El 5 de junio pasado, al prestarse a la requisitoria periodística en la gala de una marca de cosméticos, Susana Giménez asombró a los presentes al soltar:
–Antes no se hablaba de eso. Se te despertaban las hormonas cuando sos adolescente. Y listo. Ahora es todo este lío, ¿qué sé yo?
Así opinó sobre una denuncia anónima contra su amigo, el presentador televisivo Marley, por –supuestamente– haber integrado hace años una red de abusos a menores.
Ya se sabe que tales palabras levantaron una polvareda de críticas, pero en esta ocasión en realidad pondremos el foco sobre su remate; a saber:
–Me parece cruel que la gente quiera sacarle plata al que trabaja.
Porque, más allá del problema de Marley, aquella es una idea recurrente en el imaginario de la casi octogenaria estrella.
Esta frase alude a su creencia de que el capitalismo es un sistema que se basa en la explotación del rico por el pobre, una injusticia que –siempre según su visión del mundo– se complementa con la angurria impositiva del Estado (de cualquier Estado nacional) en perjuicio de los que más tienen.
De manera que ella no vería con malos ojos ciertas picardías tendientes a transgredir –o, al menos, torear– semejante disfunción político-económica, un impulso que comparte con otras “celebrities” de gran poder adquisitivo.
Tanto es así que al respecto hay un caso testigo del cual ella fue una de sus protagonistas: “el affaire de los autos truchos”, ocurrido entre fines de los ’80 y el comienzo de la década siguiente. Bien vale explorar esta historia.
Paso en falso
Corría una mañana primaveral de 1987, cuando el hombre atrincherado detrás de un enorme escritorio esbozó una sonrisa torva al extender unas llaves hacia Susana. Era el empresario José “Cacho” Steimberg. A la vedette la acompañaba su flamante novio, Huberto Roviralta, quien fingía una expresión facial amorosa.
Ellos estaban en una oficina de la concesionaria Geramo Automotores, sobre la avenida Figueroa Alcorta, frente al estadio Monumental, desde donde Steinberg regenteaba sus múltiples negocios. El trío entonces se dirigió a la cochera de la agencia, donde se exhibían vehículos de alta gama. Y se detuvo ante un Mercedes Benz 500 SEC.
Ella no disimuló su júbilo y, mientras abrazaba al empresario, exclamó:
–¡Sos un genio, Cacho!
Entre ambos había una añeja amistad. Ella lo consideraba su “ángel de la guarda” y él le debía un inmenso favor: haber convencido a Carlos Monzón –el gran amor de de Susana entre 1973 y 1978– que abandone a su mentor y manager, Tito Lecture, en el mejor momento de su carrera boxística; es decir, tras su primer triunfo ante el colombiano Rodrigo Valdéz en el Principado de Mónaco, a mediados de 1976. Obviamente, su reemplazante no fue otro que Steinberg, quien dirigió la carrera del campeón mundial de los medianos hasta su retiró del pugilismo.
Desde entonces ya habían transcurrido once largos años.
En ese lapso, los destinos de Carlos y Susana se bifurcaron. Él gastaba su fortuna viviendo a lo grande; ella empezaba a conducir el programa “Hola, Susana”, un éxito que consolidaría su fama.
Steimberg, en tanto, ya alejado de Monzón en no muy buenos términos, era el consejero oficial de Susana, orientándola en ciertas inversiones de las que él solía obtener pingües tajadas. Ella, por su parte, le presentó a Gerardo Sofovich, de quien se hizo muy amigo. Ambos convergían de mañana en La Biela y por las noches e Fechoría.
A fines de 1987, Susana conoció a Roviralta, que apenas demoró unos días en jurarle amor eterno. Lo cierto es que ella se sentía deslumbrada por ese polista del montón que alquilaba un pequeño departamento de dos ambientes en el barrio de Recoleta y que conducía un desvencijado Fiat 147.
Steinberg lo caló de inmediato: el nuevo príncipe azul de Susana –según su criterio– no era más que un lumpen de abolengo. Pero pensó que no sería prudente decírselo a su amiga. Unas semanas más tarde le vendió aquel Mercedes Benz.
–¡Sos un genio, Cacho! – repitió Susana en la cochera de la agencia.
La expresión de “Huber” –como ella le decía– seguía siendo amorosa, como si la felicidad de su prometida le alegrara el alma.
Cacho le había cobrado a ella 90 mil dólares por el rodado. Una ganga.
Días antes, al ofrecerle el asunto, le dijo:
–Mirá, te lo puedo conseguir sin “garpar” el impuesto de importación, y ahí te ahorras unas 20 lucas verdes, ¿te interesa?
A Susana le brillaron los ojos, y solo atinó a preguntar:
–¿Cómo es eso?
Entonces, Cacho le explicó que hay una ley para eximir de impuestos y derechos aduaneros a los autos importados para gente discapacitada.
–Es cuestión de conseguir algún tullido –resumió.
A Susana le brillaron los ojos aún más. Y soltó una risita nerviosa.
Dicho y hecho. Días después, el bueno de Cacho logró conseguir a un tal Cayetano Ruggiero. Era un muchacho rengo, quien se prestó a tramitar esa franquicia en la Dirección Nacional de Rehabilitación. Por tal servicio obtuvo apenas 500 dólares.
En aquella tarde primaveral, Susana le estampó un besito de despedida en la mejilla al empresario. Luego se acomodó ante el volante de la cupé alemana. Huberto la besó apasionadamente, y el auto se fue alejando hacia Palermo. Pera Steimberg había sido una jornada provechosa.
La ruta del Mercedes
Ya al comenzar la década siguiente, la vida seguía siendo generosa para “Su”, tal como le decían sus íntimos. Pero para las revistas de espectáculos, ella era “La diva de los teléfonos” debido a las llamadas al público que efectuaba en su programa de premios, el más visto de la época.
Dicho sea de paso, en 1991 había firmado un contrato con Telefe por un millón de dólares mensuales, algo jamás superado en la TV nacional.
Huber disfrutaba más que ella de aquella circunstancia. Había que verlo siempre sonriendo de oreja a oreja, siempre cargando en brazos a la pequeña Jazmín, el yorkshire de su esposa, cuando la secundaba en sus idas y venidas.
Claro que no todo era color de rosa: Monzón, quien ya había matado a su nueva pareja, Alicia Muñiz, languidecía en la cárcel de Batán, condenado a 11 años de prisión.
Mientras tanto, Carlos Saúl Menem se había convertido en el Presidente de los argentinos. Como no podía ser de otro modo, Sofovich, además de ser menemista de la primera hora, también integraba la mesa chica del mandatario. Steinberg no le fue a la zaga, pero siempre en lo suyo, dado que se hizo socio de sus hijos: a Carlitos le preparaba en su agencia sus autos de carrera, y con Zulemita se encargaba de importar motocicletas.
Susana revoloteaba en aquel “jet-set” como una reina. Ninguna sombra parecía acechar sobre tan idílico presente. No obstante, “La diva de los teléfonos” recibió en esos días una llamada que jamás olvidaría. Del otro lado de la línea estaba Cacho.
–Escuchame bien –dijo, a modo de saludo–, deshacete ya de la cupé.
–Pero, ¿qué pasó? –quiso ella saber.
–¿No leíste el diario?
–Vos sabes, Cacho, que yo no leo los diarios…
Pues bien, hacia unos meses, un juez en lo penal-económico, el doctor Enrique Lotero, venía investigando en el mayor de los sigilos la importación fraudulenta de vehículos mediante testaferros minusválidos. Y en las últimas horas acababa de pasar a la acción.
Fue como un “pogrom” de ricos y famosos.
El primero en caer fue otro antiguo novio de Susana, el actor Ricardo Darín, quien estuvo cuatro días detenido por adquirir, mediante tal modalidad, una camioneta Nissan Pathfinder por la que pagó 40 mil dólares.
Aunque sin ser arrestado, también sufrió el escarnio público uno de los propietarios de la Editorial Atlántida y gran amigo de Menem, don Constancio Vigil, quien a su vez se había dado el gusto de adquirir un Mercedes Benz 190 E, por apenas 60 mil verdes, mediante la firma del ascensorista manco de su emporio periodístico.
Estos tres casos tenían un denominador común: el agenciero Steinberg. Cuando la policía allanó su concesionaria, irrumpió Carlitos Jr para frenar el operativo con una frase antológica: “¡Atrás! ¡Esto es área presidencial!”.
De aquel primer embate judicial, Susana salió bien librada, puesto que resultó inhallable la prueba del delito; la cupé parecía tragada por la tierra. Recién a los tres meses fue hallada en una estancia de Pilar vinculada a la familia Roviralta, dentro de un granero y oculta bajo una montaña de heno.
El Canal 9 de Alejandro Romay –la señal que se disputaba la audiencia con Telefe– puso al aire una y otra vez una nota desde ese granero, donde aún estaba el Mercedes Benz. Aquella cobertura incluía la entrevista a un peón:
–¿Quien lo trajo el vehículo? –quiso saber el movilero.
–Ni idea. Porque el señor Huberto lo trajo un día que yo no estaba.
Por entonces, la prensa derramaba ríos de tinta en el caso de los “autos truchos”, tal como todos lo llamaban. El epílogo judicial de esa causa fue –diríase– benévolo para casi todos sus involucrados. Tanto es así que Darín no tardó en ser sobreseído al probarse que había adquirido esa camioneta “sin sospechar el origen espurio de su importación”.
En cambio, Constancio Vigil fue condenado a dos años y seis meses de prisión en suspenso.
“¡No cometí ningún delito!”, proclamó Susana, al borde del llanto, en su declaración indagatoria. Pero para no ir presa debió pagar una fianza de 20 mil dólares (la misma suma que se ahorró con la maniobra ideada por Cacho). Y fue procesada por “encubrimiento de contrabando”. Sin probar su inocencia, tuvo la fortuna de que la causa prescribiera en 1996.
No está de más resaltar un detalle de este proceso: acorralada por las pruebas en su contra, ella apeló al siguiente argumento: “Fui estafada en mi buena fe por el señor Steinberg”.
A raíz de ello, su viejo amigo no le perdonó esa traición, demandándola en 800 mil dolares por daño moral. Pero, poco después, Cacho murió en la cárcel, condenado como jefe de una banda de contrabandistas.
En 1998 un excéntrico comerciante de Comodoro Rivadavia compró el Mercedes Benz en un remate y, con el propósito de promocionar su mueblería, lo convirtió en el premio de quien ganara un concurso de sapo organizado por él a tal efecto. Al final, el vencedor fue un vecino de esa ciudad.
En aquel mismo año, Susana disolvió su vínculo marital con Roviralta revoleándole un pesado cenicero en la nariz.
Meses más tarde, el acuerdo de divorcio le reportó a él nada menos que 10 millones de dólares. En esa ocasión, a Susana Giménez también se le oyó decir:
–Me parece cruel que la gente quiera sacarle plata al que trabaja.
Mas allá de este caso particular el análisis tiene que pasar por otro lado. Evasores hay en todos lados, pero acá son endémicos. Si confluyen un Estado voraz con sus impuestos, "flojo" con los controles, y con pocos resultados, la evasión se convierte en norma. En algunos países "zurdos" los impuestos son altos, pero los controles son buenos y los resultados se ven. Hay evasión, pero muy poca. La percepción general es que está mal. Acá tenemos mucha, y en general se lo considera como algo positivo, una "avivada".
Pero antes que SUSANA GIMÉNEZ, porque no hace el listado de PEDÓFILOS Y ABUSADORES SEXUALES en la FARÁNDULA. Muchos incluidos en éste rubro.
Hasta el dia de hoy nunca se investigo a fondo la verdadera causa del encarcelamiento del padre Grassi, dado que esta diva estaba también involucrada en dimes y diretes, donde se manejaba dinero...mucho dinero. Padre Grassi sigue preso, cumpliendo su condena.
RAGEN ahora escribí sobre EMERENCIANOy sus campos y escuelitas de adoctrinamiento.