No quiero ser agorero, pero la realidad no ofrece alternativas. Esta semana, casi todos los analistas, los grandes empresarios, los sindicalistas, los dirigentes sociales y hasta muchos funcionarios de alto nivel coincidieron en poner en seria duda la probabilidad de que el MemePresidente complete, en tiempo y forma, su mandato. Y no es para menos, toda vez que la angustiante inflación continúa en una espiral ascendente –aquí se predijo que llegaría al 100% a fin de año- que, día a día, va arrojando a más gente al abismo de la miseria y que puede convertirse, en cualquier momento, en hiper; basta con pensar cuántos ciudadanos con trabajo formal, inclusive siendo empleados públicos, perciben un salario que no les permite superar el límite de pobreza, cuánto se ha incrementado la asistencia a los comedores populares y la creciente violencia social.
La inseguridad jurídica y las políticas que el Ministerio de Economía, presionado por el populismo de La Cámpora y el Instituto Patria en el Senado, está llevando adelante, es decir, aumentar un gasto público que ya resulta imposible de financiar con recursos genuinos ni con el indisponible crédito, hacen que el riesgo-país de la Argentina sea similar al de Rusia, en default, y pronto alcanzará al de Ucrania, destruida por Vladimir Putin.
Los inversores huyen despavoridos de los bonos de deuda soberana, aunque la mayoría de éstos esté atada a la inflación o al dólar, y el nivel de endeudamiento del Tesoro con los bancos privados preanuncia una corrida bancaria que, de concretarse, será mucho más grave que la de principios de siglo, que tanto dolor trajo. Y nada que hoy pueda hacer Alberto Fernández, incluyendo el despido del ineficaz Martín Guzmán y su reemplazo por el camaleónico y desprestigiado Sergio Massa, podría mejorar el escenario.
Tristemente, por unanimidad las encuestas dan cuenta de la mala imagen que tienen todos los dirigentes políticos, incluyendo a los libertarios, aunque sean los kirchneristas quienes están peor calificados. Y la falta de acuerdos en verdaderas políticas de Estado que está afectando a los partidos que integran Juntos por el Cambio no permite avizorar un mejor futuro, más allá de un eventual triunfo en las próximas elecciones.
El pavoroso cuadro lo integra la nueva batalla que Cristina Fernández está librando por el manejo de los planes sociales, con el objetivo de cederlo a los gobernadores e intendentes para evitar una mayor disgregación del Frente para Todos, y es rechazado por las organizaciones “albertistas” y trotskistas, que prometen llevar la resistencia a la calle; será la primera vez que el peronismo, que ha sido dueño y señor de ella durante muchas décadas, la pierda y eso transformará un escenario ya más que complicado. Esta misma tarde, ella hablará en Ensenada, uno de sus municipios más fieles, y seguramente disparará un nuevo misil para, “sinceramente”, tratar de eludir la enorme responsabilidad que le cabe en la génesis de este desastre.
La PresidenteVice, ya está convencida de la imposibilidad de ganar alguna elección nacional y su preocupación aumenta en consonancia porque ve más cercano el infierno penal al cual se ha hecho acreedora por la monstruosa corrupción con la cual la organización ilícita, que organizó su marido muerto y ahora encabeza ella misma, saqueó el país entero desde que ambos llegaron a la Casa Rosada.
Y es entonces cuando debemos hacernos terribles preguntas: desesperada ante la inminencia de una derrota y, con ella, un huracán de condenas para ella, sus hijos, sus cómplices y testaferros, ¿intentará perpetuarse en el poder por la fuerza, como muchos sospechan? Si quisiera hacerlo, el camino debería ser un conflicto social de envergadura e incierto final pero, ¿dispondrá la República de los anticuerpos necesarios para responder una agresión así?
Algunos de sus más dilectos amigos en la región (los hermanos Castro en Cuba, Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua) lo lograron; entonces, ¿por qué no tratar de imitarlos, si además podría recibir el apoyo de Rusia e Irán? Colombia, Chile, Perú y Brasil son países en los cuales sus mandatarios están fuertemente condicionados por sus respectivos parlamentos, que pondrán límites a cualquier deriva autoritaria, pero la Argentina posee instituciones muchísimo más endebles. ¿Tienen algo que ver en este tablero los vuelos de raros aviones y la confirmada presencia de narcotraficantes colombianos, mexicanos, peruanos y brasileños en los conurbanos de todo el país, de terroristas islámicos, cubanos y venezolanos en la Triple Frontera y la Patagonia pseudo-mapuche, y de asesinos liberados y barrabravas criminales en todos los barrios?
Tengo la más absoluta certeza acerca de cuál será la interpretación que hará el kirchnerismo, convenciendo a sus fieles, de la conmoción social de enorme magnitud que ella misma provocaría procediendo de ese modo: se victimizará, echará la culpa a los Estados Unidos, a los empresarios, al campo y a la prensa libre, tal como hizo Evo Morales en Bolivia, habilitando así a su partido político (MAS) el retorno al poder. Para evitar esa posibilidad que, lo perciban o no, ha resultado tan gravosa para todos los argentinos, resulta indispensable sostener a Alberto Fernández, pagando el precio que sea necesario, hasta diciembre de 2023. Las bombas que Cristina Fernández ha cebado con tanto entusiasmo deben explotar esta vez en sus propias manos, para no permitir que, tal como hizo en 2015, las pase a su sucesor quien, estúpidamente, las recibió sin denunciar el contenido de la herencia y eligiéndola como sparring; así le fue a Mauricio Macri.
De todas maneras, y en la medida en que la sociedad en su conjunto no parece estar demasiado dispuesta a asumir los costos que implicará corregir el rumbo de decadencia que la Argentina encaró con tanta dedicación hace ya siete décadas, vuelvo a la comparación de la semana pasada, cuando dije que todo me hace pensar en la España de 1935, en la que todo resultaba imposible. Cuatro años y un millón de muertos más tarde, esa misma nación fue capaz de comenzar a pagar esa factura con el pasado y parir un país moderno, totalmente integrado al mundo, que hoy se ha transformado en una Meca para tantos de nuestros jóvenes, muchos de ellos cultivados, que han comenzado a recorrer, en sentido inverso, la misma ruta que trajo hasta aquí a sus laboriosos antepasados desde una Europa devastada.