Frente a las desventuras provocadas por sus graves errores conceptuales, el cristinismo creyó que la solución a los problemas que no conseguía resolver por su propia ineficiencia consistía en apostar a “más Estado”, para lograr resultados políticos sin esfuerzo, duda, ni riesgo, como si fuese posible hacer funcionar una portentosa máquina electrónica automática.
Pero en su marcha prepotente, fue aplastando una espontaneidad social que quedó violentada por intervenciones cada vez más abusivas y asfixiantes, sin comprender que un gobierno depende de una vitalidad espontánea que se ahogó en medio de políticas absurdas, para quedar convertido finalmente en un montón de chatarra inservible.
Sin recursos creativos y dependiendo del funcionamiento totalmente herrumbrado de disposiciones instrumentales entrecruzadas sin ton ni son, no hallan modo de atender emergencias que “hacen agua” por todos lados.
Es lo que están comprobando con amargura, no exenta de temor, “ventajita” Massa y su equipo de “atajapenales”.
El desafío del Frente de Todos a las leyes naturales que castigan ciertos abusos nos recuerda unos dichos de Ortega y Gasset al respecto: “¿Se advierte cuál es el problema pedagógico y trágico del estatismo? La sociedad para vivir mejor crea como un utensilio al Estado. Luego el Estado se sobrepone, y la sociedad tiene que empezar a vivir PARA el Estado”.
Quienes propiciaron esta entelequia, se han convertido así en carne y pasta que alimentan un artefacto que los ha deglutido bajo sus fauces, dejando a la sociedad dividida en grupos discrepantes, “cuya fuerza de opinión queda recíprocamente anulada”, sigue diciendo Ortega, “y no da lugar a que se constituya un mando; y como a la naturaleza le horripila el vacío, ese hueco que deja la fuerza ausente de opinión pública, se llena con la fuerza bruta”.
Son conceptos que datan de 1935 -cuando los Kirchner no habían nacido-, y están encarnados hoy en los piquetes callejeros que han vuelto irrespirable la convivencia social.
El carácter “sacro” con que el kirchnerismo convirtió el mando en pura prepotencia, nació de su rechazo a aceptar lo que enseña la historia: EL PODER POLÍTICO ES TEMPORAL -se quiera o no-, y está atado siempre a los sentimientos de ciudadanos que tienen preferencias, ideas, aspiraciones y propósitos personales, quienes terminan rebelándose cuando sufren los efectos de un “disciplinamiento” autoritario.
La muerte de Perón fue un punto de inflexión en ese sentido, La de Néstor, otro. La condena judicial de Cristina significa el comienzo de una agonía que la depositará tarde o temprano en el ostracismo. Y con ella, a la mayoría de sus seguidores inmediatos.
Mientras tanto, hemos comenzado a vivir los días de ira y desconcierto de una mujer que soñó con “elevar” su infancia oscura de Tolosa al olimpo de los dioses, comprendiendo muy bien (no tiene un pelo de tonta), que por más apelaciones que interponga respecto de su reciente condena por corrupción, no conseguirá sacarse de encima una mancha que pesará para siempre en su prontuario político.
Más aún: quien se “asocie” con ella de aquí en más, lo hará con una delincuente culpable del delito de defraudación al Estado. Ese Estado que - ¡oh ironía! -, soñó encarnar en su persona a todo evento.
A buen entendedor, pocas palabras.