Una imposibilidad ordinaria es aquella que nos hace saber que, atendiendo al curso regular de las cosas, un hecho analizado acontece muy rara vez o nunca.
Si aplicamos esta regla simple a Cristina Fernández, confirmaríamos que no podemos esperar nada más de quien vivió construyendo el futuro con la mente colocada en un pasado autorreferencial, estrellándose finalmente contra una realidad que siempre intentó soslayar.
“Hay imposibles”, agrega al respecto Jaime Balmes, “de los cuales no puede decirse que lo sean de imposibilidad absoluta ni natural, pero, no obstante, los vivimos con la certeza de que NO SE REALIZARÁN JAMÁS”.
En nuestro caso, la gente “del pueblo” (Cristina dixit), comienza a comprender que será inútil seguir apostando a las ideas anticuadas y rudimentarias de un kirchnerismo que solo se ha destacado por luchar incansablemente para alcanzar el poder, intentar luego retenerlo “sine die”… y encontrarse hoy en la antesala de perderlo de manera inexorable, merced al cúmulo de sus desaciertos de todo orden.
Esto aparece con claridad cada vez que la actual vicepresidente comienza a enhebrar con su desparpajo habitual alocuciones públicas cargadas de invectivas, eufemismos y falacias estrafalarias, totalmente disociadas de las necesidades “en blanco y negro” de quienes se supone serían los recipiendarios de sus beneficios.
Todos los militantes arreados que volvieron del reciente “acting” de Plaza de Mayo a sus casas chapoteando en el barro bajo la lluvia torrencial, habrán abierto seguramente una vez más las heladeras semivacías preguntándose: “¿y ahora qué?”
Nunca sabremos en qué evidencias empíricas se basa la ex presidente, ya que suele navegar siempre en las contradicciones de una prédica deshilvanada de quien, lejos de pedir perdón por los errores cometidos, vuelve a la carga con apotegmas supuestamente “iluminados” respecto de lo que el pueblo ha perdido –¡oh paradoja! -, como consecuencia de sus malas artes políticas y económicas.
No obstante ello, la vicepresidente inicia siempre un mismo “viaje” discursivo, confundiendo abstracciones con objetivos y desesperándose porque intuye (no es tonta), que el reducido rebaño que aún la rodea “aprieta” para obtener más “beneficios” de su parte, mientras recibe como respuesta tácita una retórica conceptual que no entiende.
Porque con eso no se come.
Se trata de los beneficios derramados cuando nació la “saga K” merced al desfalco que operaron sus creadores sobre los fondos disponibles del Estado -que hoy ya no existen-, por la criminal manera con que “organizaron” (¿) la economía.
¿Qué puede venir a continuación? Quizá el tercer “dedazo” de la abogada “exitosa” que pujará por confirmar –sin éxito-, que la tercera es la vencida: ayer Boudou, hoy Alberto Fernández y de ahora en más “Wado” de Pedro, el vástago desteñido y monocorde que puso la bomba en el domicilio del Almirante Lambruschini y terminó con la vida de su hija inocente.
A todo evento, nos recuerda Thomas Merton que “el tiempo del fin, es el tiempo de aquellos que pretenden ser dioses mientras los demonios ocupan su corazón vacío”,
A buen entendedor, pocas palabras.