Junto con Honduras y Guatemala, El Salvador completa la composición del triángulo mara norte. Un triángulo que se complejizó a la par de las impericias, la abulia, y en ocasiones, del tratamiento distorsionado que se le dio a las maras asumiendo que eran apenas pandilleros en búsqueda de un lugar de pertenencia.
Las maras crecieron.
Mutaron de pandillas a organizaciones criminales y desde allí le hicieron honor a la palabra mara.
Se configuraron con alianzas. Traicionaron, rompieron, se rearmaron y alinearon hasta llegar a ser parte de la estructura criminal. De la cadena de la narcocriminalidad. Y conforme a los proyectos de algunas clicas, se transformaron también en un brazo armado de otras estructuras mafiosas como ser, el narcotráfico, la guerrilla y en menos ocasiones, brazos del terrorismo.
Así es como actúan en Colombia y en Venezuela. Como brazos armados de proyectos de poder con tareas de reclutamiento, entrenamiento, sicariato y vigilancia de campamentos y plantaciones de hojas de coca.
Bajo esas características de alianzas, traiciones y de un poder construido, en primera instancia, sobre las bases de la lógica del despojo, las maras dejaron atrás el concepto de pandilla mucho antes que los gobiernos y que algunos comunicadores sociales que mantienen la acomodaticia concepción pandillera humanista. Romántica.
Esa concepción ignorante que no discrimina entre los pandilleros que lograron salir de la célula por haber entendido que la misma, con los años, se perfiló como proyecto de poder criminal, y los que decidieron quedarse para formar parte del universo del delito complejo. De la propagación de la droga por los barrios, constituyendo espacios de venta al menudeo con prácticas extorsivas.
Ser parte de la expansión para que en la mayoría de los países, especialmente de habla hispana, un marero sea parte de una agrupación criminal.
La estrategia confundida con pacto
Nayib Bukele es el primer presidente del triángulo que le otorga a las maras tratamiento criminal. Es, Bukele, el Presidente que los mareros supieron conseguir. Con él, las válvulas, se adormecieron. Bajaron cambios. Se autocompaginaron. Colaboraron con un mecanismo de implosión del cual estimaron, sacarían réditos potables.
El tratamiento de la administración “perversa” a las maras es definido, por la oposición caprichosa, como pacto. Acusan, al polémico presidente twittero de haber pactado con las maras cuando en realidad, no se trata de un pacto sino de una estratégica convivencia. Algo similar a la paz como fetiche de guerra.
Es que la experiencia mostraba que con las maras en contra, gobernar, era imposible. Y pactando con las mismas se generaba un mecanismo institucional orgánico al delito. Así es que que por primera vez en décadas, las maras tendrían que convivir con un presidente que las tenía identificadas como lo que realmente fueron y son, mafias.
Esa convivencia tácita abarcaba un plan de control territorial y un sistema de pautas carcelarias para que mareros no vuelvan a quedar de rodillas, y con el torso desnudo, en algún predio de determinado establecimiento penitenciario. Así fue como líderes de las distintas células realizaron un llamado a cesar la violencia en las calles salvadoreñas.
Acompañar, con límites internos, a la administración que no era como las anteriores. Que no les temía. Que no pactaría.
Que sabía a lo que se enfrentaba y que el escándalo y la moral sobre cómo abordarlas podría quedar para otro capítulo de la historia centroamericana.
Mezclar a la MS 13 con la M 18 fue una estrategia peligrosa que suponía más costos que beneficios. Un peligro que el Gobierno de Bukele asumió como parte de un plan de reducción paulatino del poder marero.
Las bandas antagónicas, irremediablemente, tuvieron que simular el aprendizaje de la convivencia.
Entremezclar organizaciones suponía un tiempo de violencia hasta alcanzar una tregua que medianamente se logró pero como toda tregua, entraría en una fase de decantación delictiva y gubernamental.
La estrategia de Nayib, pasados más de dos años de gestión, requería de un rediseño que no se planificó.
Activación de la válvula
Los mareros esperaban más de Bukele. Esperaban, por llamarlo de algún modo, una amnistía. Un perdón por la sangre derramada. Sin embargo, eso no ocurrió, y seguramente, no ocurrirá. Entonces apostaron por el reclamo de más beneficios carcelarios y económicos.
A la construcción de la anomia tras los muros aplicándole, a Bukele, los mismos métodos extorsivos que por años les dieron resultados.
Mientras el proceso hacia la decantación de la tregua se aproximaba, las maras se preparaban para el dulce de la explosión. Volver a los disturbios carcelarios. Hacer correr la bemba interna. Sin más, reactivar su válvula en El Salvador y poner contra las cuerdas al imperturbable. Al Presidente que se hace un festín con la ficción del pacto. Con la inocencia, en algún punto, que llevó a mareros a creer que tenían alguna posibilidad de “arrepentirse” y salir de la opacidad que también supieron conseguir.
Lo cierto es que la válvula se activó a pesar de las prevenciones y por ende, aumentó la violencia en las calles. En las cárceles.
Un aumento feroz de los homicidios.
Situaciones bárbaras que llevaron a impulsar la militarización del territorio más allá del Plan de Control Territorial desplegado desde el día uno.
Una decisión, la militarización, escandalosa para los enarbolados en el romanticismo delictivo de las maras que no son pandillas. Decisión, también escandalosa, para los comunicadores que entienden que la administración actual pactó con las maras cuando en realidad llevó adelante un abordaje estratégico que le garantizase la gobernabilidad también desde la esfera del delito.
El error de Bukele
Conforme a la investigación, el problema actual se debe a que la administración oficial no trazó los lineamientos posteriores a la estrategia de contención convivencial. Se trata de la compresión.
Es, la compresión, la segunda etapa del abordaje en donde contenidas las organizaciones criminales se les comienza a quitar poder a partir de un sistemático despojo desde el interior de las cárceles hacia el exterior. Desconectar las redes para que que ninguna reciba la orden de activar la válvula violenta como sucedió.
Una compresión, al mismo tiempo exterior, en donde los operativos vayan de lo pequeño a lo grande. Un embudo al revés. Controlar territorios pequeños que son los más complejos y a partir de ahí, controlar los más grandes. Es que en el universo de la criminalidad organizada, aplica de lo complejo a lo simple.
Un error que le generó a Bukele una parcial pérdida de eje. Eje que retoma, tras la militarización, con un paquete de medidas que cambian la situación al poner, nuevamente contra las cuerdas, a las maras.
Las organizaciones que al tiempo que volvían empoderarse en su imaginario caían en la realidad de que la válvula activada, no solo no corría al Presidente de su zona de gestión, sino que tampoco a la sociedad que lo apoya y que a su vez celebra la economía Bitcoin.
Un tipo de economía que impulsa como otro nuevo desafío para la región "conservadora" en materia de crecimiento y desarrollo y que corre el problema marero del centro negativo de la escena mediática.
Bukele, el Presidente centroamericano malabarista y equilibrista que goza de la impunidad de sus jóvenes años al desafiar la seguridad y la economía con medidas poco ortodoxas para la cultura imperante.
Gracias, un aporte muy interesante.