A Cristina Fernández le han adjudicado muchas cosas. Pero nunca le adjudicaron la cobardía. Acaba de ganársela.
El sábado publicó una nueva carta, muy esperada. El presidente que ella colocó necesita hacer un ajuste para que la inflación no salte por los aires y para no caer en un inédito default con el FMI.
Y por eso era tan importante saber si Cristina apoya o no apoya un acuerdo con el FMI. Es la pregunta clave desde hace meses. Ahora es más acuciante que nunca porque los tiempos se acabaron.
Para marzo, Argentina no tendrá la plata para pagar sus deudas. Un acuerdo permitiría renovar los vencimientos.
Bueno, Cristina habló. Pero no aclaró nada. Primero, pone distancia. La misma Cristina capaz de hacerle renunciar medio gabinete a Alberto, ahora se hace la distraída: dijo que "la lapicera la tiene el presidente". Ella no tiene nada que ver.
La carta también es un ejemplo de ambigüedad y doble discurso. Reitera que los gobiernos K siempre pagaron, pero también pronostica que el acuerdo con el FMI puede ser un cepo para el desarrollo. Y le recuerda a Alberto que él dijo que no iba a claudicar ante el Fondo, como si firmar ahora un acuerdo fuera una claudicación.
Finalmente, ahora que las papas queman, y luego de reiterar el falso relato según el cual la culpa de todos los males y de "la deuda con el FMI" la tiene Macri, Cristina Fernández remarca la obviedad de que la facultad de aprobar o no el acuerdo con el FMI la tiene "el Congreso".
Sí, claro, ya sabemos eso. Lo que queríamos saber es si Cristina, que siempre se ufanó de ser comprometida y valiente, que armó este gobierno con un tuit en mayo de 2019, que maneja medio Gabinete, que controla la mayoría del Senado y tiene a su hijo controlando la bancada mayoritaria de Diputados, va a votar a favor o no del acuerdo con el FMI.
Es una pregunta clara: si la persona con mayor poder político en el país respalda o no a su propio presidente.
No pudo ser. En el momento de la verdad crucial, a la hora de los bifes, Cristina se acobardó y se escondió detrás de un texto que el propio Alberto Fernández aún está tratando de descifrar.