Es llamativo el silencio sepulcral de buena parte del feminismo argentino ante las revelaciones de la cubana Mavys Álvarez sobre los abusos a los que la sometió Diego Maradona con el patrocinio de Fidel Castro. Mavys tiene 40 años. Pero cuenta que tenía 16 cuando conoció a Maradona y el astro estaba en la isla para desintoxicarse, invitado por el dictador.
La descripción de Mavys muestra a una niña transformada en esclava sexual, traficada internacionalmente e incitada al consumo de drogas y alcohol.
La historia que cuenta Mavys debe ser demasiado incómoda para la sororidad local cooptada por el progresismo nacional y popular.
Porque muestra a dos ídolos de este sector, Maradona por un lado, y Fidel Castro por el otro, transando el dominio, la propiedad, de una adolescente.
Una anécdota lo refleja muy bien. Mavys cuenta que, cuando ya había cumplido 17, Maradona la presionó para se agrandara los senos. Y para que se operara en Buenos Aires. En Cuba nadie era ni es libre de viajar. Menos Mavys que era menor y no tenía el permiso de su padre. Entonces Maradona se reunió con Castro -cuenta Mavys y muestra fotos- y el dictador firmó una orden para que la niña pudiera viajar. Así Mavys fue operada en Buenos Aires.
La anécdota, si es cierta, es espantosa. Confirma que salir o no de Cuba dependía de dos cosas: del capricho del dictador y de si el macho mayor del olimpo futbolero agregaba a la niña al paquete de tatuajes, declaraciones antiimperialistas, dinero y desintoxicaciones administradas que negociaban el dueño de la isla y el dueño de la pelota. A cambio de usarlo para su propaganda, Fidel le entregaba a Maradona un juguetito para su calentura, se puede interpretar a partir del relato.
Si el testimonio cuenta la verdad, tal vez haya habido trata de personas, abuso infantil, malapraxis médica y quién sabe cuánto más podría encontrar allí una abogada como la ministra de la Mujer, Elizabeth Gómez Alcorta, si le pusiera onda.
Si todo hubiera sucedido en Argentina, lo que hizo Castro sería un crimen de lesa humanidad, porque lo hizo ejerciendo su autoridad estatal.
La historia puede no ser cierta, ojo. Puede estar distorsionada por la memoria de Mavys. Pero por testimonios así el feminismo K de la Argentina ha cancelado sin proceso judicial a un montón de gente.
Por ahora, suena a una hipocresía más, típica de un grupo que siempre se apropia de causas de profundo contenido moral, ético y universal para transformarlas en armas, que usan con selectividad. Si es para destruir opositores y enemigos, las desenfundan. Y si es para proteger la galería de héroes con la que construyen su relato, prefieren enfundarlas. Y hacer silencio.