“- Le propongo un acuerdo, almirante –prosiguió-. Si usted no habla con la prensa, tampoco lo haré yo. Lea el mensaje interceptado. Cortez dice que fue una bomba colocada en un auto. Clark lo montó tal como estaba previsto.
-¿Y si la policía local investiga?
- Primero, no sabemos si la policía local tendrá acceso al lugar. Segundo, ¿qué le hace pensar que tienen recursos para averiguar nada? Montamos todo para que pareciera una bomba colocada en un auto y parece que Cortez cayó. Tercero, ¿por qué piensa que a la policía local le importará un carajo cómo murieron?”
“Una enorme casa había quedado reducida a una montaña de escombros, junto a un cráter en el suelo. La señal era inconfundible. Ryan pensó“una bomba en un auto” antes que el locutor lo dijera. “Por consiguiente, la CIA no tuvo nada que ver”, pensó”.
Peligro Inminente (Tom Clancy, 1989)
Lo puntualizado arriba, que parece tan obvio, fue deliberadamente dejado de lado por los popes de la inteligencia vernácula cuando dos atentados reducían a escombros la embajada de Israel en 1992 y la AMIA dos años después. Hablar sólo de una mano negra que desde el principio desvió la investigación, plantó pruebas falsas, robó evidencias y eligió concienzudamente a miembros del poder judicial venales y apéndices de las usinas de informaciones estatales, es pecar de simplismo.
Les insumió doce años montar una espesa cortina de humo para travestir ambos atentados, cuando resultaba claro al día siguiente de los mismos, de donde venía la mano asesina. También lo supieron desde un principio tanto la CIA y el MOSSAD, quienes fueron altamente responsables en montar la historia oficial que, ahora en el caso AMIA, está haciendo agua por todos lados.
Cuando las mangas cortan rostros
Ayer, el rechazo de la jurisprudencia británica al pedido argentino de extradición del ex embajador iraní Hadi Soleimanpour, unido al fiasco de la investigación de Béliz en Suiza por las cuentas de Menem, significaron un golpe mortal para los detentadores del encubrimiento. Pues ahora, ¿de qué se van a disfrazar? Aunque el canciller Rafael Bielsa concrete su anunciado viaje a Teherán, nada le garantiza que la justicia iraní le otorgue algún chivo expiatorio para poner acá en gayola y de paso, darle la mano a Galeano para que no se caiga en el pozo. Es improbable que Irán le tire, por lástima nomás, algún Oswald para que se lo juzgue en un tribunal internacional con sede en Marruecos. A Khadaffi sí lo pudieron empaquetar por lo de Lockerbie, sumido hasta el cuello por un embargo económico feroz. La república islámica persa difícilmente entre en ese juego, porque sabe muy bien que no sólo no existen pruebas en su contra, sino que además el gobierno argentino tiene demasiado que ocultar.
Por eso, las “investigaciones” encaradas por el Estado siempre quedaron en letra muerta. Cuando asumió el anodino De la Rúa, se pensó que por fin de devalaría el misterio y Galeano terminaría entre rejas. Pero no, el gobierno de la Alianza y buena parte de la dirigencia comunitaria judía intercambiaron figuritas y la verdad se fue de paseo. Idéntica suerte corrió la causa en los sucesivos gobiernos, pero durante el duhaldismo se le puso la frutilla a la torta. La SIDE de Miguel Angel Toma, con estricta anuencia de la CIA y el MOSSAD, llegó al extremo risible de elaborar un informe en el cual se endilgaba la responsabilidad del atentado en la calle Pasteur nada menos que al fantasmal Osama Bin Laden. Responsabilidad que, por supuesto, jamás fue ni siquiera probada ni demostrada. A pesar de eso, tanto Galeano como una importante porción de la corporación mediática nacional se arrojaron sobre esta bravata como chancho para los choclos.
Reemplazo el hombre fuerte de Lomas de Zamora por el patagónico Néstor Kirchner, nuevamente otra luz de esperanza se creyó vislumbrar en la espesa impunidad. Tanto, que al cumplirse el noveno aniversario de la AMIA, muchos daban por sentado que la escoba kirchenista barrería por fin el polvo de la lacra del encubrimiento menemista. Pero no, pocos meses después de aquellas promesas en el palco, nuevamente se asistió a más de lo mismo. Con el agravante de pretender, como se señala más arriba, que la panacea no sería otra cosa que un juicio internacional tan espurio como el de Lockerbie. Así se cerraría definitivamente el paquetito, con los buenos oficios de Bush y Sharon y con la bendición de la mencionada corporación mediática que aplaudiría desde el palco de honor.
Pero esto naufragó estrepitosamente, con la negativa británica y la comprobación suiza del fiasco parlante del mentado Mesbahi C, haciendo el corte de manga a las pretensiones kirchenistas más contundente de lo que parece. Sin el comodín iraní, toda esta historia trucha tambalea sobre el abismo, y aquellos que la defienden con ahínco están más serios que perro en bote. Por más que ahora chillen y pataleen, y se agarren a la falsaria hipótesis de la Traffic-bomba como a las Tablas de la Ley, a la larga terminarán arrojando la toalla y pidiendo la pelela.
Fernando Paolella