En su alocución de días atrás Cristina Fernández puso blanco sobre negro el entramado de la corrupción de gran parte de la casta política, cabeza de la pirámide, y además dejó en claro las diferencias que en materia política la separaban de Néstor Kirchner.
Los fallidos y el lenguaje gestual, pone de relieve las profundas discrepancias entre lo que un individuo piensa y siente respecto de lo que expresa. El problema se agrava cuando se trata de una vicepresidente.
Las disputas entre Néstor Kirchner y Cristina Fernández no aparecieron cuando arribaron al gobierno nacional en el 2003, sino que se arrastran de las épocas en que eran funcionarios públicos en Santa Cruz.
Mientras en aquellos parajes gobernaban los radicales, con Ricardo del Val destituido en 1987, sucedido por su vicegobernador José Granero quien luego renunciara para que Héctor García completase el mandato, el desmadre era absoluto en consonancia con lo que ocurría en el gobierno nacional presidido por Raúl Alfonsín.
Curiosamente, Néstor Kirchner se había convertido en Intendente de Río Gallegos hacia 1987 y Cristina Fernández fue nombrada coordinadora del Consejo de Planeamiento, Asesoramiento y consulta de aquella Intendencia (junto con Julio de Vido) y Alicia Kirchner quien ocupaba la Secretaría de Planeamiento, nada menos que en la ciudad capital.
Puertas adentro del Partido Justicialista local la voz cantante del proyecto a futuro la tenía Néstor Kirchner. En muchos aspectos de la estrategia Cristina Fernández no coincidía.
Cuando se conformó el Frente para la Victoria Santacruceña el plan de gobierno lo había desarrollado Néstor Kirchner y las divergencias con Cristina Fernández eran un secreto a voces.
La provincia, al tiempo de la asunción, se encontraba en quiebra total.
Entonces Néstor Kirchner apeló al auxilio del gobierno nacional a través de Carlos Menem y principalmente de Domingo Cavallo.
Néstor Kirchner comenzó a abrazar medidas de ajuste y de suprema austeridad que hoy parecen inimaginables y que poco le agradaban a su cónyuge.
Sin embargo, Néstor Kirchner tenía muy claro su rol de líder y como tal, debía enfrentar la crisis que vivía Santa Cruz.
La decisión fue dominar el problema con medidas discrecionales, sin control institucional y sin participación democrática.
Mano de hierro, solía decir, en una provincia con mayoría de población masculina. Kirchner exacerbaba ese rasgo desarrollando la idea de una acción de gobierno basada en la “fortaleza física, el coraje y el espíritu de lucha” como marcadores de superioridad que impondrían la cultura del esfuerzo y el sufrimiento creativo.
Cristina Fernández aborrecía esas herramientas políticas.
Al gobernador no le tembló el pulso para consolidar el apoyo de la opinión pública: propuso estabilidad para enfrentar la crisis económico-social como agenda pública, y para ello utilizar la ideología de “sangre, sudor y lágrimas”.
Para garantizar el orden y la gobernabilidad en una provincia en ebullición con el objetivo de garantizar el orden, tener la total representación y el control, decide dejar de lado al Congreso Provincial, a los partidos políticos, a los gremios y a las organizaciones sociales.
La máxima era “para enfrentar el caos hay que generar el orden”.
Con el objetivo de reorganizar la administración pública, el pago de salarios, aventar las huelgas y ordenar la provincia, debía tomar medidas anti-populares.
Denostaba los gastos en viviendas y edificios alquilados, pago de servicios innecesarios y egresos de dinero injustificados.
Argentina, tal como ocurre en la actualidad, se encontraba en una hiperinflación inmanejable.
Santa Cruz dependía de las regalías por YPF y de la coparticipación.
Las fuentes de ingresos estaban suspendidas y por lo tanto la provincia se encontraba en cesación generalizada.
A las 48 horas de haber asumido el gobernador electo dictó la emergencia económica y con un DNU suspendió los convenios colectivos de trabajo, eliminó subsidios, regímenes de promoción, subvenciones y todas las normativas de determinación de remuneraciones de la administración pública de los tres poderes del estado provincial.
Un mes después, suspendió los pagos de sueldos atrasados del gobierno provincial, ordenó que no pagaran el mes de diciembre ni el medio aguinaldo y estableció descuentos del 10 y 15% en las remuneraciones acorde una escala creada a tal efecto.
Al tiempo promovió un incentivo: aumento salarial por presentismo, el cual se perdía con una sola inasistencia por el motivo que fuese y como ese monto representaba un gran porcentaje de la remuneración, indirectamente suspendía el derecho de huelga.
Cristina Fernández renegaba de ciertas políticas que acercaban a Néstor Kirchner al “círculo rojo” local.
Mal que les pese a muchos de los que hoy militan otras ideas, hacia 1992 el gobernador había logrado frenar la conflictividad interna eludiendo mediaciones con cualquier tipo de organización que representara intereses sociales.
Las medidas adoptadas en aquellos momentos no fueron discutidas, negociadas ni legitimadas por otros actores sociales y/o políticos.
Néstor Kirchner nunca sintió que eso significase debilidad, sino todo lo contrario: era una muestra de autoridad.
Hay que destacar que su capacidad de control y de disciplinamiento se sustentaba también en un componente insoslayable: la institución militar.
Su imaginado “proyecto nacionalista” se sostenía en la defensa de la soberanía y en el desarrollo de la autonomía energética.
Santa Cruz era un territorio de numerosos asentamientos militares que se extendía a otros sitios de la región sur.
Durante el último gobierno militar la Patagonia fue un lugar de especial interés para la Armada Argentina.
Esa provincia tuvo siempre, además, gobernadores militares pertenecientes a la fuerza aérea y nunca gobernó un civil hasta 1983 tal como sí había ocurrido en otras regiones del país.
Así las cosas, con el alineamiento al gobierno nacional, la dureza de las medidas adoptadas, los valores ensalzados en una sociedad de hombres fuertes, disciplinados, con coraje, resistencia y tolerancia a la adversidad le valió al gobernador recuperar los fondos de las regalías mal liquidadas (equivalían a tres presupuestos anuales) , la mejoría de los ingresos por el pacto fiscal y la regularización de la coparticipación que permitieron que hacia 1992 la provincia se recompusiera económicamente y tuviera superávit financiero.
Esa autoridad y credibilidad le significó a Néstor Kirchner acumular poder y congraciarse luego con gran parte del empresariado nacional (siempre tan prebendario), con la dirigencia sindical y un gran sector del poder económico local, algunos “popes” del juego y otros que compartían negocios con el narcotráfico.
Así construyó un poder político transversal a muchos partidos.
Con todas las piezas del rompecabezas acomodadas, el crecimiento del patrimonio familiar se pudo lograr mediante una matriz de corrupción sostenida en un capitalismo de Estado, pero nunca similar al impuesto en los países comunistas.
El extinto expresidente coqueteaba con los líderes de la región, pero luego los despreciaba en “off”.
Tras su fallecimiento Cristina Fernández hereda el esquema y las herramientas que buena parte le había transmitido su marido y otras que se hallaban en manos de los “amigos de Néstor” (muchos de ellos funcionarios) con los que ella poco simpatizaba y con quienes tuvo cruces que fueron hipótesis que el periodismo publicó.
Ella le puso su impronta propia al proyecto.
Así como se puede observar en la serie brasileña “El Mecanismo” una parte importante de la casta política viene participando en la corrupción, primero coyuntural y luego estructural, y es por eso que acierta la actual vicepresidente cuando señala los engranajes de esa maquinaria: políticos-empresarios-sindicatos-organizaciones sociales. Ella conoce de sobra el paño.
Por eso menciona con nombre y apellido a los integrantes de las corporaciones que forman parte del “juego inescrupulosamente corrupto” que se desarrolla en el país, sin que a ningún miembro del poder judicial se le mueva un pelo.
Cristina Fernández no es la salvadora de nadie, más que de sus propios intereses y conveniencia, y que cuando habla de manera ensoberbecida y más allá del límite pone al descubierto lo que para muchos estaba oculto.
No hay nada que la exculpe de lo que es acusada en el plano judicial.
Pero desde lo estrictamente político, como bien lo señala Cristina Fernández-porque conoce y mucho los resortes del poder real- donde aprietes vas a extraer líquido purulento producto de la sepsis de corrupción generalizada que nos lleva aceleradamente hacia una crisis total y definitiva, hacia un abismo en el que todos pierden.
Por eso se escuchan tambores de guerra y sugerencias desde diferentes sectores para otorgarle lo que ella exige: inmunidad impune a cambio de que se retire a cuarteles de invierno.
En esos términos se trata de acordar hoy con Cristina Fernández y muchos pesos pesados de diversos sectores están sentados a la mesa. Y hasta cuentan con una bendición.
Quien quiera reconstruir después de la devastación, bien puede tomar los conceptos exitosos que aplicó Néstor Kirchner-como fueron explicados aquí- en su provincia sureña cuando asumió por primera vez la gobernación y con los que logró sacarla de la quiebra: orden, disciplina, control y limitación de los que dicen representar intereses sociales con el respaldo de fuerzas armadas y de seguridad profesionalizadas, entre otras cosas, pero esta vez para enfrentar y eliminar la corrupción (como en el emblemático caso de Singapur) y entonces sí podríamos tener la esperanza de un futuro diferente.
Con su exposición casi en cadena nacional, Cristina Fernández nos abrió las puertas del infierno y nos describió, con lujo de detalles, a todos los demonios que han sido y son partícipes necesarios de la corrupción, hasta con Néstor Kirchner incluido.
Y en este punto debo admitir que le asiste plenamente la razón a la vicepresidente.
Por eso, desde lejos parecen oírse nuevamente unas voces que repiten una y otra vez “que se vayan todos” aunque todavía existan una pocas excepciones a la regla.
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