La Argentina se distingue de la mayor parte de la región por su penoso desempeño económico, sobre todo en la última década: escaso o nulo crecimiento, bajísima inversión, dificultades recurrentes para financiar al Estado y muy alta inflación.
Pero se distingue también en los últimos años por contar con un sistema político bastante estable, en el que se compite hacia el centro, y por tanto tienden a ganar los moderados. Aunque la moderación no haya venido dando buen resultado.
Fue así con Alberto Fernández, que resultó incapaz de convertir su real o supuesta moderación en políticas mínimamente coherentes; antes con Mauricio Macri, que prometió y ofreció moderación en todo, al menos hasta la crisis de 2018, e incluso con Cristina Kirchner, que compitió siempre de la mano de gente como Daniel Scioli, y escondiendo a los Bonafini de su entorno, para luego gobernar tratando de sacarse de encima ese corset.
Desempeño político vs desempeño económico
El resultado ha sido bastante peculiar, sobre todo si lo ponemos a contraluz de nuestra historia previa: sufrimos penurias crecientes, pero las soportamos con bastante tranquilidad, en el marco de una competencia política bastante pacífica; combinamos entonces paz social con el descalabro y el empobrecimiento. Cuando en épocas anteriores problemas menos agudos solían dar cabida a fuertes protestas y descontrolados episodios de inestabilidad política.
No es que la protesta esté ausente en nuestra actual coyuntura. Al contrario: en lo que va de 2022 se batió ya el récord de cortes de calle y manifestaciones, que sumaron alrededor de 2600 en estos meses. Solo que ellos no parecen estar disparando cambios de políticas, siquiera motivando el reemplazo de funcionarios.
Por mucho menos, en el pasado volaban ministros, caían presidentes, se hundían y desaparecían partidos históricos y los reemplazaban otros nuevos. Como hemos podido observar, en los últimos años y en reiteradas ocasiones, en países vecinos.
¿Por qué nuestra experiencia reciente en cambio se caracteriza por un tan marcado desajuste entre el desempeño de la economía y el de la política? ¿Es una ventaja o una desventaja que así fuera? ¿Es signo de la solidez alcanzada por las instituciones, o de su creciente esclerosis y aislamiento, su incapacidad para siquiera escuchar las demandas sociales, además de para resolver los problemas que tiene delante?
Cualquiera sea la respuesta por la que nos inclinemos, pareciera que en los últimos tiempos se está empezando a corregir ese desajuste: más y más gente ha pasado de ver la situación como una ventaja, a considerarla una desventaja, de valorar la moderación y el equilibrio, a repudiarlos. ¿Será esta tendencia la que abra el camino para una solución, una respuesta política novedosa a la reiterada frustración económica?
Tendría su lógica que así sea
Dado que la sociedad argentina se estaría cansando de las fórmulas de compromiso, que no lograron ofrecer cambios positivos, y, siguiendo la terminología de Susana Giménez, de ser un “pueblo manso” ante el desempeño deficiente de sus representantes, es comprensible que se abracen discursos más definidos, identidades más firmes y planteos más maniqueos y sencillos, que operan como refugio en la incertidumbre.
Advirtamos, con todo, que la novedad que se introduce supone cierto reequilibrio, más que un nuevo o mayor desequilibrio. Hasta hace poco se toleraba, y hasta se celebraba, que se recurriera a respuestas extremas desde “abajo” y desde la izquierda. Y así, por cualquier negativa a hacer concesiones a un grupo de esas características, se cortaba una calle, se organizaba un bloqueo, se tomaban escuelas o facultades, y si la negativa resultaba a ojos de esos grupos más inaceptable, se recurría a huelgas y piquetes salvajes, o se tapizaba de piedrazos el Congreso.
Ahora los que quieren dar “su golpe sobre la mesa” al decir de Alfredo Casero, los que están hartos y quieren que su hartazgo se escuche y se traduzca en políticas, provienen del otro extremo del arco político, y reclutan su audiencia en las clases medias y altas de la sociedad, principalmente.
Así, por primera vez en varias décadas, además de una izquierda radicalizada, vamos a contar con una derecha de similares características. Y por fin el kirchnerismo va a tener entonces su contracara, un adversario “a su medida”, y no va a verse obligado a seguir forzando las cosas, a andar acusando de “facho” a cualquiera. Enfrente tendrá a alguien que piensa de forma muy parecida, solo que invirtiendo los términos: sus malos y sus buenos estarán intercambiados.
La otra peculiaridad es que los protagonistas de esta renovada polarización, que puede pronto superar con holgura los límites de lo hasta aquí conocido como “grieta”, no son necesariamente nuevos, aunque se presenten “renovados” si tienen detrás el peso de la historia, y del fracaso.
Es toda una novedad, por cierto, el liderazgo de Javier Milei, expresando una derecha muy dura y enojada. Pero como contrincantes principales Milei posiblemente enfrente a los dos representantes más paradigmáticos de la política argentina de la última década. Los dos a la vez representantes de las principales familias partidarias argentinas, aunque ellos mismos siempre hayan cultivado un perfil de outsiders, y se estén esforzando más todavía en estos días por presentarse como revulsivos cuestionadores de dichas familias y sus límites.
Cristina Kirchner, de un lado, se ofrece en su versión más “pura” desde que decidió ir a fondo contra Alberto Fernández y “su” gobierno. Si continúa por este camino, es lógico esperar que compita, y sería la primera vez, mostrando lo que realmente es, diciendo lo que piensa. Difícilmente busque, entonces, una nueva cara para recrear la fantochada moderada, en reemplazo del Scioli de 2015 y el Alberto de 2019. Sea que ella asuma personalmente la candidatura, o que encuentre a alquien que haga el trabajo en su lugar, su decepción con los moderados y tibios que “traicionaron el mandato de las urnas” parece estar conduciéndola a ensayar una radicalizacion electoral de alcance inédito, y de alto riesgo.
Riesgo que, sin embargo, sus antagonistas puede que la ayuden a acotar. Porque si enfrente tiene a Milei, y a Macri, las cosas para ella se simplificarían y mucho. Porque, para empezar, las chances de que se registren fugas en el Frente de Todos, protagonizadas por peronistas moderados, disminuirían drásticamente. ¿Qué dirigente del peronismo territorial o sindical se opondría a los candidatos que disponga la señora, si aquellos son sus antagonistas? Muy pocos, o ninguno.
¿Qué papel le cabe en todo esto a Macri?
Puede que él entienda que, si Cristina es candidata por el FdeT, las chances de que él también lo sea, por JxC, aumentan. Que también se conciba como el antídoto más eficaz, más aún que Patricia Bullrich, para el crecimiento de Milei. Y entienda asimismo que tampoco él necesita ya moderarse ni le conviene hacerlo. Porque por más que tensione a los demás actores de su coalición, JxC no se va a romper, y si se rompe a nivel de la dirigencia, igual los votantes no se van a dispersar, porque los moderados no van a tener otra opción que acompañarlo.
Para él, entonces, la marginación de los referentes moderados de la coalición, y principalmente de quien lo viene desafiando en el PRO, Horacio Rodríguez Larreta, no acarrearía mayores problemas, sino que sería la respuesta acorde a lo que manda el tablero, a lo que “quiere la gente”. Y no significaría que el centro político se disuelva o fragmente, sino que va camino a tener una gravitación menor. Aunque puede seguir proveyéndole respaldos seguros. Incluso más seguros que en 2015 y 2019, cuando tuvo que disputárselo a candidatos alineados con el kirchnerismo.
¿Y si se equivoca? ¿Y si una competencia entre él, Milei y Cristina, o el candidato de Cristina, redunda en más desconfianza, mayorías más precarias e incertidumbre política? ¿Y si se rompe JxC por su candidatura, o aún sin romperse se disuelve y dispersa su electorado moderado? La respuesta que se tiende a dar a este tipo de problemas e inquietudes es que se verá en las PASO, o cerca de las PASO.
Pero la cuestión es que a esa altura va a ser ya muy tarde para cambiar el rumbo. Puede que para entonces el centro político se haya ya disuelto, y nuestra dinámica política se parezca más a nuestra deriva económica: incapaz de romper el círculo vicioso de la frustración, y de formar una mayoría amplia y sólida detrás de una salida, pero bien representativa y reproductiva del malhumor social.
Con Bolsonaro, con Boric y Castillo estamos viendo para lo que sirve que la política “exprese” a la sociedad, en particular a sus sectores más vociferantes y malhumorados, en situaciones de crisis. Si nuestra política en el futuro próximo replica esas experiencias, difícilmente gobierne mejor de cómo hasta aquí ha gobernado. Puede hacerlo aún peor.