación, rectificaciones de rectificaciones, contradicciones permanentes, desmadre en cualquier sector gubernamental y hasta en la vida pública de los funcionarios, y la sensación que tantas idas y vueltas son producto de una manifiesta inoperatividad porque el actual gobierno no tuvo, no tiene ni tendra nunca un proyecto de pais que sea viable.
De continuarse en esta senda la descomposición de la República será un final anunciado.
A la desinstitucionalización y disgregación social le seguirán la fragmentación y desestructuración (es clara la grieta existente) que nos llevará a un proceso de desintegración similar al de las republiquetas.
Si no hay Estado (hablo de uno eficiente y abocado a cumplir sus funciones esenciales tal y como lo prescribía la Constitución de 1853) y la posibilidad de instaurarlo no aparece clara es previsible que se impongan mini-estados donde lo que hoy es nacional no se aplique ni por asomo, llámese ley, autoridad, normativas económicas, etc.
Esos conglomerados disputarán poder, autoridad, territorio, a manos de grupos narcoterroristas o de otras mafias organizadas de distinta naturaleza que tendrán como único objetivo cooptar a esos núcleos desintegrados.
Todos lo hemos vivido en tiempos de pandemia. Cada territorio feudal impone a sangre y fuego sus propias normativas sin importarles si existe una Constitución Nacional, normas, garantías que se avasallan o circunstancias que le permitan o impidan conculcar derechos.
Hasta el propio Gobierno nacional entró en esa anomia de desconocer derechos y garantías básicas reconocidos en nuestra carta Magna y aplicando para ellos mismos “permitidos” que sistemáticamente le eran negados al resto de la sociedad.
Para reconstruir un Estado que hoy se encuentra desagregado por obra y gracia de los propios conductores políticos, es preciso gobernar con un rumbo determinado.
Alberto Fernández, el piloto de la nave, no solo carece de rumbo sino que además cree que puede aplicar uno diferente para la tripulación y otro para los pasajeros sin advertir que resulta imposible indicar un rumbo para el camarote número 2, otro para el número 24 y uno distinto para el número 45, siendo además que quienes tienen asignados esos camarotes pretenden cosas diferentes.
Cuando la sociedad se encuentra fragmentada no hay institucionalidad posible.
No interesa cuánta popularidad se pueda obtener a través de los votos porque eso tampoco implica coincidencia de intereses.
Peor aún, la coincidencia puede ser de rechazos a otras fuerzas políticas (y no cabe duda que parece ser así) pero resulta obvio que bajo estos parámetros definir estrategias y metas es muy diferente a cuando el voto acompaña una decisión por la positiva.
Siempre es peligroso confundir un momento electoral exitoso con la posibilidad de realizar milagros.
Y en política, sin proyectos, los milagros son casi inexistentes.
Lo preocupante es no tener claro qué proyectos tienen tanto el actual gobierno como la oposición.
Tomar el poder no puede ser un fin en sí mismo o el único en la mayoría de los casos. Y en ese mareo entran quienes triunfan de manera contundente.
Lo único que nos debería importar a los ciudadanos es discutir, cuestionar y/o comentar un proyecto de país.
Lo “popular” es un argumento maravilloso, pero no significa proyecto alguno.
¿De qué sirve condenar lo anterior si paralelamente no hay definiciones de lo posterior?
Podríamos hacer un listado de todos los presidentes argentinos desde 1983 a la fecha y si quisiéramos descalificaríamos a todos. Aun así, eso no significa tener un proyecto.
El problema sustancial de gran parte de nuestra clase política es que no sabe adónde quieren ir.
No tienen rumbo y aunque algunos digan por dónde ir, el resto no está de acuerdo.
Unos son estatistas, otros socialdemócratas, otros comunistas trasnochados, y hasta están los “progres modernos” e integradores, todos hambrientos de poder, convencidos que les llega la oportunidad de su vida.
Por ello, no es extraño escuchar variedad de discursos acorde la variedad de opinólogos que pasan de la confrontación a la conciliación de una manera inexplicable.
Así el que hoy es líder de un “movimiento social” mañana no sabe qué hacer con ellos.
Esta precariedad gubernamental, improvisación, confrontación, imprudencia, corrupción, discurseo, publicidad y despliegue de apariencias es una carta de navegación con la garantía de que nos vamos a estrellar- irremediablemente- contra el iceberg.
Me permito una alegoría: la clase política decide continuamente participar, en cada elección, en una carrera de ratas. Es sencillo entender que si todas las ratas están en una carrera y una gana, será simplemente la Gran Rata.
Por eso mi recomendación para los nuevos candidatos en la próxima contienda electoral es que salgan de la carrera de las ratas: no entren en concurso con la sociedad y no traten de agradar a todo el mundo.
Necesitamos un proyecto concreto y sustentable y un rumbo claro, visualizable. Como aquel que tuvieron Alberdi y la generación de 1880.
Considero que Javier Milei-Victoria Villarruel y José Luis Espert-Carolina Píparo nos ofrecerán algo totalmente diferente.
Conozco personalmente a la Dra. Villarruel, una mujer con profundas convicciones de servicio, con valores que hacen a la familia, a la sociedad y a la Nación, con una íntegra visión de la institucionalidad republicana y la verdad objetiva.
A partir de su transparencia y honestidad tendremos la oportunidad que nos represente una voz totalmente diferente y que muy pronto conseguirá miles de seguidores porque tiene muy en claro el modelo de país que potencialmente podemos ser, para transformar la decadencia en un futuro próspero. No temo equivocarme.
Los innovadores tienen la capacidad para crear propuestas y conceptos que resuelvan los viejos y los nuevos desafíos, cuentan con la percepción de ver posibilidades combinando los antiguos y los modernos arquetipos y la enorme capacidad de pensar más allá de lo conocido, desafiando normas perimidas y creyendo en la habilidad para resolver problemas.
Esos innovadores sólo los encontramos en quienes tienen grabado a fuego el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad y los candidatos que mencioné poseen de sobra estos dones.
© Tribuna de Periodistas, todos los derechos reservados