La decisión de aumentar las retenciones a los productos sojeros que no pagan ya el máximo permitido por la ley le traería al gobierno un muy módico beneficio (pasar de cobrar 31 a 33% al aceite y la harina con suerte sumaría unos 400 millones de dólares a las arcas públicas) y es seguro que le sumará problemas políticos, además de judiciales.
Pero suceden dos cosas simultáneas para que el Ejecutivo haga otra cuenta: él está desesperado por congraciarse con los kirchneristas, por mostrarles que no se ha rendido al “despreciable FMI”; y está igual de ansioso por rascar el fondo de la lata de los sectores que aún tienen alguna moneda disponible, y son irrecuperables para la alianza oficial, de modo que el fisco no tenga que aumentar la presión, vía tarifas, recorte de subsidios, etc., sobre quienes el oficialismo espera aún que lo acompañen en futuras elecciones.
El acuerdo con el FMI y el Congreso
Como ambos factores definen la situación actual de extrema urgencia, se explica también que el presidente no haya esperado siquiera que el acuerdo con el FMI saliera del Senado. Debió querer dar cuanto antes una señal de rebeldía ante el organismo internacional, y de que trabajará sin descanso ni demora en aumentar todo lo posible los ingresos fiscales, para acotar la reducción de los egresos.
Y allá fue, sin dudarlo, apostando a enfrentar al campo a un hecho consumado, a riesgo de que le estallara en la cara una nueva crisis. Que se sumaría a la que arrastra con Cristina y Máximo, que se sumó a su vez a la que viene enfrentando la estrategia de negociación y el programa económico de Guzmán, ya débiles desde el comienzo y ahora por completo desacreditados, y a varias otras crisis que se acumulan sin solución a la vista.
Detrás del apuro con que Alberto encaró la cuestión de las retenciones hay también otros factores más estrictamente políticos. Probablemente estimó que debía apurarse y tratar de anotar un gol a su favor, después de una indisimulable derrota sufrida en Diputados: haber conducido al oficialismo a su primera votación dividida en esa cámara, y haber sido “salvado” por la oposición unida, a cambio de fuertes concesiones, fue sin duda para él más de lo tolerable.
Algo que imaginó repararía si lograba volver a dividir a la oposición y unir al oficialismo: de los aumentos de las retenciones debe estar esperando justamente eso, que los apoyaría la totalidad del FdT, y que en cambio enfrentarían nuevamente a los moderados de JxC, algunos de los cuales tal vez seguirían apoyando el acuerdo con el Fondo en el Senado de todos modos, con sus colegas halcones, que verían allí la ocasión de vengarse de lo sucedido en la Cámara Baja, optando por ligar una cosa con otra para rechazar ambas.
A todos ellos, de paso, los querrá exponer como “representantes de empresarios egoístas” que se benefician cuando todos los demás argentinos se perjudican, es decir, cuando suben los precios de los alimentos.
Alberto Fernández sobrevalora su capacidad de representar el PJ unido
Sucede sin embargo que también respecto a este asunto sobrevalora su capacidad de representar al peronismo unido, y subestima las divergencias que existen en sus filas: algunas ya se han hecho públicas, como el rechazo a la medida de parte del gobernador Perotti, y otras tal vez tarden en manifestarse, como la inclinación de Julián Domínguez a dejar su cargo, pero son a esta altura difíciles de evitar.
Lo peor es que sumó desconcierto sobre todo entre sectores que habían venido apoyando a Alberto en su pelea con los Kirchner: Perotti, y tal vez también Bordet, Zamora y varios otros mandatarios de provincias agropecuarias, deben estar preguntándose para qué respaldar al presidente en la mala, como ellos hicieron cuando se esforzaron en convencer a diputados renuentes de sus distritos a avalar el acuerdo con el Fondo, si después en pago Alberto castiga a esas provincias, sin avisar ni compensarlas con ayuda alguna.
Sobrevalora también Alberto su capacidad de complicarle la vida a los moderados que lo habían ayudado a sortear el paso por Diputados de su acuerdo con el FMI. Lo que no es ninguna sorpresa: lo viene haciendo desde hace dos largos años ya.
Horacio Rodríguez Larreta, la víctima privilegiada
Cada vez que puede, trata de perjudicar a quienes le ofrecen colaboración desde la oposición, en la expectativa de que la polarización resultante lo termine favoreciendo a él más que a Cristina, que los duros de su propio espacio adviertan que él puede hacer mejor que ella el trabajo que tanto le festejan a la señora. Pero ni una sola vez ha logrado salirse con la suya. Así que cabe preguntarse a esta altura si es que insiste porque no se da cuenta del resultado, o insiste porque imagina que tarde o temprano se le va a dar.
Horacio Rodríguez Larreta fue la víctima privilegiada de estos lances del albertismo, del auténtico, el realmente existente, no el imaginado. Y lo sigue siendo.
Así fue cuando le recortaron la coparticipación a la ciudad, cuando señalaron a sus autoridades como criminales que pretendían que docentes y alumnos se contagiaran del Covid y más recientemente cuando, con la negociación con el Fondo todavía abierta, la AFIP anunció que impulsaría la revaluación fiscal de los bienes inmuebles, pero solo para los porteños.
Ahora que Larreta podía decir aliviado que, junto a Carrió y algunos radicales y colegas de su propio partido, había finalmente frenado en su frente interno tanto a los duros del PRO como a los demasiado blandos de la UCR, y en el frente externo mostrado al presidente, a Massa, a los gobernadores peronistas y al público en general que era capaz de ofrecer la mano tendida y sostener vías de cooperación, al menos para evitar males mayores, no es casualidad que Alberto se la haya querido morder, dándole la razón a Espert y Milei: lo que nuestro presidente ha querido confirmar, a todos esos observadores juntos, es que para lo que sirvió el voto de la oposición moderada es para darle oportunidad a él de subir impuestos, lo que la mayoría de los votantes, y no solo de la oposición, más detesta de la “casta política”, y al mismo tiempo se dice que más la caracteriza y unifica.
Pero tampoco hay en esto nada de qué sorprenderse. Alberto nunca quiso un entendimiento entre moderados. Siempre apostó a conquistar, desde el centro, el corazón del kirchnerismo, y va a seguir intentándolo a como dé lugar. Cualesquiera sean los resultados que obtenga. Porque nunca la clave de su comportamiento fue su relación concreta con Cristina, sino la imaginaria que estableció ya hace mucho con el recuerdo del marido y predecesor de la señora. Algunos dirán que perdió así la enésima oportunidad que ha tenido para reducir el peso de la vice y su gente en la gestión; la verdad es que los que en todo caso han perdido una oportunidad son los que siguen esperando peras de un olmo.