Durante la Presidencia de Arturo Umberto Illia, en apenas 1000 días de gestión, aquel gobierno tildado de lento, irresoluto y burocrático, logró la sanción de importantes leyes sociales, como las del Salario Mínimo Vital y Móvil y la de medicamentos, que regulaba su costo y producción, a pesar de la fuerte oposición de los laboratorios extranjeros. En ese período, se redujo el desempleo y la deuda externa, se achicó el gasto público a pesar de haberse aumentando los presupuestos educativos a porcentajes nunca más alcanzados y las partidas destinadas a salud y vivienda, con un crecimiento del PBI a razón de un 10% por año, en particular el PBI Industrial.
Illia Gobernó con serenidad, sin altisonancias, con la normalidad de lo cotidiano, confiaba en el valor pedagógico de la democracia y predicaba con el ejemplo: un gobierno honesto, respetuoso de la ley, sin mesianismos era la mejor forma de consolidar la democracia y dejar atrás años de profundos enfrentamientos, odios y antinomias entre argentinos.
No usó los medios oficiales ni los recursos del Estado para defenderse aún frente a campañas perfectamente orquestadas, que lo estigmatizaban como un presidente carente de autoridad, apegado a prácticas “partidocráticas” y comiteriles, lento e inoperante. Tampoco quiso reprimir ni derramar sangre.
Illia murió en la pobreza, en la cama de un hospital público, desmintiendo a quienes pretenden hacernos ver el enriquecimiento en el ejercicio de la función como una aceptable estrategia de poder, o en el peor de los casos un mal menor tolerable y extendido.
Pocos años más tarde, muchos se arrepintieron de haber conspirado y contribuido al derrocamiento de Don Arturo, inclusive algunos de sus protagonistas directos. Como en otras tantas cosas, tuvieron que pasar varios años más para que la sociedad en su conjunto, asuma como un error, su indiferencia frente al derrocamiento de un gobierno honesto y eficaz, que significó la pérdida de una enorme oportunidad para la Argentina.
A 39 años de su muerte, comprendemos como nunca, que don Arturo, forjó en muchos ciudadanos el valor inalterable de lo verdaderamente importante, hacer y actuar conforme a nuestra propia escala de valores, a nuestras íntimas convicciones.
Illia, su infancia y la educación
“Mi padre, que murió en 1948, a los 90 años, era lombardo, de Samolaco, un pueblito cerca del Lago de Como, próximo al límite con Suiza. Llegó al país hace casi un siglo, cuando tenía seis años, con mi abuelo, que tenía treinta o treinta y cinco. Llegaron a Buenos Aires en un barco de vela, y aquí tomaron la «galera» que en 15 días los llevó al Tandil, que era una especie de fortín, con muchos criollos, muchos indios, algunos militares y muy pocos extranjeros. Todo era pampa, con hacienda sin dueño”, decía el expresidente Arturo Umberto Illia, en un reportaje publicado en la revista Panorama en agosto de 1963.
“Imagínese -continuaba relatando- a esos dos italianos, ¡qué sabían de enlazar y bolear!… Hicieron un corral, encerraron algunas vacas y fueron los primeros lecheros de Tandil. Todos los días mi padre iba al pueblo y llevaba seis o siete litros de leche, que repartía a los pocos, muy pocos, que tomaban leche en ese entonces, porque la mayor parte sólo comía carne y tomaba vino…
“Cuando mi padre tenía ocho o nueve años, un buen día se sublevaron los criollos, dirigidos por un curandero llamado Tata-Dios, y decidieron matar a todos los extranjeros. Y efectivamente, los mataron a casi todos… Habrán sido diez o quince. Mi abuelo vivía un poco alejado del pueblo; alguien le avisó, y con mi padre se fue a las sierras. Mi abuelo, después de este episodio, decidió volver a Italia, y allí se quedó.
“Pero mi padre, al cumplir 16 años, volvió solo a la Argentina. Empezó a trabajar como peón en la construcción de los ferrocarriles, ganando un peso por día. Con los centavos que pudo ahorrar, compró un campito en Pergamino, la ciudad donde yo nací. Poco a poco, tuvo vacas, fue sembrando trigo, y de todo… Allí nacimos todos.
“Mi padre nos despertaba a las cinco diciendo: “Está por salir el sol.” Ordeñábamos las vacas, hacíamos otros trabajos, y aún nos alcanzaba el tiempo para llegar antes que nadie a la escuela. Por supuesto, a las ocho de la noche ya habíamos cenado y estábamos en la cama. Ésta era nuestra vida.
“Toda mi infancia la pasé así. Una maravillosa infancia…En mi casa se hacía todo. Todo, No se compraba nada. Se hacía el pan, teníamos leche, queso, manteca, verduras, vinos de nuestra viña. En la enorme casona, constituida por ocho o nueve piezas inmensas, teníamos la despensa, siempre repleta de alimentos. En invierno, se carneaban los cerdos, y se hacían jamones, chorizos, salames… Era una vida muy sana.
“Cuando terminé sexto grado, vine a un colegio salesiano de Buenos Aires. Concluí el bachillerato en 1918, y en 1919 ingresé en la Facultad de Medicina. Mi padre me mandaba algunos pesos; no muchos… Fue él quien quiso que estudiáramos. Yo quería quedarme en el campo, pero él me dijo: “No, no tenes que ser como yo. El que estudia siempre tiene más posibilidades”.
Illia echó a Rockefeller
“Unos meses antes del golpe del ’66, -relata el expresidente Arturo Illia, vino a verme el banquero David Rockefeller. El hombre quería radicar el banco Manhatan en Argentina (hablamos por medio de un intérprete). En un momento dado me sugirió que debíamos cambiar tales y cuales puntos de la ley de bancos para que ellos pudieran radicarse entre nosotros.
Molesto, le dije al interprete: pregúntele al señor Rockefeller que pensaría si un banquero argentino le exigiera al presidente de EE.UU. que cambie la ley de reserva federal para invertir en ese país.
Cuando escuchó la traducción Rockefeller se ruborizo, aunque no me crea, le aseguro que se ruborizó.
Yo no le di tiempo para que balbuceara excusas, por lo que me di vuelta hacia el intérprete y le dije:
— Dígale al señor Rockefeller que esta audiencia ha concluido.
Tres meses más tarde fui derrocado por la city (por esas 40 manzanas que rodean la casa de gobierno con el apoyo de algunos sectores sociales y el peronismo) Rockefeller radico el Chase Manhatan, y Onganía, obviamente, reformó la ley de bancos, siguiendo punto por punto las sugerencias que me había hecho el señor Rockefeller…”. finaliza diciendo el dirigente radical Arturo Umberto Illia.
Logros del presidente Illia
Durante su mandato -12 de octubre de 1963 y el 28 de junio de 1966- Illia logró un crecimiento del mercado interno, una progresiva distribución del ingreso, un considerable aumento de las exportaciones, una reducción de la deuda externa y una mejora en el índice de empleo. Pero muchas de las medidas que tomó chocaban con intereses de diferentes sectores. En nombre de la soberanía nacional, Illia anuló los contratos petroleros firmados por Frondizi, ganándose el rechazo de los inversionistas extranjeros. Por otra parte, intervino en el terreno económico y social a través de la Ley de Salario Mínimo Vital y Móvil, y estableciendo límites al aumento de precios, lo que generó la disconformidad de la Unión Industrial Argentina. A su vez, un proyecto de ley que congelaba el precio de los medicamentos derivó en la oposición de los grandes laboratorios. Por último, la relación con la CGT se complicó cuando quiso modificar la Ley de Asociaciones Profesionales para democratizar los sindicatos.
En este contexto, los datos del crecimiento experimentado por el país quedaban relegados ante una campaña golpista en la que confluían múltiples intereses y en cuya materialización tuvo un rol muy importante la prensa que comenzó a desprestigiar al gobierno de Illia acusándolo de lentitud e ineficacia, y a la política partidista en general. Así se allanó el camino para el golpe de Estado que el 28 de junio de 1966 derrocó al presidente.
Primera Plana
El semanario “Primera Plana” fue fundado en noviembre de 1962 por Jacobo Timerman. Al estilo de la revista “Time”, tenía la exclusividad para la publicación de notas de la revista “Newsweek” de los Estados Unidos, “Vita” de Roma y el semanario de notas francés “L´Espress” de París, uno de los más influyentes en Europa Occidental.
“Primera Plana”, que tenía una fuerte tendencia negativa contra Arturo Umberto Illia -fue famosa la representación del presidente con la imagen de una tortuga- luego derrocado por un golpe militar encabezado por el general Juan Carlos Onganía, en una encuesta realizada al cumplirse un año del gobierno constitucional decía:
“El 27% de los encuestados observó la existencia de persecuciones políticas, ideológicas o gremiales, el 24% objetó la falta de garantías para la realización de mítines o actos públicos de cualquier tendencia política, el 21 consideró que los canales de televisión transmiten sólo lo que el gobierno permite y el 13% aludió a la falta de libertad de prensa escrita. Finalmente –el semanario apunta-, uno de los más gruesos errores de información del público, a lo largo de toda la encuesta, fue que sólo el 15% de los entrevistados recordaba que la mayoría de las emisoras de radiodifusión están intervenidas por el gobierno”.
“Qué distinto se leería si las cifras hubieran estado en forma inversa”, señalaba un miembro del gobierno al leerlas, refutando la encuesta realizada por el semanario: “Un 73% cree que no hay persecución política, un 79% que no se transmite un solo programa a favor del gobierno en la televisión y un 87% cree que hay libertad de prensa… Por otra parte –señalaba-, las emisoras de radiodifusión no fueron intervenidas por el gobierno de Illia”.
El semanario “Primera Plana”, fue vocero del grupo militar “Azul” (Gral. Onganía) que le dio origen. Jacobo Timerman -que siempre basó su ascenso social y profesional en asociaciones pragmáticas con el poder político y militar dominante en la Argentina de 1950, 1960 y 1970- dejó la revista en julio de 1964, para fundar un año después “Confirmado”. Fue entonces que asumió la dirección Ramiro de Casasbellas. El equipo de redacción contó con Tomás Eloy Martínez (jefe de Redacción), Ernesto Schoo (artes y espectáculos), Roberto Aizcorbe (política), Osiris Troiani (internacional), Julián Delgado (economía) y Norberto Firpo (Sociedad). También formaban parte de la redacción, entre otros, Osvaldo Soriano, Mariano Grondona, Hugo Gambini, Sara Gallardo, Aída Bornik, Roberto García, Miguel Briante, Rodolfo Pandolfi, Raúl Urtixberea y Julio Ardiles Gray.
Hugo Gambini, la definió como “el buque de guerra que más bombardeaba al Gobierno”. Tanto la revista de Ramiro de Casasbellas y Tomás Eloy Martínez como la de Jacobo Timerman defendían el papel político de las Fuerzas Armadas y promovía la figura del general Onganía, para instalar lo que pretendió ser la primera dictadura de tipo permanente de la historia argentina. Luego el dictador Onganía mandó clausurar Primera Plana.
“Primera Plana” apareció ininterrumpidamente entre el 13 de noviembre de 1962 y el 4 de agosto de 1969. En 1966 en los meses previos al golpe militar alcanzó un promedio de venta de 50.000 ejemplares.
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