En el año 2019 la derrota de Mauricio Macri fue interpretada, puertas adentro de Cambiemos, como una fuga por la presencia de Gómez Centurión, Espert, Lavagna y otros.
Muy por el contrario, expliqué que los votos habían desaparecido pertenecían a la propia coalición, ya que la UCR (Alfonsinista) nunca digirió el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En las PASO de este domingo se vio claramente que mi diagnóstico era absolutamente certero.
Sin perjuicio de las restantes fuerzas políticas que se presentaron en Provincia de Buenos Aires la UCR (con Facundo Manes) hizo un aporte trascendente al triunfar en el 70% de los distritos.
En el resto del país ocurrió lo mismo con partidarios radicales que volvieron a acompañar la coalición opositora, porque claramente no querían que Macri manejase el espacio.
Ese 6/8 % de votos son los que cambiaron de nuevo el escenario que hoy es mucho más parecido al del año 2015.
Ahora, en la oposición, viene una nueva etapa en la que intentarán consolidar y acrecentar votos. Para ello, no deben cometer errores.
Mauricio Macri debe permanecer prescindente ya que al único candidato que apoyó explícitamente fue a Mario Negri, quien sufrió una memorable derrota.
En el oficialismo la cuestión es mucho más clara y sigue el derrotero que he planteado en numerosas notas: el Partido Justicialista tiene un lastre que es el Cristinismo y que lo hunde irremediablemente.
El Kirchnerismo puro desapareció el 27 de octubre del 2010.
Los delfines de CFK, Máximo Kirchner y Axel Kiciloff fueron sepultados por votos de todos los colores.
La Cámpora fue la gran derrotada, sin duda alguna.
Alberto Fernández conoce de sobra esta historia.
Y su íntima convicción está más acorde con aquella nota suya “Hasta que el silencio aturda a la Presidenta” que con cualquier frase de ocasión que hoy esgrima.
Más aún, después de haber sido obligado a reconocerse “Mariscal de la Derrota” ante la mirada inquisitiva de su Jefa que lo hacía sentir molesto e irritado.
Deberá aprender a que cada uno es esclavo de sus palabras: “las PASO son un plebiscito sobre mi gestión”. Y vaya que lo fue.
En instancias críticas los consensos resultan siempre indispensables y especialmente cuando se trata de políticas de Estado.
El Presidente se las había ingeniado bastante bien para repeler el avance y la toma del poder que la Vicepresidente y sus seguidores venían intentando hace rato.
Pero con los resultados a la vista lo que resta por saber es si Alberto Fernández comandará este proceso hasta el próximo turno electoral o directamente saltará como un fusible para permitir que Sergio Massa se haga cargo.
Es una decisión que se verá en los días venideros.
Pero sea quien fuese que quede al mando saben de sobra que de esta tremenda crisis no es posible salir “por izquierda”.
Hasta la sociedad ha otorgado un aval muy claro a las fuerzas liberales.
Sin el apoyo explícito del FMI a un acuerdo en las negociaciones que Argentina viene dilatando, el año que viene podríamos caer en un default definitivo.
Como presagié en una nota del año pasado: nadie recordó, ni aplaudió las supuestas muertes “evitadas” gracias a una larga cuarentena.
Más bien todo lo contrario, porque lo único que le tomaron en cuenta fueron los efectos nocivos que produjo aquella absurda medida, más política que sanitaria.
Y así como le pasó a Winston Churchill, la sociedad argentina le hizo saber que “gracias por los servicios prestados y por los no prestados”, pero no queremos seguir dependiendo de los caprichos de una Presidente en las sombras.
Y ello resulta clarísimo a nivel nacional: el cristi-kirchnerismo no llega al 20 % de preferencias. Game over para este sector.
Como se ha dicho oportunamente: Alberto Fernández y su equipo podrían haber creído que aferrándose a las vidas que “supuestamente” se salvaron, gracias a la cuarentena, triunfarían en las elecciones de medio término.
Eso fue, lisa y llanamente, no comprender el ADN del argentino.
Con una cantidad relativamente baja de infectados la ciudadanía tomó el triunfo sobre el COVID 19 como propio por haberse quedado confinado.
A la sociedad no le importan los muertos que hubo, ni los que hubiese habido si no se tomaban las restricciones a la que se vieron sometidos.
Todo eso fue contrafáctico.
La sociedad le prestó atención, sin duda alguna, a la situación económica.
Un combo de pobreza cercano al 70%, con recesión profunda e inflación desmadrada, las licitaciones con sobreprecios, inseguridad y la resistencia a un sector de su alianza de gobierno hizo que los votos se le escurran como agua entre las manos.
Sin embargo, sigue existiendo una oportunidad histórica de poner al país de pie e impulsar un crecimiento y desarrollo sostenido.
Si el mundo se cierra más, ir contra corriente sería realmente revolucionario.
Nos convertiríamos en exitosos eligiendo el camino del libre mercado.
Dejar de lado las restricciones actuales a la exportaciones e importaciones y colocarnos a la vanguardia en esta parte del continente.
Con millones de empleados públicos, planes, asistencia social, jubilados, pensionados, empresariado prebendario rico con empresas pobres y un modelo laboral y sindical arcaico, es imposible salir de una situación de crisis extrema.
Si la pandemia, como parece, no nos afectó mucho más de lo que hoy se ha expandido resulta sencillo atraer a los empresarios e inversores del planeta que querrán escapar de lo que han sufrido y dirigirse a una Nación con una potencialidad enorme para ofrecer como ya ocurrió con aquella época dorada de 1880. “Argentina para el Mundo”.
El PJ y los partidos de oposición deben usar la rienda corta para disciplinar su frente interno, impulsar transformaciones profundas, reformar leyes laborales, sindicales y tributarias, liberando las fuerzas del mercado para el intercambio de bienes y servicios internacionales, sosteniéndose en una moneda fuerte y confiable (dólar) o atarse a un patrón mundial como lo fue el oro.
Todos los millones emitidos en pesos para la asistencia se pueden recuperar a través de dos mecanismos: a) una devaluación que neutralice el exceso de parte del circulante; b) emitir bonos de una empresa estatal (por ejemplo Aerolíneas Argentinas) para que sean adquiridos por argentinos y con la sanción de una ley que transfiera la gestión de la misma a una o más aerolíneas extranjeras (Qantas, Air New Zealand, etc.) durante 30 años, lo cual abriría miles de rutas internacionales, el Estado achicaría gastos, absorbería el exceso de pesos y el bono serviría como resguardo de valor que cotizaría rápidamente a la suba y serviría para adquirir acciones de la empresa).
Para todo esto contaría con un gran apoyo de la oposición y terminaría con una grieta dañina azuzada permanentemente por los propios traidores que están ahí dentro de su partido.
El provenir es sin Cristina ni Mauricio, mal que les pese a ambos.
Sin reformas estructurales como lo son la dolarización, la banca off-shore y la importación de instituciones republicanas de los países pioneros en confiabilidad, nos quedaremos atrapados en la eterna dicotomía del populismo de derecha o de izquierda que nos terminará sumergiendo en una Nación en la cual sus ciudadanos deberán apelar cada vez a una profunda “disonancia cognitiva” para convencerse que lo que ocurre no es la realidad o que es culpa de algún imperio que conspira para que no seamos la “ luz del mundo”.
Y mientras la casta política solamente piense en sus intereses y siga con sus discursos superficiales sin determinar un rumbo claro y viable, nunca nos libraremos de esta patología empobrecedora.
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