En la oposición, en particular en la UCR, pelean como si tuvieran ya garantizado el triunfo en 2023. Como si dar un espectáculo penoso de internismo salvaje no importara, porque lo único importante fuera hacerse lugar aunque sea a los codazos en la repartija del poder, en una ecuación que se mide exclusivamente en cargos.
Quienes más pierden con este despliegue camorrero son Martín Lousteau y Rodrigo de Loredo, que hacen de mascarón de proa de un grupo radical cuyas caras nadie conoce y tiene cero votos, pero se las ha arreglado por décadas para sobrevivir en los intersticios de la política parasitando el capital político ajeno. No se sabe muy bien por qué Lousteau y de Loredo juegan su popularidad y sus votos para salvarle los espacios de poder a ese grupo, si lo hacen por un error de cálculo sobre las repercusiones que pueda tener romper la unidad de su partido, o porque creen que su popularidad es incombustible. Pero cualquiera sea el caso es probable que pronto tengan que arrepentirse.
Y, como sea, el daño a la imagen de la coalición opositora ya está hecho. Habrá que ver si con el tiempo se agiganta. Lo que dependerá de la duración y alcance que tenga el cisma radical, algo que no se producía desde que en 2007 Julio Cobos partió a compartir fórmula con Cristina, pero que cada tanto se ve ese partido no puede evitar. Y más todavía dependerá de si los diputados disidentes votan de forma diferente al resto de JxC y en acuerdo tácito o expreso con el oficialismo. Eso sí sería mucho más grave. De no llegar a tanto, probablemente este disgusto quede, con el paso del tiempo, como un episodio lamentable pero menor, del que tal vez hasta sus protagonistas aprendan.
El Frente de Todos se diferencia de Juntos por el Cambio: “unidad ante todo”
Mientras tanto, el gobierno está abocado en estos días a hacer exactamente lo contrario que los radicales, y lo hace por las razones contrarias a las que llevan a estos a pelearse entre sí: todo es gesto y teatralización en el oficialismo, una muy cuidada actuación de la “unidad ante todo”, detrás de fines compartidos que no se sabe muy bien cuáles son, y cabe sospechar que no van a durar mucho (difícilmente sobrevivan, para empezar, a la revelación de las exigencias del FMI para firmar, y la inevitabilidad de aceptar al menos algunas de ellas). Porque, a diferencia de los opositores, nadie sabe en el FdeT realmente cuánto tiempo más van a seguir juntos, y todos sospechan que 2023 está demasiado lejos.
Es que, indiferente a lo que sucede a su alrededor, y más todavía a lo que está por venir, el gobierno nacional se ha convertido en una empresa de espectáculos. Hicieron un ensayo general el miércoles siguiente a las elecciones, celebrando “la victoria” en el día de la militancia rentada, y como les fue bastante bien, van con el show a full el 10 de diciembre. Con un acto aún más multitudinario y más “representativo de la unidad”.
El Ejecutivo nacional se parece en esto a la UBA, que después de dos años de no dar casi ni una sola clase presencial, y ofrecer una virtualidad más que precaria en muchas facultades, celebró sus 200 años con un mega recital en que los cuidados sanitarios, que se extreman a la hora de mantener las aulas cerradas, brillaron por su ausencia.
Dato curioso, en esa teatralización festiva de una institución que viene brindando muy mala atención a sus fines específicos, participaron activamente los mismos oscuros personajes que alentaron a Lousteau y de Loredo a hacer un papel mucho menos festivo en otra institución, que en cambio venía haciendo las cosas bastante bien y tenía sí mucho para festejar en este fin de año. Se ve que a esa gente lo que le gusta es festejar el fracaso. Otra de sus coincidencias con el oficialismo nacional, que esperemos no sigan multiplicándose.
Esta semana partieron para Washington a arreglar el que se supone es el asunto más importante si no el único que tiene que arreglar el gobierno, tres ñatos que nadie conoce, para hacer números con los burócratas del Fondo, a ver cuánto vamos a tener que pagar de tarifas, a cuánto van a cotizar la veintena de dólares distintos con que nos manejamos, cuánto caerá el poder de compra las jubilaciones, los salarios públicos, los planes sociales, y otros asuntos por el estilo.
Mientras, en Buenos Aires, miles de funcionarios desde la cúspide del poder nacional hasta los últimos resquicios de las administraciones municipales se esfuerzan para que el viernes 10 el Frente de Todos tenga su fiesta, y pueda decir, no que cumplió 200 años, pero sí 2, y que está lleno de energía y dispuesto a seguir haciendo maravillas por lo menos otros dos más.
Desde 2003 Néstor Kirchner se apropió de los festejos del 25 de mayo, queriendo convertir una fecha nacional en una festichola facciosa, en que se celebraba a sí mismo. La pretensión era desmesurada, y por suerte con el tiempo cayó en el olvido. Ahora su émulo Alberto Fernández pretende festejarse en el día de la recuperación de la democracia argentina, y el día internacional de los derechos humanos.
Si aquello tardó en frustrarse, cabe esperar que el show albertista dure lo que un suspiro. Pero se las arreglará de todos modos para mancillar aún más de lo que están nuestra memoria histórica y la dignidad de nuestras instituciones. Seguramente, si viviera, no sería este el mejor 10 de diciembre que pudiera desear Raúl Alfonsín.