El asesinato de Facundo Cabral en Guatemala tuvo un doble efecto en las sociedades. Emocional por un lado y masificador por el otro. Es que en el tráfico de la noticia, la muerte del Trovador iba asociada al fenómeno de Las Maras en Centroamérica.
Las Maras globalizadas y aggiornadas al igual que todas las vertientes del crimen organizado que atraviesan los continentes y se asientan, en su estructura económica, sobre la base del Narcotráfico. Sobre los aspectos redituables de un sistema económico —el del Narco— que deja un saldo de entre 20 y 25 muertes por día en países como Guatemala y que se duplican, por ejemplo, en México. Más precisamente en Ciudad Juárez. Lugar en el que el Narco creció paralelamente a las atrocidades que atañe la violencia de género. Escalofriantes mutilaciones en provisorias fosas comunes.
Mujeres utilizadas para el tráfico de droga o bien, como señuelos para desatar un ataque comando u otro tipo de operación mafiosa seguida, siempre, de muertes. Mujeres descartables.
El triángulo mara norte: Guatemala, Honduras, El Salvador. De los tres países, el más violento, es el primero.
El Salvador declaró inconstitucionales a Las Maras, así como a la incipiente conformación de nuevas organizaciones Mareras. El efecto de dicha decisión derivó en un intenso flujo migratorio hacia los otros dos países del triángulo. También, a estratégicos puntos de América Latina. En especial, el norte de la Argentina y el conurbano bonaerense.
Así es como la ausencia de una política regional agudizó la constante guatemalteca; fortaleció las bases de la violencia en Honduras; alimentó el tráfico de información con los carteles de la droga mexicanos y con los ex Zetas; y finalmente, solidificó la concepción de un estado embrionario en el Triángulo Larval Sur.
Argentina, Chile y Uruguay. Triángulo larval mara sur
Una consecuencia, el estado embrionario de gobiernos abúlicos y de un cuerpo de seguridad ineficaz que no funciona acabadamente en la lucha contra el Narco. Ocurre, que así como Los Zetas en México y Los Kaibiles en Guatemala encontraron por fuera de la milicia mayor remuneración que dentro de la misma; personal policial de la Argentina halló ese mayor rendimiento en la formación de bandas fuertes y articuladas entre sí que funcionan paralelamente con la policía. Policía, muchas veces, testigo de transas y maniobras delictivas.
Un panorama complejo que también pone al descubierto la actividad de gran parte de los exonerados de la Policía Bonaerense. Cooptación de menores en riesgo en villas de emergencia todavía no quemados por el paco y aptos para recibir un entrenamiento mental y físico que les permita operar como una fuerza de choque con los efectivos mencionados anteriormente.
El caso Cabral
El asesinato de Facundo Cabral consta con una lógica social emocional y con una constante bárbara que es la guatemalteca.
En términos sociales, de amor y admiración, Cabral, se encontraba en el lugar equivocado junto a la persona equivocada. En cambio, para el Narco, el trovador estaba ubicado correctamente. Su presencia era funcional a los fines sicarios.
Siendo la pantalla que en ese momento, el empresario nicaragüense, Henry Fariñas, tenía para tapar sus verdaderas fuentes de ingreso: el narcotráfico asociado a la prostitución y al juego clandestino.
Uno de los móviles del crimen tiene que ver con un ajuste de cuentas, producto de una deuda que aparentemente Fariñas contrajo con un Narco local. La deuda fue cobrada con la vida de Facundo Cabral. Un llamador lamentable. Una acción diagramada. No aleatoria. Sujeta a los códigos de venganza que los sicarios, contratados por el narcotráfico, manejan.
Los disparos, para la justicia de Guatemala, no eran para Cabral. Sin embargo, queda abierta la mirada de la saña. La cantidad alevosa de tiros con armas de guerra sobre el lado del automóvil en el que iba sentado el trovador. Y la permanencia, en vida, de Fariñas.
Una lectura que se desprende de los hechos, es que el asesinato de Facundo Cabral fue mucho más que un mensaje. Ha sido un aviso fatal entrelazado con un daño físico que lo llevará a Fariñas, luego de salir de la hospitalización, a rendir cuentas a la Justicia y seguir bajo en panóptico narco.
Porque mientras el narcocrimen siga operando, el caso, a pesar del dictamen específico de la Justicia, socialmente, no está resuelto.
Crímenes, como el de Cabral, forman parte del paisaje cotidiano guatemalteco. De la miseria que desde hace años mueve los hilos sociales del poder en el mundo.
Anomia y situaciones de una barbarie sostenida plantean pues, un desafío —si verdaderamente se quiere combatir “La Guerra Narco”— institucional, político y social.
Una erradicación de los mitos. Una mirada atenta al avance de Las Maras ya no tatuadas y un alejamiento de la obvia retórica de Colom (presidente de Guatemala) sobre la pobreza, como factor detonante de la formación de pandillas.
Laura Etcharren
soclauraetcharren.blogspot.com