Esta semana quedó demostrado que el equipo económico no está solo. La convivencia con un kirchnerismo absolutamente irracional ha dejado al descubierto las falencias de un esquema que solo intenta sobrevivir como se pueda hasta las próximas elecciones a realizarse en el mes de agosto. El anuncio hecho por Sergio Massa invadió de dudas al mercado. La recompra de deuda por 1.000 millones de dólares empezó a mostrar las grietas y debilidades de un modelo que no parece querer terminar de definirse.
Las quejas entre importadores y operadores del mercado, los primeros por sentirse discriminados –en virtud de entender que no parece haber dólares para importar insumos o materias primas para la industria pero si para pagar deuda no vencida a acreedores privados- y los segundos por no entender bien cuáles eran las pretensiones del ministro de Economía, en una jugada al menos extraña e inesperada.
Las suspicacias sobre aquellos que tenían información acerca de la medida y que aprovecharon días antes para hacerse de una buena cantidad de bonos –a sabiendas que ganarían generosas cantidades luego del anuncio- no quedaron afuera de una semana difícil para un Gobierno sin demasiado margen para la equivocación. El sector empresario también hizo escuchar su malestar.
La embestida contra la Corte Suprema de Justicia iniciada semanas atrás por el presidente Alberto Fernández junto a una buena parte del fundamentalismo K parecen empezar a mostrar sus primeras consecuencias: todo el sector privado de la Argentina que contrata, empleo e intenta producir entiende que no se puede pensar en un país con nuevas inversiones si la política sigue empecinada en atacar el esquema institucional y desoyendo a una sociedad que pide a gritos el respeto por la división de poderes y los valores republicanos.
El modelo económico es claro: contener lo que pueda venir. Dentro de este sencillo, pero a la vez complejo objetivo, se esconde una imposibilidad de que esto pueda sostenerse en el tiempo. Un 45% de pobres –dato actualizado que conoceremos en marzo cuando el INDEC presente su informe semestral de pobreza-, 4 millones de personas indigentes, inflación del 94,8% anual y una presión impositiva absolutamente insoportable, con leyes laborales que atrasan y confiscan el deseo de contratar y un sindicalismo que lejos de sus afiliados solo dedica su tiempo a bloquear empresas que no comulgan con su religión extorsionadora y a controlar precios en los supermercados.
Todo un gran delirio dentro de una Argentina que parece no encontrarle explicación a su fracaso, a pesar de ser tan evidente que al escribirlo parece una obviedad innecesaria de comunicar. Es difícil saber qué es lo que va a ocurrir en la Argentina, lo que sí se puede ver con extrema claridad es que el camino que el país transita desde hace tiempo es aquel que nos seguirá hundiendo en la más absoluta pobreza. Aún hay tiempo para que la política entienda que la salida es la educación y el trabajo: sin estos dos pilares fundamentales seguiremos navegando a la deriva sin entender bien que es lo que realmente nos pasa.