Hace unos días, José Schulman, presidente de la Liga Argentina por los Derechos Humanos (LADH), abandonó el ostracismo de su carguito ñoqui de correctismo político, pagado con tus impuestos y saltó a la fama al quedar escrachado en un video en el que se lo ve insultando y golpeando a una empleada de la terminal de ómnibus de Santa Clara del Mar.
De este episodio se desprenden varias cosas por analizar, comencemos de menos a más.
Primero, el energúmeno este se encontraba en el interior del local con el barbijo por debajo del mentón, como si se tratase de un babero. Más allá de lo que yo opine acerca del uso de los barbijos, claramente este distinguido miembro de la progresía reinante debería ser consecuente con su credo, pero como es sabido, para estos sátrapas, ser consecuente, resulta ser algo impensado.
Este personaje despreciable resulta ser un prepotente que apela a su cargo para amenazar a la empleada con hacerla llevar presa, le toma una fotografía a otra cliente allí presente invadiendo su privacidad, insulta a la trabajadora y a continuación ingresa a su espacio de trabajo y le propina un golpe.
Solo un mononeuronal recurre a la violencia para hacerse escuchar. Está pésimo que alguien golpee a otro salvo en defensa propia, si a esto le sumamos que se trata del presidente de la LADH, entonces el episodio está agravado por el cargo que ocupa este farsante e inservible servidor público.
Golpeó a una mujer y por ello se le imputó desde la fiscalía los delitos de amenazas y lesiones leves agravadas por mediar violencia de género. Acá debo levantar mi queja.
Considero las carátulas de violencia de género como un insulto a las mujeres, es una forma de ningunearlas, de considerarlas “un ser inferior o desvalido” al que hay que tenerle pena y una contemplación extra. Es interesante cómo se pretende, desde el estado y desde la progresía, apropiarse e imponer el respeto y el buen trato hacia las mujeres, conducta que ya se promueve desde hace cientos de años desde las normas de cortesía y de buena conducta. Me dirán que estas normas sociales del pasado fracasaron, quizás, pero los desquicios del feminismo radical han mostrado aún peores resultados.
Les feministes condenan el abrirle la puerta a una mujer, el correrle la silla para que se siente o incluso el grito “primero las mujeres y los niños” de un naufragio por ser ejemplos del patriarcado que las menosprecia y somete, y acto seguido, corren a refugiarse al abrigo de papá (macho) estado y piden que las protejan con un trato diferencial… son incoherentes.
Por último, este cretino pidió licencia en su cargo, ¡en vez de renunciar!, y peor aún, ¡se la aceptaron y no lo echaron!, esto demuestra que semejante idiota no es más que uno más de los tantos que pululan en estos organismos.
¡Y no ha de sorprendernos!, solo debemos recordar a la docente desquiciada que le gritaba al alumno (le dieron licencia y ya retornó al trabajo) o a la trastornada de Hebe de Bonafini quien proponían probar las Taser en niños con absoluta impunidad.
Como frutilla de postre, quiero dejar una observación tangencial de este episodio que de ninguna manera justifica a este demente, pero que creo debe llamarnos a la reflexión.
Estamos viviendo en una sociedad con los nervios crispados, una sociedad reactiva y violenta que responde al menor estímulo con ferocidad. Yo me pregunto: ¿tendrá algo que ver el Estado ausente? Ausente en la falta de seguridad, ausente en la falta de justicia, ausente de estadistas.
¿O será por el estado presente? Presente en nuestros bolsillos para saquearlos, presentes en una educación adoctrinadora y embrutecedora, presente en una salud estatal mala y cara, presente en corruptos, en demagogos, en burócratas que con tal de justificar sus puestos te llenan de trabas y te hacen la vida imposible… burócratas imbéciles como José Schulman.
© Tribuna de Periodistas, todos los derechos reservados