Pregunta que probablemente intrigue más bien a pocos; irónicamente, sobre todo a otros correctores. El ecosistema de los correctores literarios, atravesado por editoriales y por disgustos con escritores, es tan diferente del mundo de la corrección de textos periodística como de la corrección académica. Tan diferentes como la Tierra de la Luna, pero tan parecidos como el sueño de la vigilia. Hagamos un breve recorrido.
Los puntos sobre las íes
El corrector profesional no encorseta —en el mejor de los casos— cada texto de forma indiscriminada dentro de unos mismos estándares de redacción. Cada ámbito está gobernado por manuales de estilo particulares: a veces tácitos, a veces flexibles, a veces regionales. Corregir un texto mal escrito en una novela podría ser un error: está bien que esté mal (por ejemplo un personaje que habla con barbarismos por su particular sociolecto o cronolecto). En ciertos artículos periodísticos —traducidos del ucraniano a un español más bien ríoplatense— era necesario reemplazar palabras como “gomería” (normal en Argentina y Uruguay, pero exótica o ajena en otros países) para adaptar el texto a los lectores de España que eran el público objetivo del medio. Así, el corrector profesional de textos debe de tener una formación integral que le permita trabajar con todo tipo de producciones. Por cierto que estos manuales de estilo no necesariamente han de tener sentido y, de hecho, muchos no lo tienen. Algunos se confeccionan totalmente a gusto del cliente: desde tildes que ya no corresponden hasta uso del llamado género neutro con E, X o U.
Bestiario (muy) inconcluso de textos
El gradiente oscila entre los textos más rígidos y los más elásticos. En el medio, hay una multitud de clases de textos que suelen exigir algún grado de especialidad para trabajarlos. Los textos académicos responden a parámetros de calidad y estructuras por lo general muy rígidas. Monografías, tesinas, ensayos, tesis: se espera que estén organizados de cierta manera. Aunque los memes no dejan de hacer humor sobre las citas en formato APA, hay muchos otros formatos para citar (y probablemente el más engorroso sea el formato autor-año, que usa citas a pie de página y latinismos). Las tareas no solo se limitan a la corrección, a veces se involucra la evaluación de la capacidad argumentativa de un trabajo, la reducción de palabras (mi orgullo profesional fue una tesina reducida en 50 páginas con modificaciones mínimas al contenido) y a veces pedidos que coquetean con la reescritura y el ghostwriting. El texto literario, por otro lado, se enfoca mucho más en el trabajo estilístico, estético y de adecuación a lo que sea que la editorial quiera o necesite.
Contratos y tarifarios: las grandes quimeras
En cualquier grupo de Fb de editores, correctores o carreras afines al periodismo o a las Letras florecen, sobre todo de madrugada, publicaciones de personas (no necesariamente correctores) que piden consejo sobre el tema de desvelo por excelencia: el tarifario. Algunos cobran por página, por obra, por tiempo de trabajo y —como quien escribe— por caracteres con espacio. Si bien hay quienes se aferran a algunos tarifarios de organizaciones que pocos y nadie conocen como si fueran dogma divino, la vida diaria del corrector lo acostumbra a la negociación, el regateo, la disconformidad. (Muchos) Periodistas y escritores comparten un mal de raíz que forma parte de la anterior dinámica: estar convencidos de que escriben bien. Los contratos convergen en ciertos tópicos, además de la remuneración: cantidad límite de recorrecciones, trazado de línea sobre límites de corrección, cláusulas de confidencialidad (muy comunes en el trabajo con textos académicos) y plazos de tiempo.
Cambios en tinta roja
En “La aventura de las pruebas de imprenta”, cuento policial de Rodolfo Walsh, se nos presenta a Daniel Hernández, un corrector de pruebas que se involucra en la investigación de un crimen. Época en la que las correcciones eran hechas a mano, con signos especiales garabateados en los márgenes y entre las líneas, se nos presenta la labor del corrector como un proceso ligado, mucho más que la escritura creativa misma, al pulso artesanal y paciente del orfebre. Esos signos y las convenciones de la profesión alrededor de ellos se siguen enseñando en la carrera de Corrección. Sin embargo, en la actualidad lo habitual es el trabajo con procesadores de texto y distintos programas de maquetación. En algún lugar recóndito de la barra de herramientas de Word, el lector podrá encontrar el calderón o antígrafo ¶ que hace visible signos ocultos de formato y de párrafo. Útil para detectar, por ejemplo, los dobles espacios entre caracteres o palabras. Al activar la opción de “control de cambios”, todos los cambios hechos quedarán marcados en rojo y será posible revisarlos uno por uno. Esta es la herramienta principal y recurrente del corrector. En la labor con editores o diseñadores se pueden ver programas más especializados, por ejemplo inDesign (programa de Adobe estandarizado para maquetar libros), Nimble Writer (procesador de textos enfocado en la redacción literaria), Scribus (software para maquetar publicaciones de todo tipo) y alguno más.
Se hagan como se hagan las correcciones, el credo del corrector profesional se condensa en una máxima, repetida a lo largo de su formación y de su vida: saber justificar la corrección hecha ante el cliente, ante la hoja escrita y ante la madrugada.
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Muchas gracias por expresar la idea de lo que hace un corrector de textos. De todos modos agregó que en más de una ocasión los textos están escritos para cierto mercado, lo cual lleva a que en otros países la lectura de dicho material sea, literalmente, un dolor de cabeza. Sucede mucho con los textos españoles, colombianos y mexicanos. Los textos argentinos han mejorado muchísimo a través de la versión neutra.
Coincido con el autor en el concepto conocido como LOCALIZACIÓN, para contextualizar el vocabulario o sintaxis en una traducción/ corrección, pero en el texto literario, mmmmmm depende a quién. DUDO y mucho que alguien le reclame o le haga una corrección de estilo a un César Aira por ejemplo, para quién una palabra / selección de estructuras remite a todo un universo lingüístico / cultural. La corrección de textos a mi entender, es una tarea bien difícil, y se presta a la negociación con el cliente, en especial en papers, no debería ser así en los textos literarios creo. Algunos creen que cuantas más correcciones, mejor es el corrector, cuando no debería ser así, ya que a mi me parece que respetar al autor es muy importante, de lo contrario el corrector estaría reescribiendo el texto. Interesante cómo la tecnología se ha incorporado para que los recursos visuales bailen con las letras. ¿No está pesando más el conocimiento tecnológico que el lingüístico? Muy buena la nota. Gracias.