¿Qué explica el repliegue de Cristina Kirchner tras las elecciones del pasado domingo? No es solo que la famosa “remontada” de las listas oficialistas es poco más que humo, y a ella le gusta simular pero no tanto. Es también, y por sobre todo, que en su sector son conscientes de que el Gobierno nacional tiene poquísimas chances de remontar más en serio sus malos resultados, tanto en la gestión como en las urnas, en los dos años que le quedan.
Alberto Fernández va a tener que administrar la penuria, sin chances de seguir emitiendo a lo loco, a menos que se arriesgue a una aceleración inflacionaria explosiva. Y encima va a tener que ingeniárselas para hacer equilibrio entre el ajuste que le exige el Fondo, y la presión social por recuperar el consumo. El resultado de ese juego no puede ser bueno. Ya se anticipa que la inflación el próximo año será incluso mayor que la del que termina, pues se la alimentará por ambas vías: porque va a ser inevitable subir las tarifas y acelerar el ritmo de devaluación, y porque igual el déficit público va a crecer, sin las ayudas extra que hubo en 2021 (de la cosecha, por sus precios excepcionales, y del propio Fondo, por los Derechos Especiales de Giro).
El FMI está llevando a la mesa de negociación recortes drásticos de los subsidios a los servicios, que equivalen a subas tarifarias que no sólo vayan acompañando la inflación, sino que recuperen al menos parte del retraso acumulado en los últimos años. Es imposible saber por cuánto menos logrará el Gobierno hacerlo firmar, pero de ahí buenas noticias no van a venir. La pretensión de segmentar esas subas (idea que está detrás del plan alocado para identificar a los reales residentes de todos los domicilios del AMBA, en un par de meses, una de esas fantasías soviéticas que cada tanto le agarran a los cráneos del actual gobierno) seguramente va a tener el mismo destino que tuvieron ideas igualmente ridículas ensayadas diez años atrás, como los registros de renuncia a los subsidios. Se ve que mucho no se aprende.
Como sea, lo que sí aprendió Cristina es a no exagerar la capacidad de su compañero de fórmula para resolver problemas. De allí que se esté haciendo una idea bastante realista de lo que puede esperarse de su promesa de “hacer en dos años lo que prometimos hacer en cuatro”.
El “relanzamiento” de Alberto, en cambio, se asienta en una expectativa esencialmente voluntarista: que a pesar de todo, la economía siga expandiéndose como durante el rebote de este año, y entonces los disgustos por la inflación y los bajos ingresos sean más o menos manejables.
Es una expectativa poco realista, pero en alguna medida necesaria: ¿de qué otro modo el Presidente y su gabinete mantendrían abierto el camino hacia el Fondo, y alguna mínima disposición a cumplir lo que le prometan, poniendo aunque sea un poco de orden en las cuentas públicas, si no creyeran que pueden torcerle el brazo al destino? En suma, si no estuvieran animados por una ilusión voluntarista, y se dejaran ganar por la desesperación, podrían terminar siendo tan o más peligrosos que los ideólogos que les reclaman romper todo.
Lo que el Ejecutivo no está teniendo suficientemente en cuenta, en todo caso, al emprender su “relanzamiento” con tanto optimismo, no es sólo que con su voluntad no va a alcanzar para hallar una salida a la crisis, sino que las voluntades de los demás van a seguir complicándole la vida.
La de los kirchneristas duros, porque van a necesitar proteger sus credenciales distributivas, así que le cobrarán con sangre a Alberto y sus funcionarios cada paso que estos den en dirección al ordenamiento fiscal (que no consista en nuevos impuestos a los ricos y las empresas, claro). Una pata adentro y otra afuera, esa será la tónica de los K de ahora en más, o desde que Cristina se canse de su retiro espiritual; y Alberto va a tener que acomodar los golpes como pueda.
La voluntad del propio Fondo, porque es dudoso que vaya a ser muy concesivo con el planteo de Martín Guzmán de “crecer para después ajustar y pagar”, o de basar el ajuste solo en nuevos tributos, para no jorobar en forma demasiado directa a sus votantes, y menos todavía lo será a los incumplimientos con que ya sueñan en incurrir desde la Casa Rosada, apelando a la tradición argentina de jamás honrar lo que se firma.
Y, finalmente, la voluntad de los votantes, que sin duda será la más exigida, y también es la más difícil de predecir. ¿Cuánta más inflación aguantará la gente sin explotar? Las elecciones fueron un buen indicador de los límites de esta tolerancia, pero el problema recién comienza, porque a medida que quede más y más atrás la pandemia, menos le servirá al Gobierno la excusa de la emergencia que ella generó, y la consecuente excepcionalidad de “los tiempos que se viven”, para hacer tolerables ajustes a la baja de los ingresos y el consumo, más a la vista va a quedar que lo que se perdió es en gran medida irrecuperable, al menos bajo este régimen económico, y por tanto más resistencia habrá a permanecer en él o a aceptarlo sin chistar.
Es por eso que, contra lo que se cree, haber demorado la votación no resultó un buen negocio para el oficialismo. Porque la pandemia funcionó, en cierto sentido, como ahora las negociaciones con el FMI: mientras duran, hay a quien echarle la culpa; cuando pasan, hay que empezar a hacerse cargo del problema, y cuanto más atrás vayan quedando, más difícil va a ser recordar lo bien que estábamos cuando esos eran nuestros principales desvelos.
Algo que seguramente Cristina ya adivina, pero es probable que a Alberto ni se le haya pasado por la cabeza. De otro modo no se entiende que haga tanta alharaca con que el único problema que tiene el país para crecer sea la deuda con el FMI, y que el famoso Plan Plurianual para el Crecimiento Sustentable va a ser una solución casi sin costos para destrabar nuestro desarrollo. ¿Es que tampoco aprendió nada de los desbordes voluntaristas de sus predecesores, para empezar, de los de Macri, que podría contarle sobre varios inconvenientes de prometer salidas fáciles? Hasta hace poco Alberto no quería ni hablar de un plan. Y ahora pasó a usar esa noción como varita mágica. Mejor ni mirar lo que hay adentro de ese bendito Plan Plurianual, a ver si todavía se disuelve antes de tiempo su encanto.
Los que tampoco se dejan arrastrar demasiado por el renovado entusiasmo presidencial son los gobernadores peronistas. En general (excepción hecha de Kicillof, Alicia Kirchner y algún otro) ellos quisieran que a Alberto le vaya bien, porque así los ayuda a frenar a Cristina y a La Cámpora. Pero por otro lado también en general comparten la idea de la señora y sus adláteres, de que al Gobierno nacional no le quedan muchas chances de éxito.
Son además, los mandatarios provinciales, menos dependientes de Alberto y de su éxito de lo que él necesitaría. En términos financieros porque, pasada la pandemia, no enfrentan déficits importantes. Y en términos electorales, porque siempre pueden desdoblar sus elecciones de las nacionales, y salvar sus cargos aún en un contexto de deterioro del FdT.
Esa es, además, la doble y fundamental diferencia que separa al peronismo del interior del bonaerense. Que no puede hacer ninguna de las dos cosas: es incapaz de solventar con la coparticipación siquiera sus gastos más elementales, y no puede desdoblar y desentenderse de la suerte de Alberto y el FdT nacional. Fue por eso, no por cercanía física, que los intendentes del conurbano asistieron al acto de relanzamiento en Plaza de Mayo el pasado miércoles, y los gobernadores no.
¿Qué recursos políticos efectivos podrá entonces movilizar de aquí a 2023 el Presidente para mantener su gobierno a flote? Más allá de las fantasías que alimentan las banderas ondeando en Plaza de Mayo, la verdad es que la lista muy extensa no es. Pero más motivos entonces para que él no se detenga mucho a pensarlo, para que infle el pecho y se muestre ganador frente a sus funcionarios y seguidores. Las cosas serían aún peores si se dejara ganar por la desesperación. ¿No habrá sido entonces fruto de una sutil sabiduría que el electorado votó como votó?