La amplia sonrisa del ministro de Economía -presente en el recinto de una Cámara que hasta hace menos de tres meses presidía- graficaba de manera genuina su satisfacción tras la aprobación del proyecto de Presupuesto 2023. Tras sobreactuar ante la Comisión de Presupuesto el 28 de septiembre pasado su decepción por no haber podido hacer aprobar como presidente de Diputados la ley de leyes el año pasado, ahora podía sentirse redimido. Más allá del lógico beneplácito tras la votación en general, la magnitud de su sonrisa era proporcional al número de votos: 180 a favor.
El mismo había presenciado -y contribuido como diputado- al elevado número de votos con el que Mauricio Macri consiguió aprobar el primer presupuesto que envió al Parlamento, el de 2017 (el anterior lo había hecho aprobar Cristina Kirchner cuando no se sabía quién la sucedería). Fueron 177, récord hasta entonces. Massa pasó ese número, de ahí su satisfacción. Pero lo cierto es que en los últimos 20 años no hay una marca que supere los 180 votos positivos que obtuvo este presupuesto, producto de arduas negociaciones, una inédita disposición a ceder en algunas cosas y concesiones puntuales. No por nada Massa estuvo al frente de esa Cámara más de dos años y medio: conoce a todos y sabe dónde operar para tener resultados.
El oficialismo perdió algunas de las votaciones durante la discusión en particular, sí, pero la más sonora no era un tema que hubiera impulsado el Palacio de Hacienda. El pago de Ganancias por parte del Poder Judicial formaba parte de la guerra personal del kirchnerismo con la Justicia y no le quitaba el sueño a Massa. Era más bien una pelota enjabonada que se le tiraba a la oposición para incomodarla. Quedó claro de entrada, cuando en la previa de la sesión trascendió que el artículo 100 del proyecto no tenía garantizado el número para su aprobación. Cuando le preguntaron al presidente del bloque FdT si lo iban a eliminar, Germán Martínez lo descartó: que se vea cómo vota cada uno, contestó.
No fue el caso del artículo sobre retenciones, que sí lo retiraron para evitar un traspié que además exhibiera cómo se pronunciaba cada diputado.
La aprobación en general estuvo siempre garantizada. La realidad y antecedentes indican que difícilmente la oposición de turno busque “voltearle” a un gobierno el Presupuesto. Justamente un repaso de estos debates en las últimas dos décadas lo demuestra en las cifras, y prueba de ello es el resultado de la votación del Presupuesto 2004: 90 votos afirmativos y 74 negativos. Un resultado extremadamente escueto, producto de la llamativa ausencia de buena parte de los diputados de la oposición que evitaron así hacer caer el que sería el primer presupuesto de Néstor Kirchner.
La verdad sea dicha, la oposición en general no buscó nunca el rechazo que sufrió el Presupuesto 2022; solo que no estaba dispuesta a convalidar los datos de un proyecto que el ministro Martín Guzmán había defendido apenas cuatro días antes y el oficialismo se resistía a modificar durante su tratamiento exprés. El rechazo inédito desde el retorno de la democracia fue producto de la decisión de quien ya cavilaba por entonces dar un portazo en el bloque oficialista, como en efecto sucedería un mes más tarde.
Los 180 votos positivos incluyeron al radicalismo en sus dos vertientes, de ahí semejante caudal afirmativo. Efecto adicional del debate: la principal oposición terminó dividiendo el voto: los radicales apoyaron, el Pro se abstuvo y la Coalición Cívica votó en contra, por citar a los socios mayoritarios de JxC.
El debate en particular también dejó consecuencias incómodas, con ausencias llamativas. Las de Javier Milei, su compañera de bloque y Carolina Piparo, que ya aparece decididamente alineada con el líder de La Libertad Avanza y distanciada de José Luis Espert, quien no le perdona que se haya retirado ni bien concluyó la votación en general. Detalles que difícilmente horaden la base electoral de Milei, pero lo exponen -de mínima- como un candidato presidencial sin la más mínima solidez parlamentaria. Pero en el caso de la principal oposición hubo también ausencias como la de Margarita Stolbizer, que argumentó cansancio por haber decidido no quedarse en la votación en particular (inaceptable en alguien de su experiencia); o el cordobés Gustavo Santos, tan ponderado siempre por Macri, pero ausente en una sesión clave por estar de viaje por un cargo que terminará aceptando en el exterior y lo obligará a dejar su banca.
El Presupuesto que el Senado convertirá en ley en la segunda semana de noviembre tiene algunas perlitas, como los 47.000 millones de pesos que recibirá La Rioja en compensación por el punto de Coparticipación perdido en el año 1989. Una “reparación” con aroma electoral: La Rioja es una de las provincias que renuevan el año que viene senadores. Allí el Frente de Todos se impuso con amplitud en 2021 -una elección en la que perdió más de lo que ganó-, pero consolidar una victoria este año le significará al actual oficialismo quedarse con los dos senadores por la mayoría. Reafirmará así lo que en la práctica hoy sucede, pues la senadora Clara Vega, que llegó por Juntos por el Cambio, juega hoy para el oficialismo.
Más de uno le reprochó a la principal oposición no haberse asegurado garantías respecto de las PASO a cambio de la luz verde que le dio al Presupuesto. Lo cierto es que tal posibilidad nunca existió y así es que nadie se sorprendió de que, al día siguiente de la media sanción, aliados del oficialismo presentaran un proyecto para derogar las elecciones primarias. El rionegrino Luis Di Giacomo no hizo más que concretar lo que anticipó que haría. Y en los argumentos constitucionales de su iniciativa tiene la picardía de incluir letra de Pablo Tonelli, impulsor en 2019 de un proyecto similar, luego de que la estruendosa caída de Macri en las PASO anticipó su salida cuatro meses antes del recambio presidencial, con las graves consecuencias recordadas.
Es por eso que algunos oficialistas alineados con el presidente en su decisión de no eliminar las primarias sugieren como alternativa acortar los tiempos con las generales. Posibilidad que encuentra cierto beneplácito en la oposición, aunque lo más probable es que no estén dispuestos a abrir la caja de pandora. ¿Qué debería entenderse por acortar los tiempos? Por ejemplo, la sugerencia del diputado Eduardo Valdés, tan cercano al presidente (y a Cristina), que aboga por mantener las PASO, pero haciéndolas el primer domingo de octubre. Ya bastante le cuesta a Juntos por el Cambio esperar hasta agosto para dirimir liderazgos, como para extender aún más los tiempos.
Atento a ello, un opositor que no es de Juntos por el Cambio sino el presidente del interbloque Federal, Alejandro “Topo” Rodríguez, reaccionó este sábado así: “Irresponsables, ahora también intentan toquetear las fechas electorales; postergar las elecciones sin otro fundamento que ‘ganar tiempo’ a favor del Gobierno. Dejen de sembrar desconfianza. El Congreso no lo aprobará”.
¿Y los números para derogarlas están? Si el oficialismo se alinea, sí, pues Milei aportaría los votos restantes. Pero en el Frente de Todos los que han expuesto sus reparos son al menos 8 diputados, y sin ellos no hay derogación. Además, conspiran los tiempos para que pueda aprobarse el proyecto. Por reglamento, las comisiones tienen tiempo para dictaminar hasta el 20 de noviembre: si hasta entonces la oposición logra frenar la eventual embestida, se le haría muy difícil al kirchnerismo alterar el calendario electoral. El presidente podría extender el período ordinario al mes de diciembre por decreto, o pedir el tratamiento del tema en extraordinarias, pero ha dicho que no está en su voluntad avanzar contra las PASO. Se verá hasta dónde resiste las presiones internas.
Como no hay ninguna norma que impida modificar las reglas electorales en un año de elecciones, el oficialismo podría renovar su embestida en marzo. Tendría tiempo hasta mayo, pues en junio se cierran las listas. La pelea puede ser de larga duración.
La eliminación de las PASO representaría el punto final para las aspiraciones presidenciales de continuar. Y Alberto Fernández necesita mantener viva esa esperanza, no porque él mismo crea en ella, sino al menos para mantener su vigencia el máximo tiempo posible, y no transformarse en “pato rengo” prematuramente.
Es casi la misma aspiración que mantiene el expresidente Macri, con su sobreexposición, en la que prevalecería el deseo de retener el liderazgo que entiende merece hasta la elección del candidato presidencial -e incidir en ella-, por sobre el interés real por presentarse él mismo. Sabe que lo que viene es muy difícil y es consciente de los rechazos que su figura conserva.
Como sea, su endurecimiento ha alterado el clima interno en la principal oposición, donde las tensiones amenazan una estabilidad que la eventual desaparición de las PASO y la consiguiente eliminación del corset electoral que eso implica podrían generar divisiones que ilusionan a un oficialismo que no quiere darse por vencido y cuya capacidad de resiliencia no puede ser puesta en duda.