Inmediatamente después de la sentencia que la condenó por la inédita corrupción y el monumental fraude al Estado que, organizados por su marido a imagen y semejanza de su gestión en Santa Cruz y que ella heredara y comandara, Cristina Fernández, una vez más, descerrajó contra la República y sus instituciones una nueva ráfaga de balazos; discutir si fue planificado o auténtico el demencial, angustiado y extraviado estado de ánimo que exhibió por televisión, resulta por completo irrelevante.
Llamó la atención que, en su furia, no dudara en tirar a las brasas la memoria de su “compañero de vida”, Néstor Kirchner, jurando que él era “amigo de negocios de Lázaro Báez” (sic) y no ella. En el mismo movimiento lo hizo con todos sus sucesivos -y leales hasta la humillación- jefes de Gabinete (Alberto Fernández, Sergio Aceitoso Massa, Anímal Fernández, Juan Manuel Abal Medina y Jorge Capitanich), preguntándose por qué no habían sido imputados en la causa, pese a ser los responsables de la ejecución del presupuesto nacional.
Mis pronósticos apocalípticos sobre las movilizaciones que, suponía, se realizarían el martes, cuando se leyó el veredicto, no se cumplieron. Pero la condenada recurrió a un léxico marcial, dijo ser víctima de un fusilamiento, y, auto-percibiéndose Napoleón, convocó a los peronistas a sacar de las mochilas sus propios bastones de mariscal. Que ella, que tantas veces lo llevó a la derrota (2013, 2015, 2017 y 2021), aún tenga tan importante peso específico entre los castrados señores feudales, barones del Conurbano y sindicalistas, demuestra que la decadencia nacional, de la cual el famoso “movimiento” fue principal artífice, también lo ha afectado.
Amén del coro habitual de irreductibles zánganos que actúan como voceros de la multiprofesional (abogada exitosa, reina hotelera, arquitecta egipcia y, ahora, el propio emperador) y multiprocesada Cristina Fernández, hubo una voz que, por sus nefastos antecedentes como enriquecido espía, reviste especiales características: el General César Milani pidió una “reforma revolucionaria de la Justicia” (sic) y convocó a un levantamiento popular y armado para dirimir en la calle el falso dilema kirchnerista “mafia o democracia”, inventado por ella para justificar su ansiada impunidad.
El lunes llegarían a Buenos Aires, en apoyo de la peligrosa fiera herida por la Justicia y, mal que le pese, también por la historia (como surge claramente de los titulares de toda la prensa mundial que dieron cuenta de su primera condena y de la vergüenza que significa para la Argentina que se mantenga en su cargo), la recua infame de ex presidentes que conforman el Grupo de Puebla, incluyendo al prófugo Rafael Correa, condenado por la Suprema Corte del Ecuador por ladrón, al ex Juez Baltasar Garzón, destituido por prevaricador por los Tribunales españoles, y penosamente a José Pepe Mugica, que se ha visto obligado –o está senil- a venir sólo a acompañar a una banda de delincuentes; desde Caracas, y como no podía ser menos, Diosdado Cabello se sumó.
Esos gerontes, que anhelan una “Patria Grande” encarnada en el criminal y megacorrupto socialismo del siglo XXI, sufrieron una baja en sus filas el miércoles, cuando el Congreso del Perú destituyó al Presidente Pedro Castillo y la Justicia lo mandó a la cárcel. Comparte su prisión con otro ex Presidente, Alberto Fujimori, huérfano de todo apoyo por ser de derecha; una vez más, el sesgado discurso de la izquierda internacional distingue entre hijos y entenados.
Rápidos para los mandados, los emasculados seguidores de nuestra PresidenteVice convocaron a una concentración de pobres subsidiados para respaldar -con los habituales argumentos de persecución y lawfare- a quien ha sido la causante de la miseria en que hoy sobreviven. ¿Tiene algo que ver la escasísima repercusión que la condena ha tenido entre la gente común con la postergación del evento invocando el contagio con Covid de Cristina Fernández? Que, cuando recién se la ha diagnosticado y no se conoce cómo será la evolución de la enfermedad, ya se haya fijado una nueva fecha (el lunes 19), permite todas las especulaciones; presumo que aspiran a ver a Lionel Messi levantar la copa y, con ella, a la llegada de una ola de alegría que lleve al “pueblo” a olvidar sus cotidianas y crecientes penurias y aceptar acompañarla en su bastardo combate contra la Ley.
Todo esto se reduce a gestionar un “operativo clamor” que le “impida” cumplir su enfática promesa de no presentar su candidatura a cargo alguno en las próximas elecciones, que tanto preocupó a sus seguidores; su nombre sigue siendo aún un inexplicable imán para una porción de votantes que, sin él en las boletas, abandonarían a los caudillos locales, que necesitan colgarse de su vestido para conservar sus inmundas canonjías.
De todos modos y salga pato o gallareta el lunes próximo, convénzase, ella impedirá que haya paz social en la Argentina por muchos años, todos los que deberán transcurrir hasta que quede firme esta sentencia y las muchas otras que la sucederán, que deba cumplir las sucesivas condenas que la esperan y que le sean decomisados los pocos bienes que puedan encontrarle. En ese arduo camino, con seguridad convertirá en un verdadero infierno la próxima gestión presidencial, que heredará todas las bombas sin explotar (¿pocas o muchas?) que el Aceitoso haya conseguido traspasarle con su famoso “Plan Durar”.